Capítulo 22: El mayordomo

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Tolys Laurinaitis (Lituania) – 23 años


Gilbert le abrió la puerta de la limusina a Alfred mientras Lud entraba al asiento del conductor.

Alfred entró tranquilamente y tomó asiento y aunque Guadalupe sabía que tenía que imitar el acto, permaneció quieta frente a la entrada.

—¿García? Vamos, entra, ¿qué estas esperando? —la llamó Alfred con una sonrisa.

Continuaba tomándoselo a broma, todo. El miedo de Guadalupe, su más que evidente inseguridad. Él era más consciente que nadie de que a la chica le aterraba adentrarse en ese vehículo, que no quería hacerlo, pero a pesar de que luciera tan confiado y jovial como siempre, Gilbert temía que terminara impacientándose.

—Señorita, le recomiendo que entre —intentó decirle a Guadalupe tras un susurro, pero se abstuvo de insistir cuando se percató de que sus manos estaban tiritando.

Casi al mismo tiempo ella misma también se dio cuenta de ese detalle y ocultó sus temblorosos dedos haciendo puños. Se dirigió a Gilbert para asentir rápidamente con la cabeza antes de adentrarse finalmente al interior de la limusina.

Gilbert terminó por cerrar la puerta para dirigirse desganadamente al asiento del copiloto. En cuanto su hermano entró al vehículo, Ludwig lo miró de reojo, pudo leer la frustración en su rostro, pero no había tiempo de conversar, había que avanzar. De esa manera fue que arranco de una vez por todas.

La mirada de Alfred se mantenía inmóvil y en silencio sobre Guadalupe, quien fundida en terror mantenía sus propios ojos clavados en el impecable piso del auto.

Nunca había estado sobre un vehículo semejante, inclusive hacía mucho tiempo que no tenía tal privacidad al momento de transportarse, pues tenía bastante dependiendo del transporte público si no es que prefería caminar a sus destinos. Era de las que solían moverse en bicicleta, pero ese fue uno de los tantos artefactos que se vio en la obligación de vender en aquellas épocas en las que tenía falta de dinero.

Creía que al menos compartir el viaje con los guardias de Alfred la haría sentir menos nerviosa, pero era como si estuvieran en distintas habitaciones dentro del mismo lugar, nada de lo que hicieran o dijeran ahí dentro llegaría a los oídos de Ludwig o Gilbert.

La verdad es que comenzaba a sentirse mareada, aunque las razones podían ser muchas. Una podía ser el aroma interior del lugar, quizás el de un auto nuevo o el de un perfume masculino muy caro. No lo sabía, nunca había olido ninguna de las dos cosas en su vida, pero no los consideraba aromas del todo agradables.

Si bien el transporte público no era la cosa más cómoda y encantadora del mundo, era a lo que estaba acostumbrada y lo que la hacía sentir segura (aunque le llegaron a robar la cartera en más de una ocasión), y esos asientos afelpados en los que ahora se encontraba le estaban carcomiendo los nervios. Francis siempre fue un hombre vanidoso que era imposible que saliera a la calle sin antes ponerse una buena cantidad de colonia encima, sin embargo, conociendo la situación económica del hombre, estos perfumes siempre eran de lo más baratos. Quizás era un poco recelosa al perfume caro por esa razón, no le inspiraba confianza.

Fuera la razón que fuera, era plenamente consciente que lo que más la frustraba era la penetrante mirada de Alfred sobre ella. No sabía que estaba esperando, que quería o que planeaba, pero estaba segura de que le incomodaba.

Intentó mirar por una ventana, pero los vidrios polarizados y aun con cortinas de seda encima, no se lo permitieron, así que no fue capaz de escapar de su ciclo vicioso de nerviosismo interno hasta que percibió a Alfred moverse.

Huelgas Mágicas en el Gabacho [𝙃𝙚𝙩𝙖𝙡𝙞𝙖 - 𝙈𝙖𝙜𝙞𝙘𝙖𝙡 𝙎𝙩𝙧𝙞𝙠𝙚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora