TEMPORADA IV, MATERIALES ALUCINADOS. Primer capítulo ¿Puedo dormir con vos?

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EN LA TERCERA TEMPORADA DE EL TERRITORIO...

... Caen las bombas en Ciudad Vicio y Antay logra escapar. Lo acompañana Kubrick, Sierra, el jovencísimo Jaimie y la Flor. Marchan hacia las Salinas Grandes para revivir al Gauchito Gil. La novedad es que los complotados acaban de secuestrar al hijo del presidente del Sector chino.

La madre de Antay le comunica que la situación de su hermano es todavía más desesperada.

Durante un ataque callejero, la Flor concence a Kubrick y Sierra de que la envíen a ella para neutralizar a los bandidos. Ellos acceden. La Flor tiene éxito, pero huye con el misterioso maletín de Kubrick. Este contiene la famosa miel de Belgrano, necesaria para revivir al Gaucho Gil.

Al equipo se suma la Difunta, única capaz de inhibir el poder del Gauchito Gil. Pronto llegan a las Salinas, convencidos de que es tarde: la Flor seguramente ya habrá descongelado al Gaucho con la ayuda de los hermano Pincheira. Pero Sierra difunde un rumor que ya circula en la Federación: la Flor habría matado al mayor de los Pincheira. Antes de que haya podido revivir a Gil, se desarrolla una pelea y, después de asesinar a uno de los Pincheira, la Flor huye.

Antay encuentra la miel y revive al Gaucho. Luego lo conduce al auto. Tiene un desencuentro con Sierra, de quien se revela que es una Inteligencia Artificial, probablemente en contacto estrecho con los poderes imperiales. Se reconcilian en apariencia. Encierran al Gaucho en el baúl y parten rumbo al laboratorio de Bérkov en Acha, último lugar donde hay noticias sobre el padre de Antay. De camino, les entregan al niño chino secuestrado y a su niñera.

En Acha, averiguan poco antes el padre de Antay se fugó. Pronto las autoridades chinas detienen a Antay...


IV. 1. ¿Puedo dormir con vos?

Yo dije que el laboratorio de Bérkov y Walter Xi parece una cárcel, y es un poco verdad. Pero no es verdad del todo, porque no es solamente que parezca. Es una cárcel hecha y derecha. Tiene una sección para detener gente. Nos conducen a una sección de calabozos. Somos Petra y yo, nada más. Tengo la esperanza de que Sierra y Jaimie se hayan escapado. Alcanzo a ver al menos diez celdas. Están por separarme de Petra pero yo digo que no.

–No podemos poner juntos a varones y mujeres –me dice el guardia que nos lleva–. En la misma celda seguro que no.

No nos ingresaron de manera formal. Todavía no deben saber bien quiénes somos, ni siquiera nos revisaron, solamente nos hicieron vaciar los bolsillos. Yo me presenté como varón y ellos no hicieron más preguntas.

–Dale, no seas tan estricto –dice Petra.

El guardia sonríe. Somos un asunto de rutina, todavía.

–Bueno, da igual –dice–, total mañana los van a mandar a sus destinos definitivos.

En la primera celda veo a un señor dormir. Parece enfermo. En la segunda hay un viejito prendido de los barrotes que nos mira con atención. En la tercera celda nos encierran. Nos dan algo de comer. Yo no me había dado cuenta de que podía tener tanto hambre, un hambre de verdad tan profundo, y no darme cuenta. Al comer me doy cuenta de que tenía ese tipo de hambre. Después apagan las luces y nos acostamos. Son camas cuchetas. Yo voy arriba.

–¿Puedo acostarme con vos? –pregunta Petra.

–Vos me debés estar haciendo un chiste –le respondo con sorpresa real.

–¿Puedo?

–No.

Y por primera vez siento que estoy atado de pies y manos, lo cual puede ser un alivio, porque al menos no me duelen los pies o las manos. Alcanza con no moverlos y no duelen. Me siento bien, un poco anestesiado, más o menos feliz. Ya no hay nada que hacer y esa entrega, no por primera vez, me da un poco de alivio.

