III. 19. Un Gaucho en el baúl

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–No acerques a la Difunta –me levanto y le grito a Petra–. Le está haciendo mal al Gaucho, se desvaneció de nuevo.

Es verdad que el Gaucho ya está cerrando los ojos. A la vez, el efecto que su mirada tuvo en mí está activo. Su mirada es una droga que se destila con lentitud. Sigue siendo efectiva hasta cuando no está a la vista. Yo me siento su instrumento, o más bien siento que encontró en mí una parte que quiere ser su instrumento y a su modo la pone feliz ese modo de ponerle bozal a la libertad.

Porque demasiada libertad ahoga. Demasiada libertad significa que no te queda nada para perder. No hay nada más agotador que esa libertad.

Mientras tanto, Petra titubea. De pronto me volví sospechoso para ella. Mira a Sierra. Sierra levanta la pata desde la cabeza del caballo. Petra se queda quieta.

Yo trato de levantar al Gaucho. Es un peso muerto pero logro tenerlo parado.

–Escuchame, Antay –dice Sierra–. Lo que permitió el crecimiento de la humanidad fue la racionalidad. El cálculo. Pero no el cálculo egoísta, de corto plazo. Fue el salto al vacío de hacer el bien si esperar nada a cambio, el que después da un beneficio mucho mayor. El humano nacido y criado a veces se olvida de esto. Se distrae con la ganancia de corto plazo, hace el mal al prójimo, lo daña y maltrata.

–Bueno, pero la I.A....

–La Inteligencia Artificial no hace eso, y por eso es la única solidaria. Además, no te olvides, toda inteligencia es artificial. No hay nada de natural en la inteligencia. Cuando al humano lo infectó el virus del lenguaje, hace 50.000 años, cuando se transformó en lo que es y adquirió inteligencia en sentido estricto, dejó de ser un ente natural. Lo natural no es la inteligencia y...

–Se está despertando el Gaucho.

–... toda inteligencia es artificial, salvo que use al corazón de trampolín.

¿Ahí Sierra me guiña un ojo? Yo creo que me guiña un ojo.

***

Va a ser imposible para mí llevarme al Gaucho contra su voluntad, aunque esté desmayado. De eso, hasta yo me doy cuenta. Tampoco me tienta la idea de cargarlo, aunque solo pese cincuenta kilos. Serían al menos quinientos metros y no llegaría a nada antes de que me frenen. Un momento pero, ¿cuál es el plan? ¿Tengo uno?

Veo el plan mientras lo voy llevando a cabo, sin preverlo. Empujo a Sierra del caballo, lo hago volar a varios metros. Él ruge de rabia pero hasta que pueda reaccionar yo ya voy a estar lejos. No quiero que me acompañe una I.A. Yo ya sé de qué lado están. Petra se me empieza a acercar. Su velocidad es escasa, porque carga a la Difunta. No se le ocurre dejarla en el suelo. Yo me apuro a levantar al Gaucho, lo monto como puedo en el caballo y él por algún milagro queda vertical. Inestable, pero montado. Yo me subo adelante, tomo las riendas y empiezo a maniobrar.

No sé si con un caballo se dice maniobrar. Lo que hago yo es tan torpe que seguro no se puede llamar así. Estoy yendo para el lado contrario al que me interesa. Yo quiero ir hacia la salida, hacia el cementerio de coches.

–Pasame –dice el Gaucho.

Entiendo que se está refiriendo a las riendas. Se las paso y él hace que el caballo lo obedezca. Ahí sí empezamos a ir hasta los coches.

–Vos no sabés... –empieza el Gaucho–. Manejar. Auto.

No sé cómo se enteró, pero es cierto. No sé manejar.

–No te preocupes, no importa –respondo–. Aprendo rápido, dentro de todo.

Y pienso en todo lo que aprendí en los últimos dos días. De verdad me parece que aprendo bastante rápido.

***

Hay una persona de la que casi me había olvidado, con tantos idas y vueltas. Es Jaimie, el chico de la comisaría. Me acuerdo de él recién cuando lo veo en el asiento del conductor del Fordcito, con la puerta abierta, las piernas hacia afuera. No alcanza a tocar el suelo. Se lo ve muy relajado, en otro mundo.

–¿Qué hacés solo? –me pregunta–. No digo solo, trajiste a un desmayado, digo dónde están...

–No soy ningún desmayado –dice el Gauchito, que pese a todo sigue desmejorado, no puede reaccionar del todo.

–Jaimie –le pido–, abrime el baúl. ¿Vos sabías que Sierra era una Inteligencia Artificial? Lo tuve que dejar tirado, yo creo que ya no nos puede acompañar.

Se hace un silencio.

–No sabía –dice Jaimie mientras va a abrir el baúl.

–Ahí tuvimos encerrada a la Flor, ¿verdad? En el baúl.

Desmonto y vuelvo a levantar al Gauchito. No lo apoyo en el suelo. Lo trato con mucha delicadeza, como a un vegetal precioso y un poco seco que pudiera quebrarse con el primer impacto.

La Difunta está muy cerca. No la veo todavía, pero sí veo la debilidad del Gauchito.

–No nos hace falta ningún baúl –dice el Gauchito.

Quiere incorporars para mirar a Jaimie de frente, pero no le doy oportunidad. Lo arrojo con cuidado dentro del baúl y lo cierro de un golpe.

Pronto empiezan a patearlo desde dentro. Si sigue así, en unos segundos lo abre y yo voy a estar en problemas de lo más graves.

Abandoné a Sierra en medio de las Salinas, encerré al Gaucho en un baúl, me digo. Yo debo estar loca, pienso, y el pensamiento me gusta.

Quiero hacer una parte del camino sola.

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