8. Tengo que viajar yo

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Camino hasta ella con cuidado. No me gustaría resbalarme. Me acerco a mamá. Ella me toma de la mano. Los ojos le brillan. Parece que quiere decir algo, pero no encontrará las palabras porque se queda callada.

–Hay que encontrar a papá y traerlo –le digo–. No podemos perder tiempo y no hay ninguna alternativa.

–Ya te dije que tu papá no va a volver. Con mucha suerte, está perdido. Encontrarlo es como encontrar una aguja en un pajar.

–Él nos pasaba su ubicación tan seguido para que supiéramos en qué lugar del recorrido lo podíamos encontrar. Llamó por último vez desde General Acha. Más atrás de Acha no puede estar, pero tampoco llegó a Macachín porque, si no, hubiera vuelto a llamar. Hay que buscarlo entre Acha y Macachín.

–Eso es un montón de espacio. Llevaría días y días recorrerlo, y encontrar ahí una persona sería casi imposible. Segundo, ¿quién va a ir? Nuestra única familia somos nosotros tres. Aparte, suponiendo que encontráramos a alguien tan suicida como para ir, ¿con qué medios va a llegar tan adentro? Vos sabés que hasta un mínimo equipamiento cuesta mucho más de lo que tenemos.

Pero ya la chispita de la aventura le está quemando en la panza y quiere escuchar el plan, porque se imagina que tengo uno. Hay algo más que le quema en la panza. Se lo huelo en el aliento. Es el whisky, y no solamente el fondo de botella que quedaba ayer. Tomó mucho más, seguramente para darse ánimos. Y me habrá visto la cara de rechazo, porque dice:

–No mires así. El whisky genera riqueza.

Según mamá, eso es lo bueno del whisky. Siempre dice lo mismo. Que una puede no tener recursos ni para comprar pan, ni para comprar manteca, ni para comprar leche. Ni para el alquiler ni para los impuestos. Pero la plata para el licor siempre termina apareciendo como por arte de magia. Por eso el whisky genera riqueza. Nunca supe si lo decía en broma o en serio. Las personas con mi síndrome no detectamos bien la ironía, generalmente. Tenemos algunos problemas con la empatía, es lo que dicen. Con la cabeza puede ser que descubramos la ironía o el sarcasmo, si nos ponemos a pensar, buscando indicios y marcas objetivas. Pero naturalmente no los percibimos.

Somos como una máquina que detecta restos de azúcar en una comida y puede decir "es dulce", pero no sentir la dulzura. Así me pasa a mí con la ironía y el sarcasmo.

–Tenemos que ver la manera más segura de llegar a Macachín y de ahí pasar a Acha –le digo.

Ella niega con la cabeza. Se da cuenta de que no tengo ningún plan, solamente una intuición. Hay otra cosa que le molesta:

–No hay ningún "nosotros" que pueda ir. No hables en plural. Si alguien va, y sería una locura, tengo que ir yo sola.

Parece que por primera vez se le ocurre la idea de que puede ir ella en persona a buscar a papá. La idea, que es una esperanza, le da fuerzas.

Empieza a alejarse por el pasillo. Parece que quiere salir del hospital. La confusión le imprime una urgencia sin rumbo. La tomo del brazo para frenarla.

–Si estás yendo al auto, te pido que no subas –le digo–. Lo que quieras hacer, no lo vayas a hacer en auto.

–¿Cómo voy a ir sin el auto?

Está tan desorientada, pienso por un segundo, que quiere llegar a Acha en su autito. Me dan ganas de tomarla de los hombros y sacudirla. Me dan ganas de hacerme un bollito y quedarme solo, porque me parece que antes tenía un problema y ahora, con mamá que está al borde de algún tipo de crisis, estoy teniendo dos.

–Dejá que pasen unas horas. Mientras tanto podemos ir viendo las mejores rutas, buscando provisiones. A lo mejor conseguimos que nos acompañe uno de esos boy scouts que hacen dedo.

De verdad hay gente que hace dedo al costado de la ruta para conseguir que los entren en vehículo al Territorio. Son aventureros. Existe el riesgo de que sean peligrosos, porque una vez cruzada la frontera pueden hacer cualquier cosa, pero al menos uno tiene los kilómetros que pase con ellos de este lado para sondearlos.

–No voy a ir con ningún boy scout, ya conozco sus historias.

–Cuando te sientas más en forma, ahí vemos bien qué hacer. Lo pensamos un poco más, buscamos las mejores rutas, encontramos algún socio. Si vas vos, tiene que ir al menos otra persona.

Ella se ríe.

–No hay nadie que pueda ir. No tenemos un círculo familiar ni amistades, ya te dije.

–Bueno, más o menos.

Saco un poco de pecho. Me quiero mostrar. Quisiera que me vea. Cuando entiende que me estoy ofreciendo para entrar en el Territorio con ella pone cara de horror verdadero. Se da cuenta de que soy la única opción real. La única persona que va a estar dispuesta. Pero no lo puede aceptar, entonces me da instrucciones para las próximas horas, en caso de que Jairo se despierte.

–Alguien lo tiene que cuidar, te das cuenta –me dice.

–Podemos contratar a alguien. Para eso seguro que sí conseguimos la plata.

–No hay nadie de tanta confianza.

De nuevo quiere salir corriendo para subir a su autito y arrancar el viaje. Es su manera de escaparse, no de lograr algo. Ella pienso que yo no entiendo nada. Llegó el momento donde es inútil hablar.

La quiero frenar de nuevo pero me empuja con fuerza. Caigo al suelo. Ella ni mira en mi dirección. Empieza a caminar con paso enérgico rumbo a la salida. Enseguida la pierdo de vista.

Nunca en la vida hizo algo parecido y yo pienso que si está tan mal como para empujarme no me debería importar nada, debería impedirle que avance, aunque tenga que ser violento yo también. Pero me quedo en el suelo. No hago nada, nada. Hay una sola persona en el pasillo y me mira con curiosidad, sin intervenir. Estoy seguro de que el destino va a ser más fuerte y que mamá no va a hacer ninguna locura. Antes de que sea tarde va a echarse atrás. Ella no puede permitírselo. No puede ponerse en peligro de esa manera porque tiene que cuidar a Jairo. Esa convicción me tranquiliza y a lo mejor por eso no la persigo.

Me levanto y camino hasta la puerta de la sala de cuidados intermedios. Hay un redondel de vidrio y miro en el interior tratando de encontrar a Jairo. No lo veo por ningún lado pero yo sé que está ahí. Así puede ser la vida, dar vueltas mirando y mirando, pensando que enseguida te vas a encontrar con una persona que quieras más que a nada en el mundo, pero no reconocés a nadie y con el tiempo te vas decepcionando. Sigo buscando, pero no lo veo. Me engaño diciendo que a lo mejor ya está bien y lo llevaron a casa.

Quiero reconocer a cualquier otro paciente que conozca. Al menos eso. La Venenosa no es tan grande, debería haber alguien. Pero estoy muy lejos y la sala muy oscura y no reconozco a ninguno. Viene un enfermera y me pide que le haga lugar. Yo le hago lugar y ella entra. Tengo la tentación de entrar con ella pero no me parece correcto. La puerta se cierra y yo vuelvo a mirar por la ventanita. Estoy en eso cuando vienen dos policías, un hombre y una mujer. No sé cuánto tiempo pasó desde que mamá se fue, pero seguro más de media hora.

–Hola, Antay –me dice la mujer policía.

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