17. Sin decir adiós

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Sierra se trepa al hombro de Ricky, yo junto mis cosas y salimos escapados por la puerta principal.

Ricky le pasa al Gaucho Kubrick las llaves del Fordcito. Se lo señala, por si hiciera falta. Después empiezan a caminar con Ms. Roca para el otro lado. No parece que vayan juntos, pero sí que no vienen con nosotros. Kubrick los mira con desinterés. Pero se nota que el desinterés es simulado, porque pronto dice con fastidio:

–¿Así te vas?

Ms. Roca se da vuelta. Regresa hacia donde está él y lo toma de la mano. Ricky sigue viaje sin mirar atrás y desaparece en la primera esquina. Con él va Sierra. Los dos perdieron interés en nosotros y por lo visto tampoco van a esperar a Ms. Roca. Me duele un poco que Sierra se vaya así, sin despedirse, pero lo tomo como un buen signo. El de que pronto voy a verlo de nuevo.

–¿Y cómo querés que me vaya? –le pregunta Ms. Roca a Kubrick.

Yo me doy cuenta de que estoy asistiendo a una escena a su modo muy seria y también muy íntima. Mo entiendo los detalles. No los entiendo ni siquiera con la mente. Por qué les va a doler a dos viejos como estos separarse es algo que no puedo concebir. Irritado, quiero cortar un poco con su numerito.

–Que Ms. Roca venga con nosotros –propongo–. Pero no perdamos más tiempo.

Al decirlo me doy cuenta de que voy a continuar el viaje con Kubrick. Ya no hay nada que hacer. Me estoy quedando solo, o peor que solo, ahora que me toca viajar con el loco de Kubrick y Sierra se fue. Y ni me saludó, el maldito.

–Me tengo que quedar –dice Ms. Roca–. Es peligroso si me agarran. Correría peligro otra gente si pasa eso. Vos sos único, Antay, pero... también hay otra gente, muy poquita, que también es única, y yo los tengo que cuidar a todos.

Yo recuerdo que, según Ms. Roca, la diferencia la hace la educación. La escuela. Ese lugar donde los niños y jóvenes pasan tantas horas. Pienso que Ms. Roca exagera la importancia de la escuela porque ahí detecta antes que el Estado a las personas con talentos especiales. Con variantes del síndrome de Bérkov o cualquier otra cosa que se pueda aprovechar.

Ahí noto que para ellos yo soy un simple insumo.

Pero a la vez Sierra me entregó a ellos.

–Ms. Roca, una pregunta. ¿Usted le refirió a los TROY que yo tengo alucinaciones materiales? ¿Es por eso que me vienen a buscar?

Ms. Roca niega con la cabeza.

–A los TROY no. Yo nunca haría eso.

A alguien sí se lo refirió, es evidente. A Sierra y compañía. Que entonces no serían TROY, según ella. Pero no tengo motivo para creerle una palabra. Más bien tengo motivo para escaparme corriendo.

Algo que tampoco hago, porque no me imagino manejando solo el Fordcito para llegar a la frontera, si después de todo yo ni sé manejar.

–No entiendo qué pasó con Rozas –digo yo para tirarles la lengua–. ¿Me usaron como cortina de humo para neutralizarlo?

–Sí –dice Kubrick.

–No –dice Ms. Roca–. Rozas es muy emocional. Por la emocionalidad muere. Cuando tu alucinación fue tan fuerte que todos vimos, olimos, sentimos el humo, casi sentimos el calor de la bomba explotada, Rozas sintió que se le realizaba el sueño de la vida. Yo no sé si conviene que lo sepas, pero sos muy poderoso vos, Antay.

–Y ahí nomás se le abren los poros, la estrella roja que lo conecta con el mundo y que es como un corazón externo se le abre. Le palpita. Ahí puede ver mucho más lejos, puede convencer a cualquier, puede hacer un montón de cosas. Pero a la vez es muy vulnerable, cualquier golpecito lo puede desmayar. Y eso es lo que aproveché yo. Le tiro la bengala, él se cae y queda desmayada. Sin esa emoción que vos le causaste no hubiera funcionado.

