Capítulo 24: Demonio multimillonario

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No cabían palabras para describir la situación.

Sencillamente Guadalupe pudo haber preguntado qué carajo es lo que les había dicho a sus hermanos, pero no quería hacerlo, no quería dirigirle la mirada, mucho menos la palabra.

Con la presencia de los niños sería mucho más difícil que se quedaran hablando solos y eso de alguna manera era conveniente, ya que de verdad quería evitar aquello a toda costa.

Perdió la noción de en qué momento ya se encontraban todos sentados a la enorme y engalanada mesa del comedor con un trozo de pizza en sus platos, y a Alfred riendo entusiasmado con los niños mientras reían de lo mucho que se estiraba el queso al morder la rebanada, cuando Guadalupe simplemente se limitaba a presenciar en silencio la escena.

—Hermana, ¿qué tienes? ¿Por qué no comes? —escuchó a Isabel llamarla.

Su voz la obligó a reaccionar y de inmediato hizo un intento por esbozar una sonrisa, pues ahora la atención de Alfred volvía a estar puesta en ella también.

—N-no tengo hambre —intentó excusarse—. Puedes comerte lo mío si quieres, no hay problema.

—¡No te preocupes, hermana! —exclamó entonces con la boca llena el menor de todos, sumamente entusiasmado—. Alfred pidió como 20 cajas de pizza, ¡para cada quien! Ya no tienes que decirnos que no tienes hambre para que nos comamos tu comida cuando haga falta.

Las miradas de Isabel y Miguel se clavaron de golpe sobre Guillermo tras escucharlo decir aquello. Por su parte Alfred permaneció en silencio atendiendo la situación con cierto desconcierto.

Su atención se posicionó en Guadalupe, quien de pronto pareció tremendamente nerviosa. Pareció intentar decir algo, pero las palabras no salieron y se vio obligada a aclarar su garganta agachando la mirada. Los tres pequeños volvieron a prestarle atención, y aunque los dos mayores permanecieron preocupados, Guillermo lucía aun algo confundido.

—S-sí, ah... T-tienen razón —alcanzó a pronunciar Guadalupe finalmente aun sin levantar la mirada—. ¿Podrían esperarme un segundo? Ahora vuelvo.

Y dicho eso se levantó de la mesa. Alfred la siguió con la mirada perderse tras un pasillo. Ella no tenía idea de a dónde iba, lo sabía, pero ya la alcanzaría, de momento se enfocaría en los niños.

—Memo, ¿por qué le dices eso? Se supone que nosotros no sabíamos —regañó Isabel al menor con voz autoritaria.

Pero antes de que el chico tuviera la oportunidad de responder, Alfred intervino seriamente después de pasarse una servilleta por la boca.

—¿Chicos? ¿Qué acaba de pasar? —les dijo.

Los tres hermanos se miraron entre si algo avergonzados, pero finalmente la atención se centró en la misma Isabel, quien no tuvo más remedio que hablar.

—Ah... —suspiró viéndose un tanto agobiada—. Es que antes, cuando solíamos tener gastos extras por alguna u otra razón... Por ejemplo, si necesitábamos ir al hospital o comprar uniformes para la escuela, el sueldo de mi hermana no era suficiente para comprar algunas cosas que necesitábamos al día. A veces había más poca comida en casa y ella no comía para que nosotros no tuviéramos que disminuir nuestras raciones.

—Aunque nunca nos lo dijo —prosiguió Miguel—, poco a poco nos percatamos nosotros solos, pero nunca se lo dijimos. No tenía caso decírselo.

—Ya veo... —murmuró Alfred pensativo—. Y tal parece que el pequeño William metió la pata hoy, ¿verdad?

—¡Yo no quise...! N-no quería hacerla sentir mal —se excusó el pequeño—. Yo solo creí que... No quiero que ella siga haciendo eso. ¡Si ahora tenemos comida de sobra está bien que se lo digamos! ¿No? ¿No es así?

Huelgas Mágicas en el Gabacho [𝙃𝙚𝙩𝙖𝙡𝙞𝙖 - 𝙈𝙖𝙜𝙞𝙘𝙖𝙡 𝙎𝙩𝙧𝙞𝙠𝙚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora