Me rompo en un millón de pedazos afilados por cada día que avanza en el calendario, y que no te veo aparecer por mi portal. Ni tan siquiera por mis ojos. Me rompo. Y lo hago pensando que no amaré a nadie tal y como te amé a ti. Con esa inocencia del primer amor, que nos concede la única oportunidad de nuestra vida de amar a alguien sin tener el corazón roto o dañado. Sin cicatrices que condicionen nuestra forma de amar y de soñar. Por eso te pido que vuelvas y cures mis cicatrices. Pídeme lo que sea a cambio de que vuelvas. Con toda tu magia, tus dudas, el invierno de tus pupilas, el precipicio de tus ojos, las curvas de tus caderas, el mapa de tus lunares, y la pasión de nuestra primera vez. Pide que deje de besar a otras bocas, de acariciar la desnudez de otro cuerpo, que cese en mi busca incesante de otra que me haga sentir la mitad de lo que tu lograste. Que yo muevo cielo y tierra por una última vez a tu lado. Y si te fallé, que lo hice, perdona. No fui perfecto, y sigo sin serlo. Pero aquí me ves, escuchando nuestra canción y escribiéndote otro sábado más. Con la ilusión de que me leas, y que de vez en cuando no te olvides de lo lejos que estamos. Pero hasta en eso fallamos. Quizás fue nuestro orgullo, tus celos, tus amigas, tu edad, nuestro momento, mi pasado, o mi carácter. No sé lo que falló. Pero si sé lo que fuimos. Y es que fuimos la envidia de todo aquel que deseaba amar, y hablaba de amor o de nosotros. Fuimos magia y pasión entre las sábanas de mi cama. Fuimos amor sincero. Y ahora somos intento de olvido, que ni olvida, ni perdona. Cariño, yo sigo aquí. Nunca me fui. Te sigo esperando por nosotros, por aquella noche que prometimos estar siempre juntos. Te sigo esperando, mirando al pasado, esquivando al presente, y soñando con nuestro futuro. Ese futuro que nos pertenece, y que nos debe el destino. Pero no te engañes, yo te quiero olvidar. Ojalá pudiera. Pero que vida vacía la mía sin ti, que aun odiándote a ratos, sería capaz de morir por ti.