–Pero no fue la cortina de humo. Fue la maravilla de ver algo tan perfecto.

¿Tan perfecto?, pienso yo. ¿De qué sirve alucinar con humo y que el humo aparezca?

–No hablemos de eso –dice Kubrick y empieza a mirar a Ms. Roca–. Es historia antigua. ¿Vos te vas así, me dejás frío? ¿Dónde queda el amor si te vas así?

–No hay tiempo, Kubrick, dale.

Y como si le estuviera respondiendo, escuchamos sirenas que vienen en tres direcciones. Dos desde la calle, por delante y por detrás, y una desde de arriba.

Cuando levantamos la vista vemos los helicópteros.

–Del amor nunca sale nada bueno –dice Ms. Roca.

–Pero siempre sale algo mejor –dice un Kubrick muy relajado–. Al auto, rápido.

Yo subo atrás. Kubrick maneja y al lado suyo va Ms. Roca. En la primera esquina nos cruzamos con un patrullero que va a la casa de la que recién salimos. Maneja la mujer policía con la que estuve un rato antes. Me mira con curiosidad y desconfía. Baja la velocidad para observar con más atención, pero Ms. Roca la saluda y termina por seguir viaje. Son muchas casualidades, seguramente, también para ella, pero no pensará que tengamos algo que ver con las explosiones.

–¿Qué va a pasar con Rozas? –pregunto, pensando en que lo dejamos en la casa y nos puede delatar.

–Para cuando lleguen estos muertos va a estar en otra provincia, por él no te preocupes –dice Kubrick–. Siempre cae parado, es más hábil que cualquiera que nosotros. Salvo cuando le agarra la emoción, ya te contamos.

–Estaba desmayado, no creo que pueda ir muy lejos.

–Sus desmayos no duran mucho. Pero incluso si lo detienen, él y su grupo tienen a la policía en el puño. Lo van a largar en dos patadas, si lo detienen.

–Él y su grupo, decías. ¿Cuál es su grupo?

Kubrick me mira por el retrovisor. Roca gira la cabeza y también me mira.

–Ya te contará el Gaucho –dice Ms. Roca–. Ahora dejame por acá, no quiero que me vean con vos.

Yo ahí hago memoria y me acuerdo de que Ms. Roca vive en pareja. No creo que tenga hijos pero sale con un ingeniero civil desde hace añares. No entiendo del todo qué relación tendrán, pero seguro no le conviene que la vean en el auto con un pistolero de otro Sector.

–Te habrán visto con mucho peores –le dice Kubrick, riéndose.

Frena en doble fila y tengo miedo de que se den un beso en la boca que dure mucho. Me sudan las manos. Por suerte no pasa nada tan grave. Roca nos desea suerte, dice que me cuide mucho y baja. Kubrick no arranca, aunque un policía se acerca trotando. Roca se acerca a la ventanilla de Kubrick. Le toma la mano y se la besa con lentitud.

–Nos vemos a la vuelta –dice–. Venite con más tiempo, vos sabés que a mí apurada no me gusta. No disfruto.

–Claro –dice Kubrick. Y a mí: –Venite adelante, campeón.

Yo le hago caso. Me siento en el asiento donde recién viajaba Ms. Roca y siento que la estoy reemplazando, aunque ella todavía sigue en la ventanilla. El policía ya llega adonde estamos nosotros. Pregunta si vimos algo. Está sin aliento.

–¿Algo de qué? –pregunta Ms. Roca.

El hombre emite un bufido y sigue trotando. Querrá reunirse con sus compañeros en la casa donde algún vecino seguro escuchó estruendos.

–Adiós –dice Ms. Roca–. Me gusta la pinta que tienen, parecen bastante buen equipo ustedes dos.

–No te burles –dice Kubrick, y enseguida arranca.

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