III. 2. Otra no-persona

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Cuando me doy vuelta para mirar, descubro al paria. La no-persona. Me mira con cariño, a su modo, pero me está haciendo mal de tanto apretarme.

–Soltame –le pido.

Él aprieta más fuerte. Kubrick se baja del auto, se acerca estirando las manos para mostrar que no viene a pelear. Sin embargo, viene a pelear. Yo se lo huelo.

Además de olérselo, le veo un cuchillo ajustado en el cinturón. Está adentro de una funda que también veo pero parece que hasta el mismo cuchillo tiene ganas de salir al aire. Como se dice a veces, "se sale de la vaina".

A veces los objetos tienen muchas más voluntad que nosotros, me parece.

Kubrick se nos acerca y el paria me lleva hacia atrás, para el lado de Vicio. No camina de una manera amenazante. No me amenaza ni a mí, ni a Kubrick ni a nadie. No parece que me quiera hacer mal. Pero a lo mejor ya no sabe lo que significa hacer mal. A lo mejor vio una luz tan fuerte que lo dejó ciego para el bien el mal y se transformó en esos seres superiores que matan y mutilan y gracias a eso la vida sigue prosperando.

A eso no se puede llamar hacer el mal, aunque te destruya.

***

Kubrick acorta la distancia con el paria y yo siento, percibo, que en cualquier momento va a desnudar el cuchillo y se lo va a poner contra el cuello. No sé bien por qué, pero estoy seguro de que eso no sería buena idea.

–No le hagas nada –le digo–. Es un paria, nadie lo puedo lastimar.

Casi agrego: sin lastimarse a sí mismo. Nadie lo puede lastimar sin lastimarse a sí mismo. Pero eso es cierto de lastimar en general, no solo de lastimar a un paria, así que me callo.

El pordiosero me mira con espanto. Sacude la cabeza, niega. Entiende las palabras, eso es claro, pero no le gusta lo que digo. Imagino que tal vez la palabra "paria" le resulta ofensiva.

–No lo voy a lastimar –dice Kubrick–. Le voy preguntar qué quiere. ¿Qué quiere usted, padre?

Así le dice, padre, como si fuera una autoridad religiosa. Pero el paria ya bajó la persiana de nuevo, volvió a su otro mundo, no nos registra, camina hacia el incendio con mucha paz. Yo creo que es mi oportunidad de intentar zafar, pegarle algunas patadas si es necesario, luego escaparme. Inicio mi ataque. Pero el paria lo anticipa sin que alcance a empezar. Me atenaza con una fuerza que hace parecer mínima a la anterior. El dolor me saca las ganas de rebelarme. Él emite un gruñido que debe significar: no me obligues a que te haga mal cuando no es el momento.

Kubrick suspira. Yo suspiro. El paria no. Él no emite sonido al respirar. Va de espaldas, llevándome a mí también de espaldas, hacia el corazón del incendio que es Ciudad Vicio. Kubrick nos sigue.

Tan poquita cosa somos, pienso. Pensá que por acá hay torturadores, asesinos, incendiarios, mutiladores, profanadores de tumbas, abusadores, sádicos entrenados, militares psicópatas, y en vez de uno de ellos me tiene agarrado el enemigo más débil, el que tiene menos maldad, que podamos encontrar en el Territorio entero.

Un paria.

***

Así llegamos, caminando muy lentamente, sin prestarle atención a las explosiones, hasta la comisaría. Creo que es la única estructura que sobrevive en la manzana. No le cayeron tantas bombas, por un lado. Por el otro, Kubrick me explica que tiene una estructura reforzada.

Entramos con el paria. En el interior, da la impresión de que volvemos atrás en el tiempo. Jaimie sigue barriendo el hallcito. Lo mismo que hacía más temprano. No le importan las bombas ni que la comisaría ya no sirva para nada. Ni se imagina lo que es la supervivencia.

O quizá sí, porque está sobreviviendo, mientras Ciudad Vicio está tapizada de cuerpos que ya no se mueven. Sobrevive mucho mejor que otra gente, a eso me refiero. No me quiero detener eso pero es así, yo lo vi, hay cuerpos por todos lados, un espectáculo triste de ver, bastante feo para los sentidos. Jaimie sigue en su esfera. Barre como si no tuviera una preocupación en la vida o, mejor dicho, como si en barrer le fuera la vida. No será el primero, y así sobrevive. Sin embargo, parece feliz de vernos llegar.

–Hola, bienvenidos –dice–. Todavía no volvieron los gendarmes, si los están buscando a ellos. No creo que se demoren mucho más.

–No –dice Kubrick–, los gendarmes no van a volver.

El paria me suelta y camina por un pasillo interior. Kubrick me dice que aprovechemos para irnos pero yo le pido que espere. Quiero entender al paria, en caso de que haya algo para entender.

Y en unos segundos lo veo volver, tosiendo por el humo, medio arrastrando a una persona. Es la Flor. Yo ya me había olvidado de que lo habíamos dejado ahí después de que la drogaran. El paria la señala con el mentón.

Está diciendo que mejor nos la llevemos, me parece. Kubrick suspira de nuevo. Lo escuché suspirar más en los últimos minutos que en el resto del tiempo que pasé con él.

–Y bueno –dice.

La Flor sale con Kubrick, caminando lo mejor que puede, que no es mucho. Yo me quedo con Jaimie y el paria juntando coraje por un ratito. Afuera es la jungla pero acá me engaño pensando que la atmósfera es bastante familiar.

–Vamos todos –digo.

–¿Yo también? –dice Jaimie muy extrañado.

–Vos también.

–No te lo recomiendo, yo no soy lo que parezco –dice.

Lo veo, es un chico de doce, flaquito y encorvado, no muy fuerte, y casi me río.

–¿Qué quiere decir eso?

–Si me llevás es como si me estuvieras salvando. Si me salvás me convierto en tu responsabilidad. Es una cosa muy pesada tener a otra persona bajo tu responsabilidad, en caso de que yo sea una persona. No te lo recomiendo.

Bueno, pienso, lo que faltaba. Por un lado tengo a un paria, dicen que es una no-persona, y el paria me trae acá con un chico que tiene tan destruida la psiquis que no sabe si es una persona o no, eso dice. Ese efecto tiene el Territorio sobre la gente. Pero no voy a discutir esas cosas.

–Claro que vos también venís, Jaimie –le digo–. Cualquier responsabilidad yo la asumo.

Lo tomo de la mano. Creo que salimos los tres de la comisaría pero no estoy seguro.

No estoy seguro porque a los pocos pasos, entre la visibilidad reducida y los nervios, me doy cuenta de que perdí al paria, por un lado.

Y por el otro, lo que es más grave si queremos salvar el cuello, perdí también al Gaucho Kubrick.

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