Entre el Dolor y la Esperanza

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—Necesito que inclines tu cabeza levemente contra el respaldo.

—No —añadió Hana, arisca.

—Tendrás que hacerlo, esto no es una broma, señorita —dijo con voz ronca.

—¡No me toque! —insistió.

—No seas terca, no podré examinarte si estás terca —dijo el doctor.

—Hija, déjate ayudar o perderás mucha sangre —añadió Lían y Yamato, asustados.

Yamato y Lían pusieron su mano sobre la de ella para calmarla.

—¿Cómo se llama? —preguntó el doctor.

—No le importa —dijo Hana arisca. No podía ver ningún hombre que intentara ayudarla porque sentía rabia contra los hombres.

—Se llama Hana —dijo Lían.

—Entiendo, gracias —dijo el Doctor.

La azafata Raquel solo observaba mientras la otra azafata sostenía a Hana.

Mientras el doctor revisaba a Hana en el asiento, ella murmuró: "Todos los hombres son lo mismo, los odio". Mientras tanto, el Doctor solo la observó mientras ponía un aparato llamado Esfingomanómetro, que sirve para medir la presión.

—Su presión está muy alta, señorita —dijo el doctor.

—Que le importa, me vale si está alta, baja, no tiene caso, largo, dios, largo de mis ojos, mentiroso —añadió Hana, enojada.

—Si no te calmas, tendré que ponerte un calmante para que te relajes. Si la presión se te sube más, peligras de un derrame de cerebro —añadió el Doctor.

—Pues inyécteme, porque no me calmaré. Es más, si no se va, atente a las consecuencias —dijo Hana en voz baja.

—¡Necesito que te calmes ya, es tu salud! —dijo Yamato, y de inmediato Hana dejó de ponerse arisca.

—Está bien, que sea rápido lo que tenga que darme —dijo Hana.

—No puedes apurar a un doctor. Te daré una benazepril para controlar la presión. Te veré en cuatro horas. Debes estar tranquila. Se nota que has estado cansada. Debes descansar y comer saludable —añadió el Doctor.

—Como si fuera tan fácil, mi vida se destruyó —añadió Hana.

La azafata Raquel solo se quedó viendo, pero por el momento no debe decir nada, aunque sea la testigo principal de todo lo que le hicieron a Hana.

—Raquel, tú tienes que decirme cosas. Yo te conozco, te vi en esa boda. Debes contarme lo que sabes —añadió Hana gritándole.

Raquel se fue a ver cómo estaban los demás pasajeros, mientras el doctor, Lían y Yamato calmaban a Hana. Se dieron cuenta de que no solo es adoptar a una adulta como ella como su hija, es también conocer todo de ella, qué siente y conocer sus gustos, y sanar cicatrices. Yamato y Lían se vieron a los ojos. La vida de ellos ha sido difícil, y saben que para Hana no es sencillo huir. Hoy más que nunca, debe estar calmada.

Doce horas después y nueve minutos.

Italia, Mansión Villa en Bagno Florencia Toscana.

—Sé que estás cansada, te ayudaré en todo lo que esté en mis manos —dijo Yamato.

—No importa, todo está bien, créanme. Lo siento por lo que pasó en el avión —añadió Hana.

—Tranquila, ahora bien, ya tienes otro nombre, Hana. Te llamaremos más seguido Xiao —dijo Lían.

—Sí, exactamente. Espero que las cosas me salgan bien. Solo quiero olvidar al hombre que me hizo tanto mal, que señalaba tener hijos, y quizá no tenga. Solo quiero olvidarme de todo lo que me hace mal —dijo Hana.

—Lograrás sanar heridas, tranquila —añadió Yamato.

—Gracias —dijo Hana.

—Recuerda que el doctor dijo que nada de sobresaltos. Si te agitas mucho, te subirá la presión, y no queremos que te vuelva a pasar nada —añadió Lían, suspirando.

—Tienes razón, no me tengo que amargar por nada. Estoy cansada del viaje. Me iré a descansar un rato. ¿Me ayudan a conocer su mansión? —dijo Hana, suspirando.

—Con mucho gusto —dijo Lían.

Todos entraron a la mansión, y enseguida les atendió la sirvienta de la mansión, mientras Paco entraba las maletas.

Hana estaba tan cansada que no quería ni moverse, y menos sufrir gradas, por lo que se acostó en el sillón.

Mamá te conseguimos un CeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora