Carta abierta a quien sea:
Yo no sé lo que piensas de mí -ni tan siquiera se si sigues pensando en mi-, pero tengo la necesidad de sincerarme contigo. Lo primero que me gustaría decirte es que aún pienso en ti -y eso no significa que sea algo bueno-. Claro que recuerdo tus manías y esas canciones que tanto te gustaban. Por supuesto que recuerdo todas esas excusas que usamos ambos para ocultar que ninguno se atrevió a dar el paso de luchar por lo poco que ya nos quedaba. Me gustaría decirte que sigo recordando lo bien que quedaba colgado tu sujetador en la silla de mi habitación, y que te echo de menos por aquí sonriendo y dándole sentido a todo este caos -aunque eso solo sea a ratos y casi sin querer-. Lo segundo que te diría es que sigues teniendo ese algo que no se explicar con palabras y que no he podido encontrar en nadie más, y que te lo di todo para que acabásemos siendo nada. No te lo estoy echando en cara, supongo que ya tendrás bastante con ver que con el paso del tiempo ninguno te quiso como yo -y que a nadie has vuelto a querer como a mi- y mira que te avisé. Si pudiera te diría que te odio en ocasiones, pero que no dudaría ni un solo segundo en volver a besar tu boca. Y no te estoy hablando de volver -eso lo tengo como algo imposible a estas alturas de la vida-, mucho menos de que aún te quiera. Te estoy hablando de una última vez, de una despedida en la que no se me quede el sabor amargo de los besos que jamás te di. Y si, claro que aún me pongo nervioso cuando te veo pasar por mi lado -aunque ya ni nos saludemos y nuestras miradas apenas se crucen por unos segundos- y que a veces encontrarte de nuevo ha sido lo mejor que me ha pasado en ese día. Me gustaría decirte que ya no te quiero -pero no te lo diré-. Digamos que ya no lo hago tanto, ni tan bien, que no me quedan fuerzas a veces ni para quererme a mi mismo, que ni yo mismo sé como me he acostumbrado a estar sin ti. Y te lo repito, eso no siempre es algo bueno.
