Cada mañana, cuando te dejes los sueños en la almohada, te deshagas del nudo que atan las sábanas a tus caderas, justo cuando dejes tus miedos al filo del abismo de tu cama, y arrastrando los pies con desgana te dirijas al primer espejo que encuentres para mirar tú semblante despeinado y con ojeras, pregúntale a esa que encuentras reflejada en el espejo si la vida que has escogido es mejor que la vida que podrías haber vivido conmigo. Tan sólo eso. Mírate bien profundo en la inmensidad de tus pupilas, busca la respuesta en cualquier cajón escondido y oscuro de tu alma, en cualquier carta o foto que aun guardes con recelo en tu teléfono o en tu habitación, toma todo el tiempo que quieras, el que no necesites, y guarda silencio. No dejes de mirarte a los ojos mientras te imaginas todo lo que pudo ser, todo lo que te has perdido de mi, de nosotros, de la vida, de todo eso que ya no será jamás. Deja que el silencio te invada y poco a poco conquiste cada poro de tu piel. Y dime con sinceridad, ¿que sientes al pensar en todos los días que has malgastado en tu vida desde que ya no estamos juntos? Supongo, y lo digo aferrado a nuestra locura para justificar nuestro final, que ambos estábamos destinados al error. Yo a querer equivocarme contigo, y tú a querer cometer todos los errores conmigo. ¿Pero y lo bonito de ser tu mayor error? ¿Y que decir de la gélida sensación que provoca saber que a pesar de todo no habrá día en el que me quieras convertir en acierto? Ese es mi consuelo, saber que no me encontrarás en otras bocas, que mi sonrisa no se dibujará en ninguna otra cara a la que hagas sonreír, que no habrá nadie con quien puedas acabar este final. Que te odiarás por quererme a pesar de todo el tiempo que transcurra. Y que a pesar de todo siempre me buscarás inconscientemente en otras personas, que no encontrarás a alguien a quien puedas amar como a mi, que por más que busques no hallarás a otro que te mire y te bese como yo lo hacía. Que para ti siempre seré insustituible.
