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Son más de las 6 de la madrugada de un viernes cualquiera. Acabo de llegar a casa con los ojos rojos y con un sabor a ginebra que mata. Me he tumbado en la que será por siempre nuestra cama, con tu conversación abierta en whatsapp y sin escribirte nada mientras miro tu última conexión, preguntándome que nos pasó para acabar así, sin dejar de pensar en todo eso que nunca te podré decir porque me falta valor o porque se me hizo tarde hace mucho para escribirte como si nada. Y si, que igual los días se han convertido en meses y que no he tenido los cojones de volver a hablarte para saber cómo te van las cosas o para que no te olvides que sigo por aquí para ti. Y de acuerdo, que probablemente la culpa de que ya no nos saludemos por la calle cuando nuestras miradas se cruzan también es mía, tal vez por girarte la cara en un intento estúpido de hacerte creer que pasé página, o por hacerte creer a ti y al resto que ya hay otra que ocupa tu lugar y que no se le queda grande el hueco que tú dejaste, que la quiero como a ti te quise o incluso más. Qué ridículo suena todo, ¿verdad? No pensaba que dolerías tanto a estas alturas de mi vida, que esto me dolería así, y no me refiero solo al hecho de que ya no me beses los miedos, sino a que nada de lo que viva será completo porque tú no estarás ahí conmigo compartiendo sonrisas o lágrimas. Es jodido buscarle una explicación a esto que siento, porque aún queda amor donde solo debería de existir odio o rencor, y te juro que las razones para odiarte le deberían de ganar a las razones para quererte. Pero aún hay ocasiones en las que vuelvo a estas horas a casa y me tumbo en nuestra cama, justo como ahora, imaginando que tú has tenido el valor que yo no tengo, que me has hablado como si nada hubiera pasado –ni tan siquiera el tiempo– para saber cómo estoy, o simplemente pidiéndome una explicación al porqué no te volví a saludar o hablar. No sabes lo triste que es llegar a casa a estas horas sin el olor de tu perfume en mi cuello, y con el deseo de que todo vuelva a ser como antes aún sabiendo que hay caminos –labios– que tan solo se recorren –besan– una vez en la vida.

Poesía para días grises.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora