Capítulo 5: El corazón de Francis

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Una semana más, un miércoles más, una avalancha de gente otra vez frente a las oficinas centrales de Jones Corporation encabezados por un hombre con vestido, y nuevamente, un pobre señor Honda esperando agobiado en medio del tráfico.

—Sería bueno conocer el rostro de la persona por la cual estamos haciendo esto, ¿sabes? —dijo Guadalupe a Francis mientras alzaba una pancarta al aire que decía "Los trabajadores también merecen amar" —. Mi cartel es ridículo, ¿tú lo escribiste? ¿Qué significa de todas maneras?

—Es muy inspirador. Los trabajadores de esta empresa son explotados horriblemente. Trabajan más horas de las establecidas. ¡Eso es un completo abuso! Si no tienen tiempo siquiera para vivir, ¿cuándo tendrán tiempo de amar?

—Y es ahí donde entra el famoso "Arthur Kirkland" tu amor imposible, ¿verdad? Al cual ni siquiera le conozco la cara.

—Lo conocerás cuando este libre. Ya te he dicho que no tengo fotografías suyas. Además, dejará de ser imposible cuando lo rescate de esa cárcel.

—¿Y qué pasa si a él le gusta trabajar ahí? —cuestionó Guadalupe alzando una ceja con cinismo intentando no más que molestarlo

—A nadie le gusta trabajar ahí, ¡pero no tienen otras opciones! Jones Corporation es la empresa más grande del país y no dudaría que del mundo. El CEO de esa cosa seguramente debe de ser una persona sumamente malévola.

—Hay rumores sobre que en los sótanos de estas oficinas centrales hay niños de Medio Oriente trabajando como esclavos.

—Y no dudaría que fuera cierto. Sin mencionar que es una de las empresas más contaminantes del mundo. ¡Si consiguiéramos derribarla, seriamos como héroes!

—Si... Eres bastante entusiasta. Si las cosas fueran tan fáciles, los golpes de estado en Latinoamérica seguramente siempre tendrían buenos resultados. No sé cómo eran las cosas en Francia, pero será mejor que te plantees objetivos más asequibles en la cabeza, ¡cómo lograr convencer a tu crush de que renuncie! Así te sacas la idea de la cabeza de que derribaremos a una empresa multimillonaria. Concentremos nuestra atención en nuestras prioridades.

—Ah... Tienes razón, la verdad es que estaría satisfecho solo con eso.

Pero la verdad era que Francis no lograba ser completamente egoísta. Quizás era cierto que comenzó con todo ese movimiento social y justiciero hacía dos años atrás con el fin de liberar a ese hombre que amaba de las garras de aquella empresa, pero con el paso del tiempo, y al notar como tantas personas de la ciudad comenzaron a sumarse a él, sus ideales comenzaron a ampliarse y fortalecerse.

Quizás el chofer Wang estaba convencido de que no lograrían nada considerándolos un fastidio, y probablemente los hermanos Beilschmidt creían que nadie les tomaba en serio por lo que nunca los consideraron una real amenaza, pero la verdad es, que allá afuera, todas esas personas se había unido porque empatizaron con la causa.

Aunque era cierto que a veces verlos bloquear el tráfico era irritante, de la misma manera un gran porcentaje de la ciudad se veía siendo víctima de aquella perversa empresa. La mayoría de las familias tenían al menos algún miembro trabajando para ella y era cierto que eran explotados de manera exagerada y con una paga mísera.

Francis siempre había sido un hombre con un corazón enorme. Una de las principales razones por las que le era imposible mantener un trabajo es porque siempre terminaba enfrentándose a jefes abusivos que no respetaban al resto de los empleados, a sus propios compañeros de trabajo. Hombres asquerosos que intentaban aprovecharse de su autoridad para acercarse a las mujeres, irrespetuosos racistas que no sabían hacer otra cosa que insultar a aquellos que lucían diferentes; Francis siempre intervenía, siempre se metía donde no le llamaban para defender a aquellos que temían no tener voz para hacerlo por sus cuentas. Y el pobre terminaba siempre siendo despedido.

Y si llegaba a conseguir algo de dinero extra se lo daba al anciano vagabundo que dormía todos los días a las afueras de su conjunto de apartamentos, o bien, le compraba un par de dulces a la niña en la calle que pasaba todos los días frente al puesto de periódicos.

