Recuerdo que un día te prometí que moriría a tu lado. De cierta manera cumplí aquella promesa. Y es que fallecí en el preciso instante en el que me soltaste la mano, y sin decir "adiós" cogiste tu maleta llena de infinitos y partiste hacia otro sendero del destino. Otro camino que te llevaba por otras bocas que no eran la mía, por otros labios y sin mis besos, por otras camas sin los abrazos de nuestras sábanas tras hacer el amor, y por otras caricias que ya no serían de mis manos. Te largaste a paso lento por un camino sin mis huellas, y dejando tras de ti como si fueran trozos de pan, pedazos de mi corazón. Tal vez, por si algún día quería recuperarlo, o simplemente para encontrarnos de nuevo sin el miedo a amar, y con la experiencia y circunstancias idóneas para ser felices juntos. No lo sé. Sólo sé que te fuiste sin tan siquiera girar la vista atrás. De aquel día recuerdo como todo de repente se volvió gris. El cielo se cubrió de nubes, y lloró por mi. Y ni la lluvia era capaz de mojar todos los sueños y promesas que dejaste abandonados por la acera. Yo me quedé allí, un poco en ruinas, y dudando de si aquello fue un "adiós" o un "hasta pronto". Con esmeró recogí cada sueño y cada promesa, para guardarlos en un cajón de mi habitación. Para que así no duelan. Bajo llave esperan a ser cumplidos, o que tu acabes por romperlos. Vida mía, yo no olvido esos días a tu lado. Ni los malos, ni los buenos. Tu fuiste la que me hizo creer en cuentos que no eran perfectos, pero que si valían la pena. De ti aprendí a amar, pero no a olvidar. Y lo cierto es que no sé si aprenderé, o si realmente querré hacerlo algún día.