Mi vida empezó dos veces, cuando nací, y cuando te conocí. Cuando vine al mundo, y cuando tu mundo vino a mi. Te escribo sin saber si aún me lees, si aún piensas en mi, si el tiempo me borró de tu corazón, si mi silueta se diluyó de tu colchón. Ojalá que por un día te pudiera dejar de escribir. Ojalá que por un día te pudiera decir esto mismo frente al espejo de tus pupilas, sin miedo, con las manos temblorosas, y un "te quiero" en forma de lágrima resbalando por tu rostro. No conozco mejor forma de decir que no te olvido. Y es que han sido tantas las veces que me ahogué en mi propio llanto queriendo olvidarte, para decirte a día de hoy que no pude, y que finalmente acabé por olvidarme de mi mismo. Tantas noches en vela, soñando despierto con amanecer de nuevo atado a tu cintura, desnudos, abrigados por el calor de las caricias que nos abandonaron. Tantas veces echándote de menos, tantas veces echándote de más, tantas veces que vuelves, tantas veces que te vas. Extraño erizarte la piel sin tocarte, besarte, pensarte y amarte. Me consuelo con lamerme las heridas con un "no fue mi culpa", ya que me resulta más sencillo culpar al triste orgullo de pensar que fue más fácil separarnos a intentarlo una vez más. Y es que no duele pensar en lo que perdimos, sino en lo que estamos perdiendo. Que ya nunca volveremos, que jamás te haré más el amor. Escuece pensar que mi único defecto fue quererte cuando ni tu lo hacías, que hable de mi pasado como si fuese mi futuro. Un futuro donde tu estabas conmigo, sin esta herida abierta en el corazón que no sé si algún día sanará. Cariño, sabes que aún te hago sangrar, que tu a mi me sigues doliendo, que somos el "para siempre" de algún "hasta nunca". Y que esta es la única forma en la que mi orgullo me permite decir que te necesito.