Nunca fue realmente consiente de las cosas que le hacían falta, de su propia carencia, pues siempre veía en los demás una necesidad más grande que de ser posible, el ayudaría a cubrir aunque no se encontrara en la mejor de las posiciones para darse un lujo como ese.

Varias personas en la ciudad lo conocían, o al menos recordaban su rostro y su voz. Era un hombre amable, entusiasta y encantador, pero lo que era más atrayente en él era definitivamente su perseverancia, y aunque es cierto que por fuera muchas veces lucia como un completo cobarde frente a la más mínima señal de peligro, la verdad es que su corazón de oro era el del héroe más valiente.

Nunca nadie antes se había atrevido a enfrentar a una empresa como Jones Corporation, aun cuando todos detestaban vivir bajo su yugo. Él fue el único que lo hizo. Y lo más increíble era que estaba firmemente dispuesto a lograrlo mediante la paz, eso era lo que los ciudadanos más admiraban de él y lo que los llevo a seguir sus ideales.

Esto era algo que definitivamente el CEO de la empresa desconocía y quizás era por eso que nunca les dio la más mínima importancia, pero si les hubiera permitido seguir de esa manera, era más seguro que tarde o temprano, los miembros en huelga serían un mayor número que el de sus propios empleados.

Lamentablemente el nuevo jefe en curso, Alfred F. Jones, no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados de la misma manera que había estado haciendo su padre durante todo ese tiempo.

Gilbert y Ludwig volvían a estar pisando el suelo de la oficina del Sr. Jones. Habían sido convocados casi a gritos por el muchacho pues parecía verse muy irritado nuevamente por la presencia de los manifestantes.

—A ver... Tú, el albino —gruñó el chico señalando al mencionado.

—Mi nombre es Gilbert, señor.

—Me importa un carajo. Envía nuevamente a los guardias de seguridad para que ahuyenten a esos imbéciles de mi compañía. Y que se den prisa.

Gilbert esbozó una sonrisa forzada y enseguida agachó la cabeza a modo de acatamiento a su orden.

—Entendido, jefe.

Así, dio media vuelta y salió de la oficina.

—Tú, ven aquí —dijo entonces Alfred a Ludwig, señalándole que se acercase a la ventana.

—Sí, señor.

—¿Ves a esa chica? ¿La que está al lado del imbécil con vestido?

—¿La castaña que viste de negro?

—Sí, ella.

—¿Qué sucede con ella?

—No reconozco los rostros del resto de los manifestantes, pero sé que ella estaba también la semana pasada.

Ludwig frunció el ceño pensativo llevándose una mano al mentón. Al final terminó por asentir con la cabeza.

—Ahora que lo menciona... Es cierto. Tiene razón, esa chica lo acompaña todo el tiempo. Siempre encabeza la marcha con él, solo que el hombre es tan llamativo que ella parece quedar totalmente en segundo plano...

—Escucha, quiero su información. De ambos.

—¿Perdón?

—Arréglatelas para conseguir todo lo que sepas respecto a ellos —ordenó alejándose de una vez por todas de la ventana—. Sus nombres, edades, procedencia, familiares, estado civil, domicilio. Lo quiero TODO.

—Disculpe, ¿pero para que querría usted esa infor...?

—Estoy seguro que esos dos son el origen de estas ridículas manifestaciones —irrumpió—. Si me quiero deshacer de ellas definitivamente, tengo que deshacerme del origen, ¿no crees? Ahora, deja de hacer preguntas estúpidas y has lo que te he ordenado. Quiero esa información en mis manos lo antes posible.

—De acuerdo, señor. Lo haré.

Ludwig se dirigió a la puerta de la misma manera en que había hecho su hermano hacia unos minutos y salió de la oficina.

—Ese par de idiotas se van a arrepentir por el escándalo que han hecho —gruñó Alfred entre dientes.

Huelgas Mágicas en el Gabacho [𝙃𝙚𝙩𝙖𝙡𝙞𝙖 - 𝙈𝙖𝙜𝙞𝙘𝙖𝙡 𝙎𝙩𝙧𝙞𝙠𝙚]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora