Estamos esquivando las bombas que echan los cazas. Lo bueno es que no hay enemigos a nuestro nivel, al menos que yo vea. Los enemigos están en el cielo y no creo que nosotros les importemos mucho.
Esa es nuestra única ventaja. Somos tan chicos que a nadie le importa si sobrevivimos.
–Mirá la cantidad de riqueza que destruyeron en cinco minutos –suspira Kubrick–. No dejaron nada de la ciudad. ¿Vos tenés una idea de lo que podía valer Vicio? Yo le calculo que tres mil millones o más.
–No es tiempo para pensar en dinero –lo reto–. ¿No ves que se está muriendo gente?
Y es verdad. Hay muerte por todos lados, aunque yo no quiera hablar mucho de eso.
Kubrick se ríe. Le debo parecer ingenuo.
–Siempre es tiempo de pensar en dinero, porque el dinero está en todas partes y permite cualquier cosa. Permite ganar una guerra, salvar a un hermano, dominar a un país.
Casi le digo que no puede interferir con las cosas más delicadas, como el amor, pero no sé por qué le diría eso y además ¿cómo sé yo si no interfiere también con esto?
–Si tu familia hubiera tenido el millón que necesitaba tu hermano para operarse, tu papá no habría tenido que venir al Territorio ni vos atrás de él. ¿Y ahora me decís que no es tiempo de pensar en dinero, cuando el dinero le da o le quita la vida a tu hermano?
–El dinero va y viene –repito una frase de papá.
–El mundo es un vehículo y el dinero es la nafta, Antay. Por eso siempre es momento de hablar de dinero, porque es lo mismo que hablar del mundo.
Interiormente suspiro. Un poco me quiero morir, porque me quedé con un loco, mientras vamos buscando un camino por el laberinto de calles cortadas de Vicio, se pone a filosofar. Me tendría que haber ido con la Difunta cuando enfiló para el otro lado.
Pero la Difunta iba con Petra, la chica que me vendió a Pympp como si yo fuera una mercancía cualquiera. Creo que es mejor estar con Kubrick, lo cual no quiere decir que voy a escucharlo hasta el infinito. Tomo la decisión de cortarlo.
–Sí, bueno, muy interesante lo que decís. Pero ¿qué estamos buscando?
Una bomba cae en un edificio que tenemos a la derecha. Más allá del edificio está la avenida. El edificio se derrumba, vuela mampostería para todos lados y tenemos que refugiarnos en la vereda de enfrente.
Me lleva un segundo ver que el edificio caído es el mismo al que entré ayer con Max, cuando nos escapábamos del gendarme. Ahí tomo conciencia de que Kubrick me está llevando cerca del muro. Se me ocurre que quiere volver a la Federación, aunque alguien me dijo que en momentos de violencia en las calles el pasaje está clausurado. Igualmente le pregunto. Quizá conoce un túnel secreto o algún otro tipo de pasaje clandestino.
–¿Queremos ir a la dragnet?
–Sí –me dice tomándome de la mano para que arranquemos de nuevo a correr.
–Pero está cerrado.
–Precisamente. Nadie lo custodia. Si no, sería imposible acercarse.
***
Llegamos a esa plaza de hormigón desnudo, no sé dónde llamarla, por la que ayer corrí mientras Kubrick quedaba en el suelo con una herida que resultó no ser muy grave. Y ahí me acuerdo de la herida. Le pregunto.
–¿A vos no te habían pegado un balazo ayer?
–Sí –dice.
–¿Fue una herida sin importancia?
–No, fue bastante grave.
–¿Y ahora ya estás bien?
–Sí, más o menos. La Difunta me dio un poco de su agüita. Lo que otra gente llama vitalidad. Puedo ir tirando lo más bien, después veremos.
Somos una presa fácil en ese espacio despejado pero, por lo visto, las personas sueltas no somos el objetivo de la Fuerza Aérea. Ahí, bajo el cielo pelado, entre aviones que pasan, podemos ver que Ciudad Vicio está derrumbada por todos lados. Se está convirtiendo en un cráter. No es que veamos los detalles, porque el humo no deja ver bien la magnitud de la destrucción, pero sí podemos ver las líneas generales. Da la impresión de una destrucción total. Un avión amarillo se acerca desde el sur, echa su huevo explosivo, y ya se está alejando cuando oímos la explosión. Lo mismo pasa con un avión azul y otro verde. Parece que se alternan y deben tener un acuerdo tácito de no interferirse. También de no tirar bombas demasiado poderosas. Porque todo el hormigón que conecta con el muro parece intacto. No me imagino que esto pueda durar mucho.
–Nos van a tirar bombas en cualquier momento –le digo a Kubrick.
–No –dice él–, tranquilo. ¿Viste que para este lado ni siquiera vienen? No quieren lastimar la dragnet ni las rutas, mucho menos el muro. Fijate la prolijidad con la que bombardean Vicio sin salirse del perímetro.
Kubrick y yo ya no corremos. Trotamos. Nos acercamos a la gran línea roja que marca el inicio del Territorio o en realidad, visto desde donde estamos nosotros, su final. Sigo sin entender, hasta que entiendo.
Estacionado en el mismo lugar que ayer, muy cerca de la línea, veo al Fordcito. Tiene unos cuantos agujeros de bala pero al parecer le dieron en la carrocería, no en el motor ni en las gomas. Kubrick se sube. Encuentra la llave puesta, la hace girar.
El auto arranca. Yo me llevo las manos a la boca y casi me dan ganas de llorar o reírme, lo cual es lo mismo, porque que el Fordcito ande es una alegría como encontrarse con un miembro querido de la familia. Me da esa emoción del reencuentro, me parece, no es solamente que nos vamos a poder escapar.
–Subite, dale –me grita Kubrick.
Pero no alcanzo a hacerle caso que alguien ya me toma, suave pero con firmeza, del cuello.

ESTÁS LEYENDO
El Territorio
Science Fiction...lo único que cambia es el pasado El joven Antay necesita un corazón para su hermano. Su única posibilidad de conseguirlo se halla en el Territorio, provincia donde los delitos están permitidos... La antigua República Argentina fue invadida en 198...