Treinta y siete

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Treinta y siete

La música del bar explotó en la cabeza de Porsche, a medida que preparaba tragos apenas prestaba atención a lo que ocurría a su alrededor, era extraño que tuviera un ánimo tan pesado, naturalmente es ese tipo de jefe enérgico que parecería que incluso tiene ojos en la espalda porque nada escapa a su control, sin embargo, esa noche se apreciaba más lento y apenas sonreía a los clientes. Yok notó ese humor extraño y al final con su habitual coquetería empujó a su jefe hasta la bodega para preguntar qué estaba sucediendo, desde que se conocieron las únicas ocasiones en que lo vio tan perturbado fue cuando Chay se sentía mal y necesitaba reposar, pero, sabía que el pequeño estaba perfectamente de salud porque escuchó sin querer la conversación de Porsche llamando la atención de su hijo por algo, así que definitivamente no se encontraba mal.

―Preparaste un mojito en lugar de una margarita y se lo diste al cliente equivocado ¿Qué te está pasando? Estas torpe y ansioso esta noche, habla con esta hermana mayor y dime qué está mal― soltó Yok cuando por fin estuvieron a solas.

―Yok ¿Qué sentirías si alguien que no ves hace mucho tiempo y con quien juraste no volver a encontrarte reaparece en tu vida?― preguntó Porsche lleno de confusión, desde el reencuentro con Kinn el día anterior su cabeza se llenó de miles de preguntas y respuestas que no pudo encontrar, el rostro de Kinn está por todos lados y mantener el bloqueo del vínculo es cada vez más difícil.

―Querido, exactamente ¿de quién estamos hablando?― Yok observó con una mirada curiosa a su jefe, con información tan vaga no lograría hacer mucho.

Porsche negó en silencio, no quiere decirlo, no importa si todavía tiene la chaqueta de Kinn en su habitación, si le cuenta a alguien que se han encontrado podría hacerlo real y todavía no está preparado para afrontar el hecho de que ese hombre al que amó tanto y por el que estuvo incluso dispuesto a dar su vida lo encontró. Y no solo es el reencuentro, es escuchar ese Te amo y sentir la fuerza con que el vínculo los sacudió a ambos, además, la sonrisa de su hijo al preguntar por el nuevo aroma se clavó en su memoria, cuando Chay era solo un pequeño ser formándose en su vientre pudo tomar la decisión de que creciera lejos de Kinn, pero, ahora su hijo ha crecido y ya no puede tomar decisiones por él, tampoco puede ocultarle la verdad sobre Kinn y contarle sobre el reencuentro es algo que no lo hace sentir bien, pero, el resultado de no hacerlo podría romper la confianza entre ambos.

―Vuelve, tomaré un descanso― ordenó Porsche y Yok asintió y se marchó, era claro que esa noche no le contaría nada.

Porsche suspiró agotado, con los acontecimientos del día anterior su intención era la de quedarse con Chay y pasar la noche viendo películas o alguno de esos dramas que le gustan a su hijo, sin embargo, necesitaba firmar un par de documentos y uno de los meseros se reportó enfermo. No tuvo más opción que ir al bar y trabajar, pero, todo el tiempo pensaba en Kinn y cometió muchos errores; por mucho tiempo supo como resolver su vida, se acostumbró a que solo sean Chay y él y ahora no sabía qué hacer con Kinn entrando en sus vidas, además, ¿qué le aseguraba que ese hombre venía en son de paz? Nadie debería culparlo por temer a esa figura que alguna vez lo trató como basura. Los años pasaron por él, pero, ¿también pasaron por Kinn?

Con el corazón apretado por la confusión terminó por encerrarse en su oficina, en el cajón buscó entre algunos documentos hasta dar con aquella fotografía de él y Kinn tomados de la mano en el atardecer, en todos esos años le pareció tan lejana esa época en la que era un chiquillo bobo que creía ciegamente en un amor ingrato, sin embargo, esa noche todo parece tan cercano, como si el reloj invisible que se detuvo cuando abandonó la casa de los Theerapanyakul volviese a andar. Las manecillas se sacudieron el polvo y con pasos seguros reactivaron el tiempo, ese reencuentro es la continuidad de una historia que durmió por dieciséis años y que por fin verá su desenlace.

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