15. Aparece una Flor

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El que entra caminando lo más tranquilo es un muchacho de pelo ondulado y rojizo. Levanta la mano de un modo que ni siquiera parece una muestra de poder. Parece que tiene todo controlado desde el principio. Pero a Ricky esto no debe interesarle, porque se le acerca con la Beretta. Se la apoya en la sien y le grita que levante las manos. El hombre ni lo mira. Tampoco deja de caminar. Ricky no se atreve a apretar el gatillo, tampoco a frenarlo por otros medios, y el hombre dice en un tono lento y reposado:

–Abajo esas armas o explotamos todos. Yo tengo una copia de mi identidad hecha minutos atrás. Ustedes, en cambio. Ustedes no tienen back-up, ni siquiera anticuado, así que ni lo intenten. Tienen todo para perder y yo nada.

Es imposible que en la Tóxica haya organismos tan avanzados, que tienen respaldada la identidad, yo pienso. No es rentable. Este hombre debe ser un recién llegado, debe venir de un lugar con mucha más riqueza, pienso, mientras le miro el cinturón que titila. Ahí debe tener la bomba que nos va a hacer explotar a todos.

–¿Viniste solo? –pregunta Sierra, apuntándolo con su cañón de juguete.

–Eso no cambia nada. Bajen las armas y negociemos como personas civilizadas y solamente después, si no llegamos a un acuerdo, nos matamos. Total ¿qué apuro hay? Ya estoy cansado de la informalidad de los coloniales de acá, los antiguos argentinos, que pegan primero el tiro porque no saben planificar bien la estafa.

–Estamos cansados de las estafas –gruñe Sierra.

–Entonces no sé no cómo estás con este tipo.

Señala con el mentón al Gaucho Kubrick que, en todo este rato, se fue empequeñeciendo y ya no parece la persona que vi al llegar. Pienso que Kubrick es un actor, que su achicamiento no es real, pero ahí está. El visitante, que estuvo fresco y relajado desde que llegó, no puede esconder la reacción de rechazo cuando habla de Kubrick. No es desprecio. Se nota que Kubrick significa mucho para él. Veo que se lleva la mano al cinturón que titila. Pienso: si le tiene tanta rabia ya veo que nos hace volar por el aire y caemos todos por culpa de uno. Lo peor es que el tipo no tiene nada que perder. Tiene su identidad en alguna caja de seguridad y puede comprarse otro cuerpo. Puede duplicarse todo lo que quiera, mientras nosotros no podemos ni comer dos veces un plato de comida. Pero sobre todo yo no puedo permitirme eso de morir en una explosión imprevista porque tengo una misión en el Territorio.

Al mismo tiempo, me acuerdo de que llevo muchas horas sin comer y me da hambre.

–Disculpe, señor –le digo.

Es una de las pocas veces en mi vida que me animo a hablar en una situación tan tensa, rodeada de gente mayor. Se me suben los colores a la cara y no digo nada más porque voy a empezar a tartamudear.

–Este delincuente Kubrick me debe muchas cosas –sigue el muchacho.

Es muy delgado, tiene el pelo color sangre y se mueve de una manera muy eléctrica. No me escuchó, por lo visto, entonces yo lo sacudo, gritando:

–¡Disculpe, le dije!

Ahí me mira. Me dice que no tiene nada que disculpar, al revés, que lo disculpe yo a él. Se achata el pelo con una mano y me tiende la otra. Nos damos la mano. Parece que nos estamos presentando, lo cual es absurdo, porque él tiró la puerta abajo y después amenazó con una bomba.

–¿Quién es esta persona? –le pregunta al grupo.

–Se llama Antay –dice Kubrick–. Antay, te presento a la Flor.

No me puedo imaginar que a esa persona de verdad sea la Flor.

–Hola, muchacho. Vos no me conocés, porque soy el secreto mejor guardado de los... No importa, tampoco es que sea un secreto tan bueno. ¿Vos a lo mejor me sentiste nombrar?

–Todo el mundo escuchó nombrar –digo–. El apodo es la Flor y el nombre oficial, a ver si hago memoria... El nombre es Rozas.

–Encantado, mucho gusto, se ríe Rozas, alias la Flor.

¿Este será de verdad la Flor?, pienso, dando un pasito hacia atrás para observarlo mejor. Rozas no es un santito poderoso, ni siquiera es un santo, pero es una de los mitos locales que los Troy utilizan para aterrorizar a los porteños. Los chicos de la Capital escuchan que si se portan mal va a venir Rozas a llevarlos. Yo siempre pensé que era un cuento de viejas, pero ahí, cuando veo a ese tipo, ya no estoy tan seguro. Es tan decidido, fuerte y seguro de sí mismo como es violento y a la vez sincero. Al menos, da esa sensación. El famoso Rozas, a quien por su mismo apellido apodan la Flor.

Por primera vez me doy cuenta de que el sobrenombre es adecuado, porque resalta un aspecto muy delicado que alguien tan agresivo también tiene.

–Somos muchos para un living tan chico –dice la Flor–. Les voy a pedir a Kubrick que se quede y a los demás que nos dejen solos un minuto. Nos esperan en la habitación o en el baño, no vamos a tardar mucho. El patio no lo recomiendo por algunos riesgos de derrumbe.

A Sierra se le hincha la papada. Es la primera vez que le observo un gesto corporal que se relaciona con alguna emoción. A lo mejor significa que está ofendido o irritado.

–Yo voy a estar presente en cualquier negociación que tengan –dice–. Espero que se den cuenta que esto afecta también mis planes.

–De ninguna manera. No tenés manera de ejercer presión, Sierra. No perdamos tiempo. En menos de cinco minutos, por lentas que sean las autoridades, la casa va a estar rodeada. Kubrick es un fugitivo. Vos, Sierra, estás en la clandestinidad desde que empezó el gobierno colonial. Ricky tiene antecedentes penales. Hasta la señorita Roca y Antay la van a pasar negras si los encuentran con nosotros.

–¿Kubrick qué te interesa?

–No voy a entrar en detalles, pero hace dos meses le di un cargamento valuado en dos millones y medio. De soberanos. Tenía que pagar intereses hace un mes, y no pagó. Tenía que devolver el principal hace una semana, y se encontraba prófugo. Se escapó con la mercadería, así de fácil.

–Justo ahora estoy insolvente, amigazo –dice Kubrick–. Me agarraron antes de cruzar la frontera y salvé la piel de pura suerte. Decomisaron todo el cargamento. Pero charlemos tranquilos, vas a ver que acá nadie quiere engañar a nadie.

Mientras dice eso, señala la mesa y empieza a sentarse. Yo lo veo que rebusca algo en su bolsillo, pero pienso que no puede ser. No va a arriesgarse a sacar un arma y que después Rozas haga estallar la bomba

–Vos te creés muy vivo, Kubrick –dice la Flor clavándole la mirada–. Pero el que ríe último ríe mejor, ya vas a ver.

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