II. 19. La celda

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Cuando la Difunta habla de estrategia yo me doy cuenta de que quedé en el medio del tablero como una pieza muy valiosa, como una especie de dama en el ajedrez. Con la diferencia de que no me puedo mover a mí misma. Alguien me está moviendo, parece, y entonces el juego no tiene un sentido para mí. No uno que yo vea. Yo entré al Territorio con Kubrick pensando que me iba a llevar con papá. Yo encontraba a papá, lo traía con el corazón que él había conseguido y juntos salvábamos a Jairo. Salvábamos a la familia, podíamos seguir todos viviendo en la Tóxica como si no hubiera pasado nada.

Pero ahora, me doy cuenta mientras salimos de la confitería por la puerta de los proveedores, blindada y protegida por unos cuantos sistemas de seguridad que ahora quedaron desactivados, me está llevando la marea. Montones de personas luchan por mí y yo me dejo llevar. Esa es mi estrategia, a lo mejor. Dejar que se neutralicen unos a otros y después, apenas se abra una puertita, escaparme.

Me doy cuenta de que ahora llegó de nuevo el momento de escaparme. Ya no tengo el arnés, no me custodia mi propietario ni un gendarme asesino como el Caddy. Así que en la segunda esquina, cuando la Difunta y Petra ya me sacan unos metros de distancia, disimuladamente doblo en dirección al muro.

Pienso que puedo robar un auto. Acá ni siquiera sería robar. Hasta puedo acercarme a algunas de esas escuelitas, ¿cómo se llaman?, las que dicen que logran INTEGRACIÓN A TRAVÉS DEL CRIMEN. Empiezo a trotar sin ver ningún vehículo, pensando si podré cruzar la frontera. No llego muy lejos. Enseguida aparece la Difunta al lado mío. Nunca la vi llegar.

–¿Adónde vas?

–Yo con ustedes no tengo nada que hacer.

–¿Con Kubrick tampoco?

–No veo qué tiene que ver Kubrick.

Ella me mira. No es eso. Es más que clava los ojos y me atraviesa. Yo no sé si puede ser la misma mujer que murió de sed hace como 200 años, más bien pienso que no, pero el tipo de sufrimiento que atravesó, en esta vida o en aquella, todavía le da a sus ojos un brillo oceánico, con eso que tiene el océano profundo, que también asusta, porque guarda muchos abismos.

–Ya vas a ver.

Y ahí me doy cuenta, por el modo que tiene la Difunta de sugerirlo, que estamos yendo a buscar a Kubrick. Y aunque me parece una idea insensata, porque él ya está en un tren a cientos de kilómetros de Vicio, también me parece una idea hermosa.

Así que ya no quiero escaparme. Pego la vuelta, sigo a la Difunta y pronto nos encontramos con Petra.

Soy tan fácil que doy asco, si me viera mamá me mataría.

***

Petra me explica que a Kubrick no lo trasladaron. Sigue en la comisaría de Vice City y, con un poco de suerte, el lugar va a estar casi vacío, vamos a poder entrar y salir rápido.

–¿Por qué me ayudarías vos?

–Yo nunca te ayudaría. Pero sí haría cosas que son ventajosas para vos si son también ventajosas para mí.

Me señala con los ojos el maletín que lleva la Difunta. Está dándome a entender que lo hace por la ganancia, pero no le creo.

La calle no está vacía, vemos todavía a grupitos de gente caminando o en autos, pero todo el mundo está desplazándose. No para el lado de la Federación, como a lo mejor yo hubiera pensado.

Están yendo hacia el oeste, hacia el Territorio profundo.

La Difunta me ve la cara de extrañeza y explica que la frontera se cierra cuando hay un descontento cívico que supera algún límite. Ahora lo superó, las autoridades federales deben estar pensando en intervenir la Franja, algo que nunca hicieron en 40 años de democracia y que ni siquiera está contemplado en la Constitución.

–¿Hay paneles de noticias donde cuentan eso?

–No hay. Desde hace un rato hay un black-out total de comunicaciones en el Territorio.

–Entonces ¿cómo sabés?

Ella sonríe. Sacude la cabeza. Me está dando a entender que tiene sus fuentes.

La relativa paz de la gente que huye me da mala espina. Van a llegar las autoridades pronto y va a ser mucho peor que anoche, cuando sin nada demasiado grave prometían fusilar a todos los que estuvieran en la calle.

–¿Está cerca la comisaría? –pregunto.

–Es acá –dice la Difunta.

Señala lo que parece una casa particular, no una oficina pública. Tiene un zaguán largo y es de estilo antiguo, aunque por los materiales no lo pueden haber construido hace mucho.

La puerta está arrancada y colocada a un costado. Nosotros entramos.

***

En la comisaría, con una cara tan beatífica que corre el riesgo de parecer estúpida, un chico de 14 años está barriendo. Cuando entramos nos sonríe. Sigue barriendo.

–Jaimie –le dice Petra–, estamos buscando a un preso, creemos que está acá. Gaucho Kubrick le dicen.

–Celda 2 –dice Jaimie–. Pero no lo van a poder sacar. Tampoco van a poder hablar. Los oficiales salieron, yo pensé que pronto volvían, quedaron todas las celdas cerradas y no hay nada que hacer.

La Difunta ya está empezando a correr hacia la celda 2. Dice que, a ojo de buen cubero, nos quedan tres minutos. Pasado ese tiempo va a ser un riesgo quedarse en Vicio.

La celda, en realidad, es una habitación que parece una caja de seguridad gigante. No tiene ni un hueco y no hay modo de comunicarse con el interior. Vemos un temporizador en la puerta. Tiene una cifra, una cantidad de tiempo, que va disminuyendo. Dice 14:08:09, 14:08:08, y así.

–Significa que dentro de 14 horas y 8 minutos la puerta se va a poder abrir. Tenía razón Jaimie –dice Petra–, no hay nada que hacer.

–Conozco estos sistemas. No los puede burlar nadie, ni siquiera los que lo programaron. Vamos de acá, no va a servir para nada –opina la Difunta–. Kubrick ya está perdido, lo lamento por él.

–Yo lo lamento por el maletín que nos iba a abrir él –dice Petra.

–Da lo mismo por qué nos lamentemos –digo yo–, no sirve de nada lamentarse tanto.

Las dos me miran como si yo fuera uno de esos viejitos aburridos que siempre le dicen a la gente cómo tienen que vivir la vida.

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