10. Adiós a mamá

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La mujer me lleva a un calabozo que tiene la puerta abierta. La llave está en la cerradura, del lado de afuera. Se nota que no consideran a mamá una prisionera peligrosa. La encuentro boca arriba en una cama adosada a la pared. Tiene una toalla mojada sobre la frente y en el piso, a la altura de la cabecera, un balde. No reacciona cuando me siento en la cama.

-Tratemos de resolver esto de la manera menos dolorosa posible -dice la mujer-. Cuando se calme te la podés llevar a casa.

-Yo la veo bastante calmada -digo.

-Ahora -se ríe la mujer-. La hubieras visto cuando la traíamos.

Le corro a mamá la toalla de la frente y ella se acuesta de lado para enfrentar la pared. No me quiere mirar. Me inclino sobre ella y veo que arruga toda la cara. Parece que le da vergüenza y es como si no tuviera más lágrimas. Le digo que va a estar todo bien y ella me pide que no diga eso. Que no puedo saber, entonces que no lo diga.

-¿Me la puedo llevar? -le pregunto a la policía.

-Claro. Te trajimos para eso.

-Mamá -le digo-. Nos vamos.

-No me voy a ningún lado.

-Arreglalo tranquila con ella -dice la policía.

-Tranquilo.

-Lo arreglás como puedas, yo voy a estar en mi oficina. Cuando ella esté lista vos pasás, completamos unos papeles para que quede todo prolijo y nos olvidamos.

Enseguida se va. Yo le hablo a mamá pero ella ya no responde. Por lo poco que le veo los ojos, parece que se le hubieran vuelto de vidrio. Tienen una escarcha que los recubre. Pienso que no se va a levantar más de esa cama y me da tanta ansiedad que no puedo respirar.

Entonces en el calabozo empieza a formarse una niebla gris que proviene de una rejilla de ventilación. Me imagino que será tóxica, venenosa, y sacudo a mamá. La obligo a mirarme. Le digo que nos tenemos que ir. Ella sigue sin reaccionar. Le doy un tirón, la levanto, hago que se apoye en mí y salimos del calabozo.

No hacía falta tanto apuro. La niebla ya no está por ningún lado. Desapareció apenas me puse a pensar en otra cosa. Me pregunto si habrá sido una alucinación material. Ahora eso no importa. Aprovecho que mamá esté de pie y la hago caminar hacia la salida. Pero no logro hacerla dar ni diez pasos. En un corredor frente al calabozo encuentra una silla y se sienta. No me voy a pelear por eso. El corazón todavía me late muy rápido.

-Mamá -le digo-. Es importante que estés atenta.

-No es importante. Es lo mismo.

-No, es muy importante.

-No podemos hacer nada.

-Papá dejó dicho que iba a hacer tres llamadas desde tres lugares distintos y no hizo ninguna de las llamadas.

-Ya sé. Pero no puedo ir a ningún lado, mirá cómo estoy.

-En eso estamos de acuerdo. Vos no vas a ningún lado. Voy yo, mamá.

Parece que va a reírse. Le parece imposible que una persona que nunca se hizo ni dos huevos fritos, como yo, pueda ir al Territorio.

-Ni te van a dejar entrar. Un menor no puede cruzar salvo con los padres.

-Voy a tener que cruzar solo. No te puedo esperar, papá a lo mejor necesita ayuda urgente. Y alguien tiene que quedarse con Jairo.

-Eso es verdad. Pero la que va a ir soy yo -ahora vuelve a fantasear-, vos te quedás con tu hermanito.

Quiere levantarse y y dar unos pasitos pero enseguida trastabilla. La sostengo y le digo que ella no tiene que preocuparse de nada.

-Que no tengo que preocuparme, me dice.

Yo no soy imprescindible en la casa, pero ella sí, así que hasta por un cálculo egoísta conviene que vaya yo, le explico

-No vas a ir a ningún lado, me oís. Salgamos de la Central, vamos. Tenemos que hablar mucho vos y yo.

Ahora sí se le pasó la borrachera, parece. De golpe. Quiere salir a la calle, cuando hasta recién prefería quedarse sentada. Y me doy cuenta de que es porque tiene un terror real de que yo, un inútil para cualquier cosa que no sea ensamblar guiones, entre al Territorio.

Yo no me consideraba capacitada para llegar a la frontera, mucho menos para cruzarla, pero al verla que se opone muy en serio, como si fuera una posibilidad real, recién ahí empiezo a pensar que tal vez sea cierto. Tal vez pueda cruzar al Territorio.

Por eso es importante que los padres se opongan a los hijos en las cosas justas, no en cualquier cosa. Es algo que papá decía y yo antes nunca lo entendí del todo, pero ahora lo entiendo.

Mamá, al oponerse a mi partida, en el fondo me está dando permiso.

Imaginarme en el Territorio me hace sentir fuerte. Con mamá no vamos a llegar a ningún acuerdo, como es natural. En el fondo, esa falta de acuerdo me hace más fuerte todavía. Ella no puede darme su bendición y no se da cuenta de que es un aguijón más para que me vaya.

No sé por qué me acuerdo de papá. Él dice que a un hijo no se le puede enseñar a ser rebelde. Que es algo que el hijo aprende solo. A todos los padres les gusta un poco de rebeldía, no mucha, en sus hijos, pero no la pueden enseñar. No mucha pero sí un poco, el punto justo, y en situaciones desesperadas a lo mejor hace falta una rebeldía desesperada.

Ahora por fin estoy seguro. Voy a ir al Territorio. Tengo la fuerza y, aunque no la tenga, voy a ir lo mismo.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora