Bajamos de los coches para conferenciar. Sierra les cuenta a la Difunta y a Petra que la Flor se nos escapó. Petra se ríe. La Difunta se reconcentra más todavía. Está inquieta.
–No me puedo quedar acá –dice–. La cercanía del Gaucho Grande me hace mal, y eso que no está tan cerca todavía. Tampoco podemos volver para atrás. Vimos que ya están abriendo la dragnet de Vicio para hacer pasar a los militares. También a las brigadas anti-disturbios. Ya están pasando los vehículos pesados.
–Los vimos por la ruta –dice Sierra–. Pasaron por la autopista 3, iban al oeste. Traían arañas.
–Ustedes saben, los gendarmes de esas brigadas son los más entrenados y violentos. Quieren hacer una limpieza general. Un disciplinamiento. No pueden apuntar a los líderes rebeldes porque no saben quiénes son ni dónde están.
–Eso es cierto –me dice Sierra al oído–. Las comunicaciones en el Territorio son más lentas, los servicios de inteligencia funcionan con titubeo. Hasta la CIA tiene problemas operativos acá, justamente porque todo se hace a la luz del día. Son tantas, tantas cosas que nadie las ve. Y lo que no se hace a la luz del día, puede tener cortinas de lo más inesperadas para taparse. Muy pocos espías, de buena técnica, con algo que perder en el mundo exterior, quieren que los transfieran acá.
–Están entrando en números desmedidos –dice la Difunta–.
–No entiendo a qué viene esto –dice Sierra, educadamente.
–A que el Sector británico, por lo pronto, el que tenemos más cerca, no tiene idea de qué esperarse. Por eso están entrando de manera masiva, como si se esperasen una guerra.
–Quizá quieran colaborar en la búsqueda del nene secuestrado –dice Kubrick.
–¿El chinito Li Wei? ¿Qué les puede importar a los ingleses? No, el secuestro es problema de los chinos, a los británicos hasta puede favorecerlos porque debilita a su supuesto aliado, que en realidad es un rival. Yo creo que los británicos quieren verificar cuántos gendarmes son leales y cuántos quieren un gobierno independiente de la Franja. Y a los rebeldes quieren liquidarlos sin juicio ni nada.
–El secuestro de Wei puede ser un problema también para los demás Sectores –dice Sierra–. Si los gendarmes chinos se hacen fuertes pueden dirigir todo el golpe de Estado. Y si los gendarmes chinos tienen al nene, te imaginás, pueden hacer palanca por ahí con su gobierno.
–Todo eso no tiene por qué preocuparnos ahora –dice Kubrick.
La Difunta debe sentirse más cercana de Sierra que de Kubrick, porque dice:
–Sí tiene que preocuparnos, porque a cualquier cosa que camine la van a reventar a tiros para quedarse tranquilos de que no es una amenaza. Tenemos que entrar a las Salinas. Es el único lugar al que no van a atreverse a invadir, al menos mientras siga el Cacique ahí.
–No vamos a poder –dice Kubrick–. La Flor se robó el maletín con la miel de Belgrano.
La Difunta ya estaba pálida, pero cuando escucha la noticia se pone más pálida todavía. Se queda blanca.
–Vos me debés estar embromando. ¿Ni siquiera vamos a poder llevar con nosotros al Gauchito Gil? Decime que es un chiste.
–No –digo–, no es ningún chiste, pero a lo mejor si nos apuramos todavía podemos alcanzar a Rozas. Se llevó el vehículo de estos tipos, no nos imaginamos que sea un gran vehículo. A lo mejor llegamos a las Salinas antes que él.
–Corramos –dice la Difunta, y todos queremos hacer caso, menos Sierra, que dice:
–No tan rápido.
***
–Acá tenemos que hacer dos cosas –dice Sierra–. Tenemos que ir a las Salinas, pedirle acceso a Calfucurá y hablar con el Colgado.
