20. El muro

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Así subo al auto y, sin que me dé cuenta ni de cómo pasó, llegamos al muro. Se alarga a derecha e izquierda y llega tan lejos que no podemos verle el final. Está muy iluminado y tiene un montón de pintadas hechas con aerosoles de varios colores. Las pintadas están en muchos idiomas, pero sobre todo en inglés y en uno que seguramente será chino. Kubrick estaciona en una estación de servicio enorme, la última antes de cruzar, que también es una atracción turística, y me convence de que encontremos un lugar para que yo también pueda poner algo con mi aerosol. Todos los que van a entrar por primera vez lo hacen, me dice.

–Es una especie de testamento –agrega.

Caminamos hasta encontrar un hueco. A mí no se me ocurre nada muy interesante para escribir y pongo solamente PAZ. Kubrick emite un bufido para burlarse. Volvemos al auto.

–¿Dónde estamos?

–Cerca de Rivera estamos. El lugar creció tanto por las actividades aduaneras y por la dragnet.

–Contame un poco el plan.

–Hacemos treinta o cuarenta kilómetros y llegamos a Macachín. Ahí conozco a alguien que nos va a escoltar hasta Acha. En Acha nos encontramos con ese señor de pelo muy blanco, el tal Roth.

Subimos a la ruta. Veo que pronto la ruta va a atravesar el muro. Hay una arcada, no sé cómo llamarla, por donde pasan los autos. Bajo la arcada instalaron una barrera muy sólida custodiadada por seis gendarmes, con uniformes de las diferentes nacionalidades. Dos tienen uniformes rojos, dos azules y dos verdes: chinos, británicos y norteamericanos, respectivamente. Los británicos tienen armas largas. Los demás no tienen armas. Kubrick me explica que no están en su jurisdicción. Por eso no pueden ir armados. Esto todavía es el sector británico. Los seis gendarmes hablan animadamente entre sí. A un costado de la barrera hay una garita con otro gendarme. Kubrick detiene el auto junto a la garita, sonríe, le dice al hombre que vamos al Territorio.

–¿Y adónde más iban a ir? –dice el gendarme–. Documentos, vamos.

El muro tiene dos metros de espesor, por lo menos. Desde donde estoy yo, que es casi abajo, lo puedo ver en ángulo. Más allá del muro hay otra barrera, como a cincuenta metros, y después de esa barrera ya vamos a estar en la Franja, me doy cuenta.

–Acá están –dice Kubrick pasándole al hombre algunas tarjetas–. Va también la autorización legalizada de la madre, para que yo pueda cruzar yo con la criatura.

Kubrick me señala con el pulgar, así que la criatura debo ser yo. El hombre lo mira con atención, casi con sorpresa, antes de escanear los documentos. Habrá detectado al fugitivo número uno del Sector Norteamericano, el Gaucho Kubrick, que intenta pasar al Territorio por una dragnet británica, y pensará en llamar a las fuerzas federales. O quizá le baste con hacer un gesto y nos acribillan los seis gendarmes que dan vueltas al costado de nuestro Fordcito, aburridos, si después de todo no hay otros viajeros para amedrentar.

–Faltan los documentos personales de la criatura –se agacha y me señala con el mentón.

Subrayó tanto la palabra criatura que nos está provocando.

–Antay –dice Kubrick–, pasame tu ID que el señor lo quiere mirar.

Yo pienso que me pongo de todos colores, pero sobre todos los que van del rojo al morado. Tengo las manos sobre las piernas, bien firmes, pero me parece que tiemblan. Yo no recuerdo haber traído ningún ID, pensé que de eso se ocupaba Kubrick. Me quedo inmóvil por un segundo, después abro la mochila y me pongo a mirar en su interior.

Si por un contratiempo tan menor no puedo cruzar, siento que me puedo morir. Pero ¿qué me esperaba, que un adulto responsable me dijera algo tan básico como que tenía que viajar con mi documentación?

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora