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Silencio.

Un completo silencio llenó la habitación.

Los guerreros, Umiru y las damas de la corte estaban perdiendo la cabeza, pero no podían decir nada y solo contenían la respiración.

Una energía aterradora emanaba de Tarkan. Era como el silencio escalofriante antes de una tormenta.

Rompiendo ese silencio, Tarkan preguntó lentamente:

—¿Qué significa esto?

—S-su Alteza...

Dionna cayó al suelo de rodillas, temblando.

—L-la princesa consorte debe haber malinterpretado algo. Yo nunca...

—Me dijiste eso cuando viniste a la sala de espera nupcial el día de mi boda.

Aristine intervino, sorprendida.

Si se quedaba callada, se convertiría en una mentirosa.

—¡¿D-de qué está hablando?! ¡¿Cuándo yo...?!

—¿No es así, Durant?

Cuando Aristine dijo eso, Durant hizo una ligera inclinación de cabeza.

—La princesa consorte tiene razón.

—¡...!

Dionna parecía que estaba a punto de desmayarse. Agarró los pantalones de Tarkan y se aferró a él.

—No, no, no es cierto. Por favor, Su Alteza...

—Wow, increíble —silbó Umiru— ¿Entonces me estás diciendo que fuiste a la sala de espera de la novia el día de su boda y le dijiste que no tocara al novio porque es tu amante?

Umiru le dirigió a Dionna una sonrisa.

Su sonrisa parecía tan agradable como siempre, pero estaba mezclada con una espada mortal de hostilidad.

—Y por eso, nuestra princesa consorte te está poniendo excusas, que no pasó nada ayer —dijo Umiru y se rió entre dientes.

Incluso si ella fuera una verdadera amante, sería ridículo decir tales palabras a la esposa legalmente casada.

Sin embargo, Dionna ni siquiera tenía ninguna relación con Tarkan.

—P-Princesa Consorte, ¿cómo puede...? no. Yo no dije nada de eso...

Las lágrimas brotaron de los ojos de Dionna.

Ya ni siquiera sabía lo que estaba diciendo y apretó con fuerza la tela de Tarkan.

Pero su mirada nunca se volvió hacia ella.

Hubiera sido mejor que dirigiera una mirada fría e indiferente hacia ella.

Pero Tarkan solo miraba a una persona.

—Aristine.

Debido a que estaba mirando a esa mujer, ni siquiera la miró a pesar de que estaba llorando y rogando así.

—Dionna.

Al escuchar una voz baja decir su nombre, Dionna se estremeció.

Esta voz era la de Mukali.

La expresión que vio en el rostro de Mukali antes la molestó, pero, aun así, no pensó que él la abandonaría en esta situación.

—¡Hermano Mukali, estoy siendo acusada falsamente!

Aristine¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora