II. 20. Dientes y alucinaciones

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Cuando volvemos a la entrada, Jaimie deja de trabajar por un segundo. Se seca la frente transpirada con la mano. Me mira y parece que me reconoce. Al final dice algo:

–Bérkov te manda saludos.

Es una de las frases más siniestras que escuché en la vida. A Petra le parecerá lo mismo, porque se pone al lado de Jaimie, lo levanta en el aire tomándolo en el cuello y lo aprieta contra la pared.

–¿A quién querés amenazar vos?

–A nadie –alcanza a decir Jaimie–. Perdón.

–¿Vos de dónde lo conocés a Bérkov?

–No lo conozco, ni sé quién es.

Petra empieza a apretar más fuerte. Es verdad que Jaimie no suena muy convincente, pero por algún motivo yo le creo.

Es verdad que yo soy de creer cualquier cosa.

A Jaimie le empiezan a rodar lágrimas por las mejillas blancas.

–Bajalo –le pido a Petra, poniéndome al lado–. ¿No le ves la cara? Dijo eso por decir algo.

–Nadie dice eso por decir algo –dice Petra, y aprieta más fuerte.

–Jaimie no tiene nada que ver con esa gente –dice la Difunta–. Yo puedo dar fe por él. Pero podemos aprovechar lo que dijo.

A Petra se le iluminan los ojos con codicia. Baja a Jaimie, que no queda parado. Sigue descendiendo hasta quedar sentado en el suelo contra la pared y se masajea el cuello enrojecido con unas manos rápidas, desesperadas, observándonos con miedo.

–Volvamos a la celda –dice la Difunta.

***

Ahí le dice algo al oído a Petra. Ella se ríe.

–Me parece bien –dice, divertida.

–Ya sé lo que están pensando –digo yo–, pero no va a funcionar. Yo tengo el síndrome de Bérkov, así lo llaman. Tengo alucinaciones materiales, puede ser. Pero son auditivas y olfativas. Alguna vez quizá lleguen a gustativas. No más que eso. Alteran la percepción de la gente, como los objetos "a minúscula".

Y miro a la Difunta, dando entender que ella también es un objeto "a minúscula", también conocidos como "a pequeña".

–Yo cambio el mundo, che –dice la Difunta–, no solamente las percepciones.

–Bueno, yo no cambio el mundo material. Cualquier cosa que alucine, después el mundo vuelve a ser lo que era antes. Y ni siquiera manejo las alucinaciones a voluntad, así que no puedo direccionarlas para nada útil.

–Antay –dice la Difunta–. En esa celda, con el Gaucho Kubrick, hay un pasaje directo hacia tu papá.

Ahí me doy cuenta de lo que menos quería que pasara.

Petra y la Difunta se pusieron de acuerdo para manipularme.

***

Lo siento con tanta fuerza que me van a sangrar los oídos. Siento la vibración y las pequeñas explosiones. Dejo de percibir cualquier otra cosa, pero cuando me llevo las manos a la oreja la saco sucia de sangre.

Es sangre de verdad y sigue ahí.

–Funcionó –dice Petra–. Solamente que nos equivocamos de celda.

Ahí me entero de que destruí la celda 1, a cinco pasos de distancia. Había un asesino importante que había cometido crímenes en la Federación y venía escapando al Territorio. El hombre se escapó. Yo lo liberé. La Difunta y Petra dicen que lo vieron salir a la calle.

–Ya no hay tiempo y está exhausto, miralo –dice la Difunta–. Nos tenemos que ir.

–¿Cómo hice para romper la celda 1? –pregunto mientras me llevan en andas a la salida, donde me imagino que de nuevo voy a ver a Jaimie barrer y voy a pensar que la vida es un bucle que siempre se repite.

–No importa. Descansá.

Porque yo no tengo conciencia de haber hecho nada, o a lo sumo de haber hecho algo como una postura acrobática, que uno ni imagina cómo hace, hasta que de pronto la hizo, y no se puede representar cómo.

–Se va a morir tu hermanito, no hay nada que hacer –dice Petra con mucha pena.

Yo salto hacia ella con los brazos levantados, y eso es justo lo que ella se espera. Pienso que la voy a rajar como a un espejo y que voy a rajar la celda, la comisaría y toda esta parte del planeta Tierra.

De pronto la rajadura aparece. La veo primero en el techo y me asusto, porque no puedo ser yo.

–Están bombardeando la comisaría –dice la Difunta–. Es peor de lo que parecía, quieren borrar del mapa a Ciudad Vicio.

Un pueblo que va a ser fantasma en minutos, pienso yo. Tan corta puede ser la vida en el Territorio. No solamente de las personas, también de los poblados.

En eso miramos a la celda, ya dándonos vuelta hacia atrás, porque estamos encarando a la salida, y aparece Kubrick tosiendo, con la cara toda negra.

–No te lo creo –dice Kubrick–, no te lo creo.

Y con la adrenalina que siente también le veo cara de felicidad.

–¿Yo lo solté? –pregunto.

La voz me sale rara y todos me miran con miedo, hasta Petra, a quien no creo que yo le importe mucho. Tengo la voz pastosa y veo que en la boca tengo un sabor raro y algunas cosas duras.

–No sabemos. Puede ser –dice la Difunta.

Las cosas duras son dientes. Ya no están en su lugar. Se me salieron dos y al principio no me doy cuenta de cómo pudo pasar.

La Difunta entiende la situación enseguida. Toma los dientes, los ubica donde estaban y dice que no hable por un ratito. Que va a estar todo bien.

Yo, en cambio, quiero llorar, porque se ve que haber perdido dos dientes me removió unos cuantos sentimientos que tenía enterrados ahí.

Kubrick se me pone al lado. Creo que viene a decirme que va a estar todo bien y que tenemos que ponernos a salvo, antes de pensar en cosas que después de todo no nos cambian la vida, como un diente, pero no. Primero pregunta algo que debería haber preguntado segundo, yo creo. Pregunta:

–¿Tenés el maletín?

La Difunta levanta la mano y se lo muestra.

Segundo, Kubrick cuenta lo primero. Dice:

–Ya sé dónde está tu papá. Me enteré en esta comisaría. Si conseguimos un vehículo rápido podemos estar con él en 40 minutos, una hora. Alguien tenía un aparato que medía sus signos vitales y se ve que está vivo. Quiero decir, está confirmado que está vivo. Antes de que se haga de noche lo vamos a encontrar.

Yo no le creo. Él me va a abrazar. Yo doy un paso hacia atrás, luego hacia el costado. Nunca me gusta que me abracen, me da un rechazo insoportable, pero cuando estoy vulnerable y lastimada mucho menos. Pronto salimos todos a la calle.

A esta altura, Kubrick debería saber que no soporto que me abracen.

Me toco los dientes que me acomodó la Difunta. Están firmes. Siento un bienestar general. De pronto estuve muy enforme, eso parecía, y ahora estoy muy curada, cosa mucho más placentera que haber estado simplemente bien desde el principio.

La ciudad está hecha un incendio. Pero ya es como si quedaran los restos del incendio. No hay grupos disparándose, al menos. Tampoco veo ningún vehículo utilizable. Sí veo que desde el cielo unos caza tiran sus huevos explosivos sobre los edificios que sigue en pie.

–Para ese lado –dice la Difunta, y empieza a correr hacia donde el sol ya empieza a bajar.

Todos la seguimos.


FIN DE LA SEGUNDA TEMPORADA

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