IV. 2. Sueños de prisión

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Vuelve la paz. Es un decir. No tengo ninguna paz en mi cabeza. La Flor y los Pincheira estaban en plena persecución en las Salinas. Don Pedro también andaba por ahí. Calfucurá y Kubrick, por lo visto, en algún momento habrán salido. Habrán venido a Acha. ¿Por qué? Mientras tanto, hay un intento de golpe de Estado en la Franja. Lo están llevando a cabo los gendarmes, si no los aplastaron ya.

Me imagino un Estado en forma de anillo. La Franja. Sería único en el mundo, me doy cuenta.

La Flor tiene algún tipo de interés en centralizar la violencia del Territorio. Quiere tener algún tipo de control sobre la violencia, que es un tipo muy fuerte de poder. Le siento las ambiciones, son como una energía que le vibra en la piel. Es una energía bastante atractiva, por mucho que sea monstruosa.

O quizá es lo monstruoso lo que la vuelve atractiva.

La Flor puede o puede no ser cercana a los TROY. Ahí ya hay dos grupos que se oponen al gobierno, los gendarmes y los TROY.

Después está Sierra, que tiene sueños más altruistas de liberación e igualdad. Yo creo, como Kubrick, que no va a lograr nada, pero me gusta escucharlo y soñar. Lo escucho y me parece lindo, aunque por otro lado no tiene idea de cómo vive la gente común, los que la pasan mal antes de fin de mes, los que no pueden mandar a sus hijos a la escuela los que no tienen aseguradas todas las comidas. A ellos Sierra no puede entenderlos, yo pienso.

Ahí se prende la luz y vuelve a aparecer el guardia. Se acerca a nuestra celda, abre la puerta. Saca a Petra, que se va sin decir una palabra. Vuelve a cerrar la celda y me quedo sola.

Por fin, pienso, y a la vez tengo mucha rabia.

–Adiós, Antay Rodríguez –saluda Petra cuando está saliendo, y yo sé que lo que quiere es burlarse.

Pero como suele pasar, el efecto no es el que ella espera.

***

–¿Rodríguez, dijo? ¿Vos sos de apellido Rodríguez? –me pregunta el viejito de la celda de al lado–. ¿Vos no sos algo de Wayne Rodríguez?

Y yo ahí me doy cuenta de que ese hombre canoso seguramente es Roth, el amigo de papá. Yo tenía una vaga idea de su cara, no lo reconocí, pero seguro es él.

–¿Vos sos Roth?

Él se ríe.

–No, qué voy a ser Roth. Imaginate que si fuera Roth estaría en cualquier lugar menos acá. Estaría, no sé, en un ressort en el Caribe, un all-inclusive.

Ah, pienso yo, tenemos a una persona que no es el típico aventurero en el Territorio. Si quería ese tipo de comodidades se confundió de región, pienso.

–Qué lindo –digo yo por decir algo, ya que no se me ocurre nada más–. ¿Y sabés dónde está Wayne?

Casi digo "papá", pero me corrijo a tiempo gracias a un resto de sentido común, pese a las tensiones y los nervios al borde de quebrarse.

–Hasta hace poco estuvo acá. Hasta hoy a las 10 am.

Eso no me sirve de mucho, pero no lo quiero desanimar.

–¿Y dónde está Roth?

–No sé dónde puede estar a esta hora, pero trabaja en el laboratorio.

Bueno, al menos no se fue al Caribe. Yo ya tenía el dato de que Roth trabajaba acá. La novedad es que sigue trabajando, pese a la fuga de su amigo Wayne. Ahora solo hay que encontrar la manera de escaparme de la celda, encontrar a Roth, convencerlo de que me lleve con papá, volver con el corazón sanos y salvos a la Federación, salvar a Jairo, etcétera.

Eso es ligeramente más imposible que conseguir otro corazón por mi cuenta y volver sola a la Tóxica para ver si todavía es tiempo de salvarlo. O si ya no es tiempo, para agarrarlo de la mano y rezar con mamá. Eso es lo que ella, mucho más sensata que yo, querría. Que pasemos la noche juntos, contando anécdotas, rezando un poco, recordando momentos alegres y haciendo que si lloramos no se note mucho.

Y ahí me doy cuenta de una verdad desagradable. Yo no me vine al Territorio para encontrar a papá o salvar a Jairo, si ¿a quién puedo salvar yo? Me vine para no estar en la Tóxica en ese momento cuando Jairo se muriera y mamá me estuviera apretando la mano y yo le sintiera la humedad y el calor y me quisiera morir, pero no pudiera.

Para eso me vine, seguro. Me escapé. Para evadir mis responsabilidades. Para no ver que a veces no hay soluciones y que lo mismo hay que reconciliarse con la vida.

***

Pero yo no quiero reconciliarme con la vida.

–Creo que no me dijiste tu nombre –le digo al prisionero.

–Creo que no me lo preguntaste.

–¿Cómo te llamás?

–Robert.

–Tengo que hablar con Roth –le digo a Robert.

–Eso se puede resolver, podés hablar con Roth, no hay problema. Pero es como todo, se puede lograr pero no va a ser gratis. Te va a costar.

–¿Con vos me va a costar?

–Conmigo primero, después con otra gente.

Esta gente que siempre quiere algo por otra cosa, que no puede dar nada sin esperar una recompensa inmediata, me hace acordar a lo que decía Sierra. Que lo que hace humana a la humanidad, lo que permitió el progreso, es no esperar nada a cambio. Que esa generosidad, ahora, solo la puede tener del todo una Inteligencia Artificial, porque es más racional y por ende más solidaria, según Sierra.

Este hombre, Robert, debe ser muy humano, porque es altamente egoísta.

–Bueno –le digo–, a ver tu propuesta.

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