***

Eso no quiere decir que me pueda dormir. Quedan muchos cabos sueltos. Papá está cerca del laboratorio. De eso no hay duda. Estaba ahí detenido y se escapó justo hoy, un día martes. O un día miércoles, en realidad, porque ya son más de las doce.

¿Qué interés puede tener un laboratorio chino en detener a papá? Salvo que él, me pongo a especular, haya querido robarles algo. Un corazón, por ejemplo. Me quedo dura un instante, como esperándome algo. Y pronto alguien se acomoda al lado mío en la cama, que es muy angosta.

–Te dije que no –le digo a Petra–, es muy violento lo que hacés.

–Dale, un ratito nomás.

–No –y la empujo.

Pero no alcanzo a sacarla de la cama, ella es mucho más fuerte y me termina dominando. Nunca tendría que haber empezado con la fuerza física, porque ella ahora lo da vuelta como si fuera un juego y aprovecha para acariciarme los brazos y los hombros. Quiero gritar. A la vez no quiero. Pienso que voy a morderla y arrancarle un pedazo. De pura desesperación.

No hace falta. Ella ve que no le estoy hablando en broma, toma un poco de distancia y se pone de canto, apoyada sobre el hombro. Me mira. Sonríe.

–Perdón –dice.

–Andate –le digo.

Pienso en si decirle "por favor", pero pienso que sería enviar el mensaje equivocado y no digo nada. Le sostengo la mirada. Ella al final se baja.

–Voy a volver cuando te duermas.

No lo hace sonar a amenaza, pero yo creo que no puede ser otra cosa. Qué mujer horrible esta Petra, tuve mala suerte en cruzármela, pienso, aunque me haya salvado, a su manera, de los gendarmes de Vicio.

***

Bien, les dije que estaba haciendo memoria. Papá y Roth, por un lado, probablemente anden en General Acha, como yo. Mamá y Jairo, por el otro, siguen en la Tóxica. Sierra está en el auto en las inmediaciones del laboratorio. El chico secuestrado y su niñera, Wei y Jane, ya se deben haber escapado del auto. Sierra solo no va convencerlos de que se queden con él. Sierra y Jaimie tampoco. Me imagino qué pasaría si los encuentran. ¿Podrán pensarse los chinos que tuve algo que ver con el secuestro? Ahí nuestros líos serían más grandes todavía.

Petra está acostada abajo mío. Una depredadora. Ojalá hubiera sobrevivido Wanda en vez de ella.

Después está el tema de Ms. Roca, también secuestrada, pero en eso no puedo pensar mucho. No tengo datos.

El Fordcito de la Difunta nunca llegó al laboratorio. Se desvió antes y nunca supe qué dirección tomó. El Gauchito seguirá en el baúl.

Estoy pensando en eso cuando se prenden unas luces en el pasillo frente a los calabozos y ¿a quién veo pasar? Al Cacique Calfucurá, primero. Al Gaucho Kubrick, atrás. Ellos dos están esposados, mientras que con Petra y conmigo no tomaron esa precaución. No les habrá parecido necesaria.

–¿Qué pasó? –les pregunta Petra, que también los ve.

–Nada, dormite –dice Kubrick.

–¿Y la Difunta?

–No sabemos, callate.

–¿La Difunta? –pregunta el guardia, uno distinto del que nos trajo a nosotros–, ¿cómo la Difunta?

–Está delirando –Kubrick señala a Petra con desprecio.

–No estoy delirando –Petra quiere tentar al guardia–, estaban con la Difunta en las Salinas Grandes. Y te puedo decir con quién más estaban.

El guardia mira con desconcierto. Petra, por alguna pequeña ventaja, va a pasarles el dato. Sería típico en ella. No creo que les sirva de mucho, trato de pensar. Si la Difunta y el Gauchito se escaparon ya deben estar lejos.

El guardia encierra a Calfucurá y a Kubrick en la última celda y sale casi al trote. Va a hablar con alguien sobre los supuestos datos que tiene Petra, estoy seguro.

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