IV. 3. Cuando nos fragmentamos

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–¿Vos sos la hija de Wayne? –pregunta Robert.

Casi le digo que sí, pero me freno a tiempo. Si llega a saberse que soy el hijo, podrían usarme para detenerlo.

–No –le digo.

Él se ríe. No me cree. Aunque casi no puede verme la cara, por la oscuridad y el ángulo en que nos miramos, detecta fácilmente que le estoy mintiendo.

Estamos en celdas del mismo lado del pasillo. Por los barrotes podemos asomarnos apenas. Las celdas no están conectadas entre sí, las separa una pared de material.

–Sí, sos la hija. Es de gusto que sigas con los cuentos. Este es el primer dato.

–No es ningún dato –digo.

–El segundo dato es que vos preguntás por Roth casi al mismo tiempo que preguntás por Wayne. Eso significa que Roth y Wayne tienen algún tipo de relación. Vos esperás llegar a tu papá a través de Roth, entonces son cercanos. Eso todavía no lo sabe nadie. Esa es tu ventaja y a la vez es una información que vale mucho.

–Yo no dije que Roth y Wayne están relacionados, porque no sé si están –yo hago el último intento–, pero ¿vos decís que eso, en caso de que sea verdad, no lo sabe nadie?

–Seguro. Y no lo sabe nadie porque si lo supieran ya estarían interrogando a Roth.

A lo mejor ya lo están interrogando, pienso.

–Escuchame, yo tengo un hijo más o menos de tu edad en Rosario. Trabaja para el gobierno federal, está empezando su carrera. Él no sabe que yo estoy acá, no se lo imagina.

De pronto desconfío.

–¿Vos por qué estás acá?

–Me secuestraron, creo que me quieren usar para experimentos. En General Acha seguido secuestran a gente que pasa y la usan.

–No te creo.

–Es así.

–¿Y qué hacías en el Territorio?

Ahí sonríe con tristeza, y yo pienso que me vuelve la confianza. Me asusto de mí mismo, esta confianza mía siempre termina mal, no puedo confiar en todo el mundo.

–Lo mismo que los demás. Vi que en nuestro Sector no tenemos nada, ni trabajo, ni futuro, ni dignidad. Nunca iba a progresar y tampoco podía emigrar a un país pujante, con mi pasaporte federal.

La propaganda oficial, para casos como este, dice que no hay que desesperarse ni bajar los brazos. Hay que trabajar duro y ponerse a imaginar alternativas. Hay que volverse emprendedor, transformarse en su propio jefe. Se lo digo a Robert.

–Difícil empezar un emprendimiento si no tenés nada. Eso todos lo sabemos. Pero sobre yo todo me sentía solo. Abandonado. No solo: fragmentado. Como si no fuera una persona y fuera más bien un montón de bloquecitos sueltos. Imaginate un Lego. Muchas partes del Lego era yo.

En vez de un ego, pienso, un Lego, y casi me río.

–Me sentía que no valía nada, que me lo merecía si me iba mal en todo. ¿Vos me entendés? Y no me podía suicidar porque tenía familia, no hubiera estado bien. Así que dije, bueno, lo que me hace falta es venir al Territorio.

–Te hacía falta un psiquiatra, campeón, más que venir al Territorio –dice alguien desde lejos.

Yo le reconozco la voz a Kubrick. Pronto lo escucho reírse con su voz rasposa. Robert también se ríe, pero de manera más aplacada. Pronto se sigue riendo y yo me pregunto si en realidad no se estará llorando.

***

–Cuando nos quedamos muy solos pasa esto, que nos fragmentamos –dice Robert–. Y desde la ocupación extranjera yo siento que nos fragmentamos. Es lo que me contaron mis padres, que vivieron el período antes de la guerra, cuando éramos un solo país y nos llamábamos Argentina. ¿Te imaginás lo que sería que todos los Sectores más el protectorado y el Territorio fueran un solo país? Sería el sueño más hermoso, yo casi ni me lo puedo imaginar. Lo más terrible de la ocupación no fue que perdimos los derechos políticos. Fue que el grupo dejó de existir. El grupo que eran los argentinos. Lo único importante empezaron a ser los individuos, como máximo las familias. Pero los grupos sociales más grandes ya no tenían peso. Y si a eso le sumás que la desigualdad fue cada vez más grande, que mucha gente no consiguió trabajo nunca en la vida, y nunca lo va a conseguir, y sus hijos tampoco, vos ahí ves lo que está pasando. Se están formando dos clases de personas, y una de las clases es una subclase. Yo me estaba convirtiendo en subclase, en subhumano me estaba convirtiendo, y no lo podía aguantar.

–En la Federación no hay ninguna subclase –le digo–. Las leyes se aplican lo mismo que en la antigua República Argentina y todos somos iguales, dentro de todo. Todos tenemos los mismos derechos y podemos hacer cosas.

Él aprieta los barrotes con más fuerza. No me responde directamente.

–Lo peor es que la subclase ya está empezando a tomar como natural su posición en la Federación –sigue Robert–. Yo ya me veía rodeado de gente que no sabe discutir ni negociar. Que perdió ese don de razonar que viene el diálogo. Que perdió la viveza y la chispa y también la imaginación para soñar con que al menos por la fuerza puede lograr algo. Todo perdimos. Nos volvimos gente pasiva porque perdimos la esperanza. Y eso para mí, no digo que sea parte de un plan, porque no me parecen tan geniales los invasores. Pero sí les sirve para lo que hacen, porque personas así como somos nosotros ahora nunca vamos a articular un plan de gobierno, nunca vamos a organizarnos. Nunca nos vamos a rebelar.

–No veo qué tiene que ver eso con que vinieras al Territorio.

–Yo no podía ver esa decadencia, por eso me vine, además de que como persona me sentía quebrado por todas partes.

Yo no le creo. Es claro que hay algo más.

–Nadie viene al Territorio por una cuestión abstracta como esa –le digo.

–No es una cuestión abstracta. ¿No te dije que me quería suicidar y no podía?

–Tu hijo trabaja para el gobierno federal, dijiste. Eso lo posiciona en un lugar muy fuerte. ¿Cómo consiguió ese trabajo?

Robert suspira. Se nota que no lo quería contar pero que tampoco vale la pena retacearme el dato.

–Ese trabajo se lo conseguí yo. El precio que pagué fue entrar al Territorio.

–¿Nada más por entrar al Territorio le dieron el trabajo?

Nadie consigue nada simplemente por entrar.

–Nada más que por eso no, pero eso fue un factor.

–¿Qué otro factor hubo?

Antes decía que entraba para no suicidarse y ahora me sale con esto. Yo sé que la gente real, gente como ustedes o yo, es muy contradictoria. También que para las cosas más chiquitas hay una montaña de causas. Nunca hay una sola. Pero Robert se encuentra en un estado confusional o no me quiere confesar la principal parte de su historia.

–No importa. Yo no me imaginé que iban a encerrarme para hacer experimentos. Pensé que iban a matarme. O que si tenía la suerte de que no me mataran, yo cumplía mi misión, mi hijo lograba que le dieran un trabajo por tiempo indeterminado y le consiguieran un pasaporte estadounidense, viste que ahora eso es casi imposible. Ahora, en cambio, no logré nada, estos tipos van a dejar a mi hijo en la calle y seguro que todo fue para nada. Imaginate –con la mano señala el pasillo en penumbras– que todo haya para nada.

–Siempre es todo para nada –dice Kubrick desde lejos.

–Callate, animal –grita alguien desde otra celda.

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