Creo que el Colgado es el Gauchito Gil. Le dicen así porque en algunos de sus momentos, digamos, difíciles, se cuelga de un árbol como un murciélago. Calza las piernas en las ramas y entra en hibernación, boca abajo. Pasa así el tiempo hasta que algo lo pone en movimiento. Es una persona con un corazón de oro, muy generoso, eso dicen, capaz de ayudar a su propio verdugo, pero también alguien muy torturado, que sufrió mucho. Y a veces le hace falta parar, como a todos.
–Claro –dice la Difunta–. Vamos para ahí, no perdamos tiempo.
–No hace falta que vayamos todos.
–No te preocupes si a mí me hace mal, lo puedo manejar.
Sierra sonríe.
–No es eso. No hace falta que vayamos todos, nos podemos dividir en dos grupos.
–¿Y los que no vayan qué van a hacer?
–La otra cosa que tenemos que hacer. Dije que eran dos cosas pero hablé solamente de la primera.
La Difunta sacude la cabeza. No entiende. Como "la otra cosa que tenemos que hacer" es mi parte del asunto, hablo yo.
–Tenemos que encontrar a un hombre que se llama Roth, uno que trabaja en el laboratorio de Bérkov y Walter Xi en General Acha. Roth fue el último en ver a Wayne Rodríguez, que es mi padre, y es el motivo de que varios de nosotros estemos acá ahora. Papá tiene un corazón para mi hermano, le tienen que hacer un trasplante en las próximas horas o no va a contarla.
La Difunta resopla.
–¿Por un corazón viniste hasta acá?
Ahí me suben los colores a la cara.
–Claro, si no se me moría un ser querido.
Ahí ella cambia el tono.
–Disculpame, no te quise hablar mal. Lo que digo es que sería más fácil que Sierra te adelante el dinero de la operación y después vamos viendo qué pasa con tu papá. Ahí sería menos urgente encontrarlo, ¿no?
–Negativo –dice Sierra–. Hay motivos para pensar que Wayne Rodríguez está en algún tipo de situación con riesgo de vida y es muy urgente, repito, muy urgente que lo rescatemos. Más allá del corazón.
–¿Desde cuándo a vos te interesa la vida de un particular? –pregunta la Difunta–. Dale, Sierra. Vos lo que querés es mezquinarle la platita a esta chica.
–A este chico –digo.
Yo estoy seguro de que a Sierra no le interesa ahorrar la plata, que está pasando otra cosa. Pero también me parece cierto que la vida de un particular no le interesa. Que está pasando algo más.
–Perdón, a este chico. Le querés retacear unos soberanos, yo no sé qué ganás vos con eso.
–¿Qué gano con no tirar la plata por ahí? Vos deberías saber que esa es la primera manera de ganar. No perder.
–Ya le transfirió cuatro millones a la Flor –se ríe Kubrick–. Debe andar con problemas de liquidez.
–Esa deuda es tuya –dice con mucha calma el sapo–. Ahora vos me debés eso y un poquito más.
Yo siento que me desespero con tanta cháchara.
–No hay tiempo, hay que dividirnos. Yo tengo que ir a Acha a buscar a Roth –digo–, pero no puedo ir solo.
–Al contrario –dice Sierra.
–¿Cómo al contrario?
–No hace falta que vos vayas a Acha. Cualquiera puede encontrar a Wayne Rodríguez, no hace falta que sea su hijo Antay.
Yo me quedo pensando.
–¿Cómo no va a hacer falta que vaya yo? –pregunto–. Soy el que tiene más interés en encontrarlo.
–Eso puede ser, pero da lo mismo que vos vayas o no. En realidad, Antay, si vos no venías al Territorio daba casi lo mismo.
–¡Cómo va a dar casi lo mismo! –exploto de rabia.
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El Territorio
Science Fiction...lo único que cambia es el pasado El joven Antay necesita un corazón para su hermano. Su única posibilidad de conseguirlo se halla en el Territorio, provincia donde los delitos están permitidos... La antigua República Argentina fue invadida en 198...