Ocurre que a veces nuestro sitio no pertenece a un lugar, sino a una persona. Alguien con quien no sabemos explicar la atracción que sentimos. Como si fuera algo místico. Difícil de explicar a quien nunca ha sentido nada igual. Es cuando empezamos a creer en el destino. Y que las cosas ocurren por algo. La magia nos conquista. Nos olvidamos del azar, para centrar nuestras intenciones entre los brazos de esa persona. Nos volvemos algo más tontos. Ciegos de amor. Ingenuos, pensamos qué hemos llegado a nuestra última parada. El lugar donde depositáremos la parte buena de nosotros, para poder ser felices. Ocurre también que acabamos consumidos. Y vacíos de todo lo que un día entregamos. Con las promesas tiradas por el suelo, como cristales que cortan nuestros pies a cada paso que damos. Pero hay excepciones. Y hablo de la nuestra. Recuerdo que ya no creía en el amor. Yo tenía el corazón lleno de parches. Roto en mil pedazos afilados. Pero tu te enamoraste de ese desastre. Y lo supiste arreglar para que ya nunca más doliera. Apareciste, y comprendí porque no funcionó con otras personas. Contigo solo se puede ser feliz. No conozco lugar mas hermoso que el precipicio de tus labios. Lugar donde ocurre el eclipse más bonito del universo. Yo lo llamo tu sonrisa. Ese es mi sitio. Pertenezco a el. Ya hace tiempo que me mudé aquí. Creeme cuando te digo que siempre voy a estar ahí. Y aunque yo no sea muy amigo de las promesas, estoy seguro que viviré mucho tiempo a tu lado. En lo que tarda en consumirse un "infinito". No os engañéis, el amor no siempre duele.