Treinta y ocho

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ADVERTENCIA: Este capítulo toca algunos sentimientos relacionados con el abandono paterno, por favor, leerlo con discresión y responsabilidad.

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Treinta y ocho

Porsche suspiró por quinta vez en los últimos dos minutos, a medida que el reloj avanzaba su corazón parecía ir más rápido y sus manos se volvían sudorosas, olvidó ya el número de ocasiones en que se arrepintió de pedirle a Chay que volviera temprano para conversar; si de ser sincero consigo mismo se trataba, él jamás pensó que llegaría del día que le anunciaría a su hijo que Kinn apareció en sus vidas, confió tanto en que nunca los atraparía y mucho menos descubriría la existencia de Chay, sin embargo, tener tanta confianza en sí mismo fue un gran error y ahora las circunstancias son las actuales. Kinn Theerapanyakul no los dejará ir y Porchay tiene derecho a saber de sus orígenes, la ausencia de Kinn en la vida de su hijo ahora pesa más que nada y por mucho que le duela, llegó el momento de hablar con la verdad.

El sonido de los pasos de su hijo volviendo a casa le anunció que no podría escapar más, cuando Porchay crecía en su vientre siempre le habló del maravilloso futuro que tendrían juntos y se disculpó una y otra vez por darle un padre que no estaría presente en sus vidas. La decisión que tomó hace dieciséis años parecía la correcta, se juró mil veces que alejarse de Kinn era lo mejor, la vida del Alpha no los necesitaba y es más, quizás podría obligarlo a deshacerse de su bebé y no podía permitir que ese pequeño ser que se comenzaba a formar en su vientre se marchara por un capricho del hombre que lo engendró. Y todos esos años Porsche trabajó duro para llenar ese vacío en la vida de su hijo, le dio amor infinito, hizo dinero para que nada le faltara y aun así, sabía que la sombra de esa ausencia los perseguiría toda la vida.

―¿Mami?― Chay entró dejando la guitarra a un costado de la puerta, se encontró con Porsche sentado en silencio en la sala, había algo extraño en él, un aura depresiva que asustó al adolescente ―¿Pasa algo?

―Bebé― Porsche giró para darle una sonrisa suave ―¿Cómo fue la lección?

―Estuvo bien... ¿Estás triste?― A Chay le supo amarga esa sonrisa por parte de su madre, no recuerda la última vez que vio esa expresión en él o si es que alguna vez la vio.

Porsche suspiró, llegó el momento de hablar sobre el pasado.

―Ven cariño, tengo algo que quiero contarte.

Porchay se sentó en el asiento frente a su madre y supo que lo que fuese que le diría era muy importante, esa situación no tiene precedentes, su madre jamás lo invitó a conversar de esa forma, ni en las pocas ocasiones en que recibió una reprimenda o un castigo el ambiente se sintió de esa forma tan extraña, así que el miedo comenzó a calar en Porchay, el primer pensamiento que corrió en su cabeza fue que algo malo ocurría con su mamá ¿Enfermedad terminal? ¿Bancarrota? ¿Alguien le hizo daño? ¿Qué podría ser tan grave para dejar que su madre mostrara una expresión tan desolada y le diga que necesita decirle algo? Pero, con todo y el miedo que pueda sentir porque algo trágico esté ocurriendo, se quedó quieto en su asiento esperando por recibir las fatídicas noticias.

―Sé que no te he hablado mucho sobre mi pasado junto a tu padre y eso te causó muchas preguntas, tampoco fue fácil para ti crecer sin un padre como otros niños... así que hoy quiero hablarte de él, quiero que sepas lo que pasó en esos años y por qué él no estuvo en tu vida, he guardado esto por mucho tiempo y lamento no haberte contado todo, callarme esto... Hijo, quiero que escuches lo que voy a contarte y no me interrumpas ¿está bien?― dijo Porsche con dulzura y melancolía.

El adolescente asintió con un gesto enérgico de la cabeza y Porsche sintió su corazón calentarse gracias a la inocencia de su pequeño, si Chay puede tener la valentía para escuchar esa historia, él la tendría para contarla.

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