A todo estoy ya pasé la primera vereda y estoy en mitad de la avenida. No se mueve ni un alma, a no ser un señor que parece un pordiosero y que se me acerca con la mano extendida. Que no se mueve ni un alma, salvo el señor, es un decir. Desde las dos direcciones en las que se extiende la avenida se acercan luces y sirenas. Serán los equipos de patrullaje que vienen a hacer cumplir el toque de queda. De la dragnet por la que yo entré, en cambio, no viene nadie. Serán cautos frente a las tiradoras del primer piso y querrán acercarse desde un lugar más protegido.
Cuando el señor llega hasta mí veo que sonríe. Tiene ojos puros de niño y un olor muy fuerte. Yo rebusco en mis bolsillos, aunque no es el momento y los nervios casi no me dejan meter la mano, saco un billete de un soberano que es un milagro que todavía tenga, y que es todo el dinero que me queda, y se lo doy. El señor lo mira. Se le va la sonrisa. Guarda el billete en el bolsillo sin decir nada.
Parece ofendido.
***
La primera callecita perpendicular es muy abierta. Veo su nombre: CONNOR, y una flechita blanca que dice "one way". En Connor me van a encontrar en un segundo, salvo que entre a un edificio. Pero todas las entradas están selladas y fortificadas. Trepar a los techos es igualmente imposible y no hay ningún lugar para disimularse. Quizá me convenga seguir por la avenida. Ahora las sirenas están a menos de doscientos metros. No tengo adónde ir, me doy cuenta, hasta que alguien me toma de la mano. Siento su mano chiquita y húmeda sobre la mía y pego un salto como si me hubiera besado un reptil. No me gustan las manos tan húmedas.
Pienso que será el pordiosero, pero no. Él no tendría la mano tan chiquita.
–No podemos estar acá –dice la persona, como si yo estuviera ahí por gusto–. Me llamo Max, conozco un lugar. Te invito.
Y yo voy con él, ¿qué otra cosa voy a hacer?, sintiéndome un idiota, alguien que se juega la vida, con cualquiera, por nada. En mi descargo me digo que tampoco tengo alternativa. Porque llegado a una posición del tablero, a veces la jugada más sensata es saltar al abismo.
Así me meto con Max por Connor, esa callecita abierta de Ciudad Vicio, mientras las sirenas de los gendarmes ya nos dejan sordos.
***
Max se apura a ingresar un código numérico en un panel cromado en el primer portal.
Tiene rasgos orientales y por un instante se me ocurre preguntarle si es chino. Enseguida me doy cuenta de que es una pregunta muy incorrecta. Ya una vez quedé mal con Tam, mi compañera de banco, por preguntarle lo mismo. A ella le dio rabia que la pusiera en la misma bolsa con gente de una nación tan distinta y tan hegemónica, y tenía razón, aunque yo lo hubiera hecho por torpeza o ignorancia, no por mala intención. Las intenciones no le interesan a nadie, lo que interesa es lo que hagas y no hagas.
Así que a Max no le pregunto si es chino, aunque me dé curiosidad, porque en la Tóxica no tuve oportunidad de conocer a ninguno y en el Sector Británico no son muchos y entonces no voy a decir que me resulta fácil reconocerlos.
Ustedes van a decir que debería preocuparme de los gendarmes que hacen estruendo en la avenida y se acercan cada vez más. Tienen razón. Pero me siento paralizado y no quiero que me dé el tipo específico de miedo que dispara las alucinaciones materiales, esa ansiedad mezclada con una represión de la ansiedad. Ahí todo el mundo va a saber que tengo ese don, que al parecer vale mucho, y no voy a tener escapatoria. Me van a poner cadenas y me van a vender, si se enteran. Por eso trato de pensar en cualquier cosa, y mis pensamientos van a 300.000 kilómetros por segundo.
Hay algo más en lo que no quiero pensar. No quiero pensar en qué me voy a encontrar del otro lado de la puerta. En eso sí que no quiero. Me imagino una de esas jaulas que aparecen en cuanta película hacen sobre el Territorio. Ahí guardan a civiles convertidos en esclavos. Pero no alcanzo a asustarme mucho con eso porque a la vuelta de la esquina, no será ni a 20 metros, aparece el primer gendarme. Eso me distrae de mis otros terrores.
El hombre nos vio. Se nos está acercando.
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El Territorio
Science Fiction...lo único que cambia es el pasado El joven Antay necesita un corazón para su hermano. Su única posibilidad de conseguirlo se halla en el Territorio, provincia donde los delitos están permitidos... La antigua República Argentina fue invadida en 198...