Lo más urgente, en mi cabeza, es una duda que tengo:
–No dijiste qué querías a cambio de llevarme con papá.
–No hay apuro –dice el sapo–. Como igualmente vas a aceptar, quieras o no, lo que pida a cambio da lo mismo. Porque vas a ser mi deudor toda la vida.
Yo vuelvo con mamá, que sigue en el suelo. Debe tener frío porque tiembla. La ayudo a levantarse, la llevo a la camita del calabozo. Me parece raro que en todo este tiempo no haya venido ningún policía y empiezo a sospechar que de verdad pueden haber mandado al sapo para tendernos una trampa. Como si de verdad hubiera algún tipo de entendimiento entre las autoridades y los TROY.
–Mamá –le digo–, ¿estás bien? No, ya sé que no estás bien. Quiero decir si te duele alguna parte del cuerpo.
Ella dice que no.
–Me voy a ir. Vos no te asustes. Va a estar todo bien.
–No –grita–. Te prohíbo que vayas a ninguna parte con ese falso santito, ese sapo asqueroso.
Le doy un beso en la frente y le acaricio el brazo. Tanto afecto físico me cuesta un esfuerzo y mamá me mira sorprendida, a lo mejor asustada.
–Mamá –le digo–. Te quiero mucho.
Creo que nunca le dije algo parecido y siento electricidad en los brazos y los pies al escucharme. Pero es una despedida y en las despedidas uno a veces dice cosa que en otro momento se callaría. Ella nota que estamos en un punto de no retorno. Quiere levantarse pero yo soy más rápido. Corro fuera del calabozo y cierro con llave. Mamá se aferra a los barrotes y me grita que no sea imbécil. Yo me siento las lágrimas en las mejillas y le pido que me perdone, aunque sea inútil.
No me va a perdonar, por un lado. Y por el otro no me arrepiento, todavía.
Me doy cuenta de que crecer es una cosa bastante difícil. Yo no estoy segura de que me guste. Prefiero pensar que no tuve alternativa. Que me trajeron para llevar a mamá a su casa pero, en vez de eso, la dejé encerrada en el calabozo. No es lo que haría una hija perfecta, a lo mejor. Pero en nuestra casa no somos tan perfectos.
La Central es muy grande. Se parece a un laberinto bien señalizado más que a un edificio pensado para que la gente encuentre su camino con facilidad. Mientras con el sapo marchamos hacia la salida, y por un tiempito escuchamos los gritos de mamá, veo que hay cámaras por todas partes. La policía debe estar ocupada con asuntos más urgentes porque nadie viene a buscarnos, aunque yo esté con Sierra. Él va de lo más tranquilo, pegando saltitos a mi lado. Me quiere transmitir tranquilidad. Según él, es un asunto estratégico. Quiere que camine despacio y no parezca agitado.
–Pase lo que pase, te pido que actúes como si fuera lo más natural del mundo. Sigamos el juego a lo que pueda venir.
–Bien –digo yo, que estoy nervioso.
Él llega de un salto a mi mochila, se esconde adentro y, para cuando llegamos a la salida, no hay ningún rastro de su presencia. En un mostrador de atención al público habla con la mujer policía un adolescente de pelo largo, tres años mayor que yo, que iba a mi colegio. Lo expulsaron por acciones sindicales prohibidas como cortar la ruta y repartir folletos. No podían echarlo por consumo problemático de estupefacientes, ya que cualquier tipo de consumo es legal para mayores de dieciocho años, pero encontraron otro motivo, justamente el de las acciones sindicales. Había hecho cuarto y quinto año más de una vez, la escuela se lo quería sacar de encima.
–Ahí viene mi sobrina –dice el adolescente, que se llama Ricky, señalándome–. ¿Qué contás, hermanita?
Yo tengo el impulso de decirle que no se haga el gracioso, y me da un poco de pudor que piensen que lo conozco, pero me acuerdo a tiempo de lo que dijo el sapo y me acerco, lo saludo. Ricky debe ser parte del plan mayor.
–¿Son familia ustedes? –pregunta la mujer policía del otro lado del mostrador, sospechando.
–Es mi sobrino del corazón. Pero eso no importa. Vea los papeles, contrólelos todo lo que haga falta. Me quiero llevar el Ford de la mamá de Antay.
Exhibe unos papeles que parecen de lo más oficiales. Tienen una firma de mamá legalizada ante un escribano público. Me pregunto cómo habrán podido falsificarla en tan poco tiempo. Me doy cuenta de que estoy entrando en una categoría de marginalidad que antes ni imaginé. Y si bien me da miedo, porque puede terminar mal, a la vez me hace sentir orgulloso, como si por fin me fueran a reconocer un poquito de presencia, por margninal.
–¿Es verdad que este muchacho se puede llevar el Ford de tu mamá? –me pregunta la policía.
–Ella dice que sí.
–Igual hay que pagar la multa.
–Claro que sí –dice Ricky, y saca del bolsillo un sobre con diez billetes de diez soberanos.
Yo reconozco el sobre, por eso sé cuántos billetes contiene. En ese sobre mamá guardaba el dinero de la colecta por Jairo. Si bien Ricky robó el sobre de algún lugar secreto de nuestra casa, está usando el dinero para una buena causa. Así que el suspiro que doy lo doy para adentro.
–Son cuarenta soberanos.
Ricky entrega los cuatro billetes. La mujer le da un recibo, escanea el poder que Ricky tiene, le hace firmar algo y le da las llaves del Fordcito. Nos dice dónde quedó estacionado. Con el recibo, nadie nos va a hacer problema, explica.
–Genial –dice Ricky.
–Voy a buscar a tu mamá para que se la lleven –me dice la mujer.
Eso puede estropear todo el plan. Lo lamento por mamá, pero no puedo permitirlo. Entonces me adelanto, pongo cara de adulto y le digo a la mujer que por favor no vaya.
–Necesita escarmentar, hizo algo grave –digo–. ¿Cómo va a manejar borracha? No, usted perdone, pero no puede salir como si no hubiera pasado nada. No digo que la acusen en un Tribunal Federal, pero tiene que pasar el resto del día en el calabozo.
–No sé, no la veo bien a esa mujer.
–Tiene que aprender, no podemos ser blandos –dice Ricky, y se está riendo por dentro.
–Bueno, pero en unas horas la vienen a buscar. Acá tampoco la podemos tener.
–Claro que sí, oficial –dice Ricky–. Gracias por todo, y sobre todo por la comprensión.
Qué payaso, pienso yo, y salimos los tres. Ricky, yo, y en mi mochila Sierra que en todo este tiempo no hizo el menor ruido.
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El Territorio
Fiksi Ilmiah...lo único que cambia es el pasado El joven Antay necesita un corazón para su hermano. Su única posibilidad de conseguirlo se halla en el Territorio, provincia donde los delitos están permitidos... La antigua República Argentina fue invadida en 198...