III. 5. Agentes y conspiradores

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–Bueno, ese agente encubierto les informaba a las autoridades que el Caddy y otros británicos estaban conspirando con gendarmes estadounidenses y chinos. Que mataran al Caddy, uno de los conspiradores, en sí mismo, no era un problema. Al revés, era un respiro para la Federación. Un enemigo menos.

–¿Ellos sabían que Caddy conspiraba?

–Quizá no que conspiraba, pero sí que era uno de los gendarmes más corrompidos de todo el Territorio. Seguro no lamentaron su muerte. Pero quizá supieran también que conspiraba. Les estaba diciendo que la Federación tenía un agente encubierto.

De pronto tengo una iluminación.

–El agente era Pympp –digo–. El mayor de los Pincheira.

–Exacto. Y la Flor no tuvo mejor idea que pegarle un tiro ahí mismo, en esa confitería de mal vivir.

–No fue la Flor –digo–. La Flor apareció más tarde. Fueron varios gendarmes y todos a la vez los que mataron a Pympp.

–Eso ya no importa y además no cambiaría nada –suspira Sierra–. La versión que circula es que la Flor mató a Pympp.

–Sigo sin ver por qué el secuestro –dice Kubrick.

–No es que yo lo sepa bien –dice Sierra–, son todas especulaciones, por el momento. Lo que dicen los analistas más comunes, los que están en los paneles, es que los gendarmes se pusieron nerviosos, sospecharon que los Estados estaban infiltrando su conspiración. Querían una palanca para negociar, porque sabían que iban a venir a atacarlos con todo.

–Pero eso no tiene nada que ver con la muerte de Pympp –digo–. Tiene que ver con el asesinato del Caddy, nada más.

–Puede ser –dice Sierra–. ¿En qué cambia?

Cambia, para mí, en que me parece una casualidad muy grande que maten a Pympp y justo ahí secuestren al chico.

***

–Y ahora medio mundo busca al asesino de Pympp, o sea la Flor –se ríe Kubrick–. Una vez que él no es culpable de matar a alguno, y justo a él lo buscan. Debe ser su karma, debe ser eso de hazte la fama y échate a dormir.

Nos quedamos por un minuto sin decir nada. Lejos, escuchamos explosiones menores, más espaciadas.

–¿Y ahora qué va a pasar? –pregunto.

–Ahí la Federación tuvo que intervenir –dice Sierra–. No puede hacer otra cosa, no puede dar signos de debilidad. Lo que ya hizo fue cerrar todas las fronteras del Territorio, aniquilar a Ciudad Vicio y ordenar a los gendarmes que se replieguen en las bases federales, cerca de la frontera. Quieren sacar del Territorio al mayor número posible. Al mismo tiempo van a entrar con miembros del ejército regular, gente de lealtad probada, desde los tres Sectores. La presencia oficial del Estado va a ser mínima, la indispensable para buscar a los cabecillas de la conspiración y a los secuestradores del chico, y para mantener operativas los fuertes, las prisiones, las empresas y los laboratorios.

Los laboratorios, claro. Pienso en el laboratorio de Bérkov y de Walter Xi. Pronto lo vamos a ver, tengo esa convicción. Una punta del ovillo está con ellos, en General Acha.

Pero sobre todo hay otra que le quiero preguntar, ahora que pienso en Acha. Primero dudo, pensando que Sierra me lo va a contar cuando quiera, si sabe algo, pero al final me animo.

–¿Jairo está bien? ¿Y mamá?

Él me mira.

–Desde que salí de la Federación, estaban como siempre. Sin novedades. Bastante bien.

–¿Y ahora?

–Las comunicaciones están cortadas en el Territorio.

–Eso dicen. Pero hace unas horas que estás acá, y lo mismo te enteraste de que secuestraron al hijo de un presidente. Seguro hay algún tipo de canal abierto y vos tenés acceso.

Yo sé que en el muro hay algún mecanismo inhibidor de ondas. De radio, de cualquier cosa. Las inhiben cuando quieren. Pero Sierra debe tener algún modo de burlar al inhibidor. Se lo pregunto. No me va a mentir de frente, considero.

–Tenemos agentes cerca del muro en dos o tres lugares claves –dice Sierra–. Están de los dos lados, del lado de acá y del lado de la Federación. Por un cable subterráneo nos comunicamos con el otro lado y así podemos pasar datos libremente. Pero tratamos de no abusar. Es peligroso que nos descubran. El sistema funciona mejor cuanto más cerca estemos de uno de esos puntos.

–¿Ahora estamos cerca? –pregunto.

–Bastante cerca –dice él.

Pienso que ya lo tengo casi convencido. No digo nada, creo que él mismo va a decir. Y efectivamente:

–Creo que podemos hacer la prueba de que llames –dice–. ¿Querés ver cómo están? Hablá con tu mamá, dale.

***

Ahora que la posibilidad de escuchar a mamá se vuelve real, pierdo las ganas. Pienso que escucharla sería un riesgo enorme, que me robaría muchísima energía.

–No, pensándolo mejor yo no quiero hablar. Tengo miedo de que mamá me quiera hacer volver.

–Claro que va a querer hacerte volver. Pero no va a poder.

–Mejor no.

–A ella le va a hacer bien escucharte. El momento es ahora.

Mientras tanto, Kubrick teclea unos dígitos en ese aparato que le había visto en el camino de ida, cuando le llegó el mensaje de que alguien, un grupo que no me reveló, le ofrecía tres millones de soberanos si me entregaba pasando los controles fronterizos. Me pasa el aparato. Hay mucho silencio, no parece que la comunicación esté funcionando, pero de repente escucho:

–¿Hola? ¿Sos vos?

Es mamá.

–¿Wayne, estás bien? –pregunta.

Le llega una llamada de un número extraño y cree que es papá. Pobre mamá. A lo mejor todavía tiene la ilusión de que papá vuelva por sí solo. Si me llega a escuchar la voz a mí, yo creo que se desmaya.

Y lo miro a Sierra como preguntando qué hacer.

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