II. 5. Los techos de Vicio

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Abren la ventana y yo pienso que es una broma, porque no es una de esas ventanas francesas que dan a un balcón. Es una ventana que tiene un alféizar donde apenas si cabe una maceta. Este tiene una maceta. En la maceta hay una plantita de albahaca bastante seca. Primero que nadie sale Petra. Es tan rápida que ni veo bien lo que hace, pero la veo irse hacia arriba. Segundo sale Max y creo que va más rápido todavía. Pienso que va a seguir Wanda y que yo me voy a hacer el tonto y esperar que me vengan a buscar los gendarmes, pero Wanda lo anticipa. Se queda al lado mío.

–Andá vos primero, te van a dar una mano desde arriba. Y sobre todo, no tengas miedo.

–No podés decirme que no tenga miedo. Claro que tengo miedo.

–Digo que si tenés miedo es más probable que te caigas.

–No me estás ayudando.

Ella no puede saberlo, pero tener un miedo o una ansiedad, y tratar de taparlo, es lo que me dispara las alucinaciones. ¿O sí puede saberlo y lo hace a propósito? La idea de caerme desde un primer piso no hace gracia. Es un primer piso muy alto. Pienso en el dolor insoportable que tendría una pierna doblada, que no es lo más grave, porque también me podría fracturar el cráneo, y enseguida escucho un ruido desde arriba. Es Max.

–¿Pasó algo? –grita Wanda.

No hay tiempo de preguntar mucho. Los gendarmes ya están en la escalera.

–Me doblé el pie –dice Max.

–No entiendo cómo –sigue Petra, asomándose desde el techo y tendiendo las manos.

No alcanzo a entender bien lo que pasa. Wanda me empuja y me levanta, Petra me toma de las manos, y antes de que pueda decir no quiero estoy en el techo, mirando las estrellas que están por todos lados.

Es como si por años no las hubiera visto. La luna está muy cerca y tiene un color rojizo que me hace acordar al pelo de la Flor. No está llena, está en cuarto menguante, pero parece más grande de lo que yo recuerdo.

Wanda ya está encaramándose por una saliente. Quedamos los cuatro sobre el techo y tenemos muchos techos de diferentes alturas para escaparnos. Eso es mucho espacio y me da alivio pensar que vamos a encontrar una escalerita, vamos a bajar a otro edificio y no va a haber sido tan complicado escaparse, después de todo.

Pero no llego a alegrarme. Petra señala la otra manzana. Una que está cruzando la famosa calle Connor. La tenemos enfrente. A un costado está la avenida grande y un poco más lejos la dragnet desde donde siguen iluminando con reflectores. A nosotros no parece que nos vean.

–Vamos a cruzar esa calle.

–Volando, seguro –me burlo.

–Vamos –me empuja Wanda.

–Max se dobló el tobillo, no puede... –sigo.

–Yo ya estoy bien. No sé qué me pasó.

Pienso en decirle que debe ser una alucinación material, que fue mi culpa, pero como sería de un nuevo tipo que nunca tuve, y como en realidad me parece mantener todo esto oculto, me callo.

Los tres caminan hacia el último borde del edificio, donde termina el techo. Y ahí noto que de verdad quieren cruzar a la otra manzana por lo alto.

***

Parece que cuando uno se desmaya borronea las cosas que le pasaron poco antes del desmayo. Para uno es lo mismo que si no hubieran ocurrido.

Yo no me desmayé, porque llegué sobre mis pies y caminando, pero creo que llegué como sonámbula, así que puedo decir que sí me desmayé.

Yo estaba mirando la calle Connor. Ya la consideraba una vieja conocida. No daba vueltas nadie, salvo el señor que antes le había pegado al gendarme. Estaba suelto e intacto. Las noticias sobre la brutalidad policial a lo mejor eran exageradas, si ni siquiera a él le hacían algo. No sé bien, yo miraba para abajo y de pronto se me aflojaban las piernas. Era un vértigo nuevo, no el que habitualmente me dan las alturas.

Era que Petra me estaba acariciando la cintura, las caderas, el contorno de esa parte del cuerpo.

–¿Qué hacés? –le dije yo.

–Te tenés que tranquilizar, bombona –dijo ella.

Yo no lo pensé mucho y le di una cachetada tan fuerte que la dejé mirando para el otro lado. Seguro era inapropiado, dadas las circunstancias, pero también era inapropiado lo que ella hacía. Yo no sentía más las piernas, tenía una electricidad en todo el cuerpo, y ahí es donde digo que me desmayé.

Petra no se quedó mal, me parece. Pienso que siguió usando conmigo esa técnica que no sé quién le habrá enseñado.

Sobre la calle había un cable de luz. Ese cable lo íbamos a usar de agarre. Bajo el cable había una varilla metálica que habían instalado Wanda y compañía justamente para cruzar. Por esa varilla cruzamos. No creo que haya sido ninguna hazaña.

Pero de verdad no me acuerdo de nada.

Mi siguiente recuerdo, después de la cachetada, salvo ese recuerdo fantasma de una mano que me decora el ombligo, lo amasa, es que estoy sentada contra una pared y me paso la mano por el pelo todo transpirado.

Es ahora que me paso la mano. Quiero llorar más que nunca antes porque me siento con otro tipo de suciedad, que es otro tipo de humillación, pero es tan feo lo que siento que ni llorar puedo, y sacudo la cabeza.

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