Dicen que a lo largo de nuestra vida perdemos a trenes que ya nunca volverán. Ya sea por no llegar a tiempo, o por el miedo que a veces nos da montarnos en ellos. Dicen que tras perderlos nos quedamos siempre en la misma estación. Absortos en melancolía. Deseando que vuelvan a pasar, para tener de nuevo la oportunidad de cogerlos, y así abandonar nuestra estación, o bien, esperando impacientes al siguiente, con la esperanza de que sea el definitivo, el nuestro, y nos lleve a recorrer el mundo desde su boca y desde su cama. Que bonito es esperar a personas que ya no regresarán. Que nos rompemos en ilusiones aun sabiendo que hay cosas que tristemente solo suceden una vez en la vida. Yo pienso que desde hace tiempo dejé de ser una simple estación llena de despedidas, para convertirme en ese tren que siempre pasa, y que nunca se detiene demasiado tiempo en todas las estaciones que visita. Que voy de estación en estación, con la esperanza de que alguien se decida a subir y no se baje en el último momento. Sería bonito volver atrás, para llegar a tiempo a mis paradas, y así tal vez, llevar conmigo a todas esas personas que perdí, para poder recorrer el mundo que ahora disfruto en soledad. Con mi maleta cargada de infinitos, de tardes de verano en la playa, y noches de invierno bajo besos y mantas. Es triste reconocer que a lo largo de mi vida he perdido a tantas personas como horas de sueño, y que di cosas de mi que no pude recuperar a personas que no supieron valorarme. Llámalo amor, llámalo inocencia, llámalo mi vida. Y es que mi vida se compone de pequeños pedazos de mi que he ido regalando a todos aquellos que compartieron tiempo conmigo. Y que aunque el orgullo me ciegue en ocasiones, daría lo que fuese por dar marcha atrás en el tiempo, y saborear mejor cada beso, cada abrazo, y cada risa junto a ellos. Yo solo os digo que no os engañen, que hay trenes que si pasan dos veces en la vida. Aunque nunca será igual que aquella primera vez. Y que dejéis de ser la estación, para convertiros en trenes.