Te quiero. No ha pasado ni un solo día desde que te fuiste en el que haya dejado de hacerlo. Ni siquiera he dudado de seguir haciéndolo. No he dejado de hacerlo aunque haya besado a otras bocas después de la tuya, y aunque sé que tú también has besado otros labios después de los míos. Incluso a pesar de esta falsa sensación de libertad que me permite hacer con cualquiera todo eso que sigo queriendo hacer solo contigo, del orgullo que me hace sentir fuerte cuando más te añoro, o del tiempo que ha pasado desde que nos transformamos en cicatrices. Por eso esta carta. Te escribo para decirte que todo ha cambiado, que sigo odiando los cambios, el invierno y los días grises, y que perdón. Perdón por todo lo que nunca te dije, ya fuese por miedo, por orgullo -o por lo que sea-. Perdón por no decirte nunca que adoraba cuando estabas enfadada y yo haciendo cualquier tontería te conseguía arrancar una sonrisa. Perdón por todo el orgullo que jamás me tragué, por esas veces en las que esperaste que te dijera que te quería y yo guardé el más frío de los silencios. Perdón por ese mensaje que siempre esperabas que te escribiese y que jamás te envié. Perdón por todo el tiempo que te prometí y que jamás te di. Perdón por todas las promesas que yo tampoco cumplí. Perdón por pensar todavía en ti cuando llueve o hace frío. Perdón por no mirarte a los ojos más de tres segundos cuando nos cruzamos por la calle, y por hacer ver en ese momento que jamás te he conocido. Perdón por no decirte que odiaba que llegarán las 12 de la noche porque te tenías que ir ya a casa. Perdón por no decirte nunca que adoraba esos 5 minutos que decidías quedarte de más conmigo porque tú tampoco te querías ir. Perdón por no decirte que no hay día que no me arrepienta de no haber dado eso poquito más de mi que quizás hubiera servido para no poner punto y final a todo. Perdón por quererte casi sin querer, por seguir haciéndolo a ratos, por no cerrar esta herida, por no querer hacerlo. Perdón por todo lo que nunca te diré a la cara.