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Con tu metro sesenta y cinco de sonrisa parecía que podías besar el cielo. Nunca me dio tanto vértigo tener los pies en la tierra. Y es que desde de tus labios se observaba un mundo mejor. Un mundo donde yo siempre quise construir los pilares que sujetasen a ese futuro que anhelaba con todas mis ganas. Desde el balcón de tus clavículas observaba atónito a un mundo en el que los días grises eran sustituidos por días de playa, la tristeza por la felicidad de perderse cautivo por la magia de tus pupilas, y donde todas las lágrimas que resbalaban por mis mejillas hasta morir en la comisura de mis labios eran besos que me regalabas. Entre nuestros labios no había espacio para la tristeza. Que bonito amarte. Que bonito tenerte en mi cama, desnuda, con el invierno de tus ojos reflejando el infinito de mi felicidad, y pidiendo a gritos con tu mirada que te abrazara, y me perdiera a caricias por tu espalda. A besos por tu sonrisa encontré el camino del primer amor, ese que no se olvida. Recuerdo que querías que te prometiera infinitos cada vez que hacíamos el amor, y que te rogase por una vida juntos. Ojalá pudiera dar marcha atrás al reloj, para fundir mis ganas en un último abrazo contigo, y decirte que no podré cumplir todo aquello, pero que siempre te esperaré para hacerlo. Que de poesía encerrábamos en cada beso, que de problemas dejaron de afectarnos si nos escondíamos a hacer el amor bajo mis sábanas, y que de promesas encerramos en los cajones de nuestras habitaciones. Que felices éramos, y nosotros sin saberlo. Fuiste el mejor remedio para los días de lluvia. Incluso aprendí a llevarme bien con el frío del mes de diciembre, si eras tu la que me daba calor y me abrigaba con todo su cariño, que no era poco. Siento decirte que desde que te marchaste de aquí vivo eternamente en un invierno emocional, donde el sol se enconde tras el tapiz gris de nubes que cubren mi cielo. Amenaza lluvia, y ya no tengo tu paraguas de caricias para resguardarme. Chica, yo estoy convencido de que el mapa de lunares de tu espalda escondía el mayor tesoro que en la vida pude obtener. Ese que guardaba mi felicidad, y un futuro casi perfecto, en el que despertar cada mañana enredado a tu cintura sería la más dulce de las rutinas. Puede que otro se encuentre inmerso en estos momentos en la búsqueda de todo eso que el destino prometió tantas veces que viviríamos juntos, pero que inevitablemente nos arrebató en el momento en el que mas necesitaba de ti y de nosotros. Cosas de la vida dicen, putadas del destino, digo yo.

Poesía para días grises.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora