CAPITULO 37.

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—Dijo que no lo necesitaba. Creyó que nadie lo llamaría. Me dijo que tener un nombre no significaba nada, pero ya sabes. No existe algo sin sentido en este mundo. Mi hermano... no quería ponerle significado a su nombre, se convierte en una mayor perdida si te apegas a eso en vez de un callejón.

Kynthia se detuvo por un momento cuando escuchó un sonido desde afuera. Los pies de Anakin eran muy rápidos. Lo hizo todo rápido y volvió.

—... Gracias por hacer que sea significativo para él. —Kynthia sonrío levemente.

Aunque los dos no eran hermanos de sangre, de alguna manera su apariencia era similar a la de Anakin.

*** ** ***

NOTA: narrativa centrada en la emperatriz (Melpómene).

Hubo momentos en los que ella susurra palabras de amor y los días en que creía en un final feliz de un cuento de hadas.

Melpómene a veces pensaba en como habría sido si ella tuviera un futuro diferente y cuando esa idea tomó forma, apareció Kratos (n/t: Es el emperador.)

Un hombre que estaba destinado a casarse con ella incluso antes de que naciera y el hombre que sería enterrado con ella incluso si muriera ahora mismo.

—Ven aquí Melpómene.

Ella rechazó sus órdenes hoy. Mientras fijaba obstinadamente la mirada por la ventana, Kratos se acercó a ella y la atrajo hacía sí tomándola por la cintura.

Enterró su cara en el cuello de Melpómene y susurro suavemente.

—No me asustes, has hecho que mi cabello se ponga blanco.

—Tu eres quien se asusta. —Melpómene miró directamente a Kratos.

Un hombre terrible.

Melpómene no quería que este hombre muriera. En cambio, quería que el sintiera tanto dolor que deseara morir.

Al mismo tiempo no deseaba que Kratos muriera. Eso se debía a que la tristeza de perderlo sería más poderosa que cualquier otra cosa.

¿Cómo es que paso esto?

Melpómene comenzó a recordar el pasado.

La primera vez que se conocieron era inicios de invierno.

Era un día frío en el que se podía ver las bocanadas blancas cada vez que se exhalaba. La joven y descarada Melpómene se alejó del palacio imperial, de las ataduras de la edad adulta y aunque no había flores por ser invierno, el jardín cubierto de nieve tenía su propio encanto por lo que era hermoso.

Melpómene, que caminaba sola por el gran jardín pensó ¿podría huir así? Después de hoy, si entraba en el palacio imperial y se casaba con un hombre que no conocía, nunca más volvería a salir.

Melpómene tenía muchas cosas que no había hecho. Ya no podría ver a su madre y a su padre tan a menudo. Cuando se dio cuenta de eso, su corazón se hundió.

Tendría que rogar y defender su caso. Una vez que salga de este lugar y regresará a su casa, debería de rogar para no tener que volver. Con eso en mente, Melpómene agarró su gruesa falda y estaba a punto de irse cuando alguien al tomó por la muñeca.

Su cuerpo se tambaleante se retorció en los brazos de la persona que la sostenía.

—No te vayas.

Un hermoso chico de cabellos rubios y ojos azules le dijo eso. Ella lo había visto por primera vez ese día.

Con una cara triste abrazó a Melpómene y le susurro suavemente:

Las extraordinarias aventuras de una dama suicida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora