II. 13. Pympp y el impresentable

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Petra está por venir con nosotros, pero ella dice que sola se arregla lo más bien. Petra va a venir lo mismo. Se nota que no le importa tanto lo que dice Wanda. Pero mi propietario hace un ruidito con los dedos y Petra se le acerca.

–Nos contaron que la no-persona intervino ayer con el Poder Ejecutivo. Que lo salvó a Antay, nadie sabe por qué. ¿De verdad hizo eso?

–Sí –empieza Petra–, y hoy a la mañana pasó...

No escucho más porque Wanda ya me está llevando de la mano a un pasillo que arranca al final del local, junto a las barras.

El local es enorme y tiene una planta rectangular. Parece más grande todavía por los espejos que corren a lo largo de una pared. Hay cuatro escenarios chicos y uno grande. En todos hay algún tipo de espectáculo.

Creo que ninguno es apto para menores. No voy a entrar en detalles, pero calculo que a las personas que vayan a limpiar el escenario dentro de un rato la tarea no les va a resultar fácil. Y más les vale que se apuren, porque si eso se seca, no quiero ni imaginarme.

No sé bien por qué pienso en esas cosas. Será para no pensar en otras. Wanda sigue caminando primera. Me lleva de la mano. Estoy seguro de que pronto me va a explicar por qué me vendió a Pympp.

Seguramente Pympp, que le da el nombre a esta confitería, sea mi propietario.

Y efectivamente, apenas entramos a una habitación muy modesta, con espejos y armarios y una pila de ropa limpia pero sin planchar amuchada contra una pared, Wanda dice:

–No es lo que parece.

–Ya sé. Y no es tu culpa porque si no hacías esto, pasaba algo todavía peor. Secuestraron a tu hermano, mataron a tu papá, mutilaron a tu mamá, vos no tenés ninguna libertad real.

–No me hablés así.

Creo que estoy alucinando, pero se le cae una lágrima.

–¿Ahora llorás?

–Claro que lloro. ¿Qué, no puedo llorar?

–¡Vos me vendés a Randy Pympp y ahora llorás! Sos una caradura.

Se ríe un segundo entre las lágrimas.

–Tu propietario es un impresentable. Qué va a ser Pympp, no seas loca. Cuando a Pympp lo veas lo vas a reconocer seguro, no tiene nada que ver con ese impresentable.

–No veo qué importancia tiene esto.

–Vos sacaste el tema.

–Recién te estabas disculpando y ahora me querés ganar una discusión que a nadie le importa.

–Igual no me ibas a perdonar.

Yo respiro hondo.

–Wanda, ¿vos sos idiota? ¿Cómo te voy a perdonar? Mirame. Estoy presa. Me van a hacer de todo. Vos me arruinaste.

Ella dice que no con todo el cuerpo, pero sobre todo con la cabeza, que mueve como un péndulo, varias veces. Como si tuviera mucho tiempo o pensara en qué responder.

–Es al revés. Yo te salvé.

***

Su pretexto, ahora, es que si yo no estuviera acá, como esclava en lo de Pympp, estaría muerta.

–Más te hubiera valido atarme de pies y manos y mandarme de vuelta a la Federación, si sos tan salvadora –le digo yo–. Pero no te quieras justificar. Ya me estás aburriendo. Volvé con tus empleadores y contales a ellos esos cuentos estúpidos.

–No podía mandarte de vuelta. ¿Te parece que tengo ese tipo de plata? Tampoco pienses idioteces, Antay, pensá en cosas que sean posibles en el mundo real.

–Vos me mentiste en todo.

–En todo no. Yo de verdad nací en Inglaterra, en Dover, frente al Canal de la Mancha.

–Como si me interesara.

–Ahora es el momento de pensar un poco. Yo creo que tu mejor posibilidad de supervivencia está en plegarte a lo que tu propietario quiera. Con eso podés caerle simpática a su socio. El Caddy, el gendarme que vos ya conocías. Entre los dos pueden hacerte la vida bastante fácil en la Franja. Con los meses hasta es probable que te dejen salir del local.

A ella le pasó lo mismo, pienso de golpe. A ella y a Petra. No quiero detenerme a especular por qué no se escaparon, si de verdad sucedió así.

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