Capítulo 33: Secretos

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La mirada de ambas se inundó de terror a la vez que Alfred clavaba sus ojos sobre Guadalupe con tremenda firmeza. Isabel, congelada por la consternación, comenzó a temblar y tuvo un impulso por estallar en llanto, sus piernas se tambaleaban e involuntariamente retrocedió un paso en su lugar.

—Dije que no te movieras, ¿no me escuchaste? —pronunció Alfred severamente observándola de reojo. Inmediatamente la atención de la niña se dirigió a su hermana mayor, pidiendo auxilio en silencio con no más que su mirada. Todo estaba sucediendo demasiado rápido y no alcanzaba a entenderlo.

—¿Q-que es lo que haces? —alcanzó a proferir Guadalupe entre dientes, aun sin tener la certeza de qué es lo que tenía que hacer en una situación como esa—. Alfred, b-baja el arma, por favor.

—He-hermana... —tartamudeó Isabel ya casi al punto del llanto.

—Amor, no te preocupes, ¿sí? —le dijo Guadalupe intentando ponerse de pie de inmediato, haciendo hasta lo imposible por tratar de transmitirle seguridad—. Aquí estoy, no voy a dejar que...

—Siéntate —le ordenó Alfred entonces, y aunque en un principio lo dudó un poco no tuvo más remedio que obedecer frente a aquella mirada tan amenazante que lucía casi carente de espíritu.

Sin inmutarse, sin dejar de apuntar con aquella arma directamente a la infante, y a la vez, sin apartar su atención de Guadalupe, fue que comenzó a hablar.

—Si yo te pido que ahora mismo me digas todo, ABSOLUTAMENTE TODO lo que sabes sobre Francis, ¿me lo dirás? ¿A sabiendas de que si no lo haces eso significa que yo puedo jalar el gatillo? —amenazó.

No iba a dejar que hablara más, eso era suficiente para ella, así que sin rodeos se dispuso a responderle.

—E-en tu empresa trabaja un hombre —le dijo casi de manera inmediata atrayendo la atención del muchacho—. Él... C-creo que él solía ser la pareja de Francis cuando residía en Europa. Sé que Francis llegó a Estados Unidos después de saber que él emigró hasta aquí. La razón por la que Francis comenzó con las huelgas fue por ese hombre. Se enteró de la pésima calidad de vida que tenía después de comenzar a trabajar para tu padre así que decidió comenzar con el movimiento en pro de los trabajadores.

—¿Cuál es el nombre de ese tipo? —cuestionó Alfred enseguida.

Pero frente a esta pregunta, la chica pareció congelarse. Sabía que ya había dicho demasiado, pero esperaba y esa información fuera suficiente para él.

Agachó la cabeza intentando meditar cual podía ser la mejor respuesta que podía brindar, hasta que escuchó como Alfred le quitaba el seguro al arma.

—García~

—¡Es Arthur! —contestó ella lo más rápido que se permitió—. ¡A-Arthur Kirkland! ¡Te juro que no se nada más sobre su relación! ¡Francis nunca me dijo nada más! A-Alfred, por favor baja el arma ya, te prometo por lo que más quieras que es lo único que se sobre él. Cualquier otra cosa que necesites que te diga o haga, te obedeceré sin refutar, p-pero por favor bájala ya.

El chico terminó por sonreír satisfecho, volvió a colocar el seguro del arma y la resguardó. Apenas hecho eso, Guadalupe se puso de pie y corrió hasta su hermana envolviéndola en sus brazos, quien no dudó un segundo en encontrarse con ella, devolviendo el abrazo a la par que estallaba en lágrimas.

Guadalupe intentó consolarla, repitiéndole una y otra vez que todo estaba bien, que no dejaría que nadie le hiciera daño y que estaba ahí para ella, todo mientras acariciaba su cabello indispuesta a apartarse un solo centímetro de la pequeña. Aunque bien sabía que ella misma también estaba al borde del llanto y su corazón palpitaba aun a una frecuencia terriblemente acelerada.

Huelgas Mágicas en el Gabacho [𝙃𝙚𝙩𝙖𝙡𝙞𝙖 - 𝙈𝙖𝙜𝙞𝙘𝙖𝙡 𝙎𝙩𝙧𝙞𝙠𝙚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora