III. 6. El otro secuestro

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Sierra me da a entender que le hable, y que lo haga rápidamente.

–Hola, mamá –digo.

–¡Antay! –grita ella, y tengo que alejar el aparato, pienso que me puede dejar sordo–. ¡Estás vivo y sonás bastante entero, almita, no lo puedo creer!

–Estoy lo más bien –le digo–, contame un poco cómo está Jairo.

–N-n-no, decime primero dónde estás.

–Recién salí de Ciudad Vicio. Contame si llamó papá.

–No llamó. Escuchame, a Vicio la están haciendo explotar por todos lados, ¿cómo estás ahí, te volviste loco?

–Bueno, estaba ahí pero ya me fui, quedate tranquila.

–Espero que no tengas nada que ver con que hayan hecho explotar a Vicio.

–No, mirá si voy a tener que ver, hay líos con gente importante, yo acá no corto ni pincho –me pongo colorado–. Imaginate, es como vos decías, soy un chico que no sabe hacerse ni un huevo frito, mirá si voy a tener que ver algo con esto.

Ella hace silencio por un segundo y casi parece que me desconfía. A lo mejor no sabe qué decir. Entonces le pregunto por mi perrita, a la que estuve extrañando mucho este día que llevo sin verla. Es una pregunta para romper el hielo, nada más.

–¿Cómo anda Ru, mamá?

Silencio por otro segundo, después un rugido:

–¡Siempre la perra es lo único que te importa!

–No, me expresé mal, lo que yo digo...

Pero Sierra me hace señas de que no diga nada. Veamos qué agrega mamá. Es una buena técnica, porque hay un breve silencio y después ella dice:

–Almita, yo te a hablar como a un adulto. Ya sé que sos un adulto. Volvé pronto, sin vos yo no puedo seguir. A Jairo y a mí nos hacés falta.

Exacto, pienso yo. Por eso no puedo volver.

No puedo hacerle falta a nadie.

***

–Claro que vuelvo pronto –le digo–. No te creas que la vida acá me gusta. Ahora voy a encontrar a papá, va a pasar en unas horas, ya tenemos confirmado que está vivo y más o menos dónde puede estar. Lo encuentro y vuelvo, a lo mejor ya mañana estoy con ustedes.

Ella no aguanta más y se echa a llorar. Me doy cuenta de que quiere tapar el ruido del llanto, pero no puede.

–No, Antay. Si estás cerca de la frontera, pegá la vuelta ahora.

–La frontera está cerrada, señora –interviene Sierra–. Imposible volver justo ahora.

Mamá de golpe deja de llorar.

–¿Seguís con el sapo terrorista? ¿El TROY? –mamá de pronto deja de llorar.

–No es TROY, mamá. Nos está ayudando.

–Te ayuda para que seas su mula, su mandadero. Su cómplice. Andá saber lo que quiere de vos. No le creas nada a ese sapo maldito.

–Bueno, a lo mejor mañana lo hablamos cara a cara.

–No, qué mañana, escuchame. Tu hermano tuvo otra... –se le quiebra la voz, no puede seguir por unos segundos.

***

Pienso que va a darme la peor noticia, la que no tiene vuelta atrás, pero al parecer no llegó ese momento.

–Lo estabilizaron pero dicen que su corazoncito se deterioró mucho, mucho más rápido de lo que esperábamos todos. Dicen que no va a pasar esta noche. Si venís mañana ya no te vas a poder despedir y él estuvo todo el tiempo diciendo que Antay dónde está, que le quiero apretar la mano, lo quiero despeinar, me gustaría escucharlo un poco. No entiende que justo ahora no estés y yo me estoy quedando sin energía de tanto inventarle historias.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora