IV. 10. Explosión en el túnel

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El sótano es un espacio amplio, de cuarenta metros cuadrados o más, con cocina y baño.

–Tenemos que recuperar las armas –dice papá.

Bien, entonces hay armas en algún lado. Papá, que nunca mostró ni saber lo que era una bala, ahora está hablando de recuperar armas.

–¿No fuiste antes? –Roth se rasca el mentón–. Ahora es tarde, Wayne.

–Antes me buscaban los agentes de... –mira a Robert y titubea, no sabe con qué nombre llamarlo–. Los agentes de Bérkov. Me escapé por un pelo, pero si salía a la superficie me encontraban seguro.

–¿Y ahora no te buscan esos agentes? –pregunto.

–Ahora ya me encontraron, Antay, por si no te diste cuenta.

Robert se ríe, aplaude con las palmas como si hubiera escuchado un chiste. Mientras tanto, Roth llega a la cocina del sótano, corre la mesa, levanta unas baldosas y señala una escalerita metálica. Me pregunto si papá podrá bajarla.

Robert prácticamente salta por el hueco. Yo oigo sus pisadas allá abajo. Le calculo que estará a tres metros de profundidad.

–Es un túnel bastante fácil de atravesar –dice Roth–, ya van a ver. Hasta para vos, Wayne.

–Gracias –dice papá–, pero no soy un inválido.

Igualmente bajo yo primero para sostener a papá, si llega a perder la fuerza. Él baja los peldaños, que en realidad son barras, con precaución y lentamente. Emite algún grito de dolor pero no parece que lo vaya a desgarrar. El dolor, a eso me refiero. Por fin llegamos al suelo y empezamos a avanzar.

El túnel es estrecho y hace falta caminar encorvados. Tiene foquitos de luz protegidos por alambres. Vamos a tener que caminar menos de cien metros, le calculo. Tiempo suficiente para preguntarle a papá por qué Bérkov lo perseguía. Y se lo pregunto.

–Porque yo tenía algo valioso.

–¿El corazón de Jairo?

A todo esto, yo no vi por ningún lado el supuesto freezer portátil donde papá guarda el corazón. Me da terror preguntarle y que me diga que se lo robaron, que por eso no volvió como era el plan. Por eso no le pregunto directamente. Pero si él quiere contarme, yo quiero escucharlo.

–No, corazones pueden conseguir todos los que quieran. Les alcanza con frenar un auto que pase por la ruta, neutralizar a los pasajeros y extraerles los órganos. Hay grupos comando que se especializan en ese tipo de robo express. Es algo muy frecuente en el Territorio y en sí mismo no tiene dificultad. Para un laboratorio sofisticado como el de Walter Xi es algo muy sencillo. Lo que Bérkov buscaba era otra cosa.

En ese momento escuchamos una explosión por encima de nuestras cabezas. Hay un temblor, casi parece un terremoto, y la luz eléctrica se corta.

No solamente eso. Se derrumbó una parte del túnel, según parece, porque atrás de nosotros Roth empieza a gritar.

***

Robert está más adelante. Papá tiene una linterna en su teléfono, que no funciona desde hace tiempo, no sirve para comunicarse, pero la linterna por lo visto sí funciona. Alumbra a Roth, a nuestras espaldas. Le pido a papá la linterna y le digo que vaya con Robert. Yo vuelvo hacia Roth. Lo encuentro caído, con la pierna aprisionada bajo unas piedras.

–Mi bomba explotó antes de tiempo. La habrán detonado ellos –dice Roth–. A esto hay que llamarlo caer en su propia trampa.

Me cuesta escucharlo porque los oídos siguen zumbándome, después del ruido tremendo de la explosión.

–Todos caemos en nuestra propia trampa –le digo, tratando de correr los escombros.

Roth hace fuerza para zafarse, tira con la pierna, y aunque no parece que sea buena idea hacer eso, termina sacándola. Lo ayudo a seguir caminando. Le cuesta moverse. Arrastra la pierna, que no me atrevo a mirarle.

Le paso la luz a papá. Pronto llegamos al final del túnel, donde hay una escalera metálica idéntica a la que usamos antes para bajar.

–Acá vive Mademoiselle Kiss –dice Roth–. Vamos a esperar que nos abra pero, si no nos abre, igualmente podemos quedarnos acá abajo por un tiempo.

Qué raro, poco tiempo atrás quería tirar abajo la puerta y ahora quiere esperar, pienso.

–Acá abajo no hay ni aire –dice Robert–. A ver, pasame la luz.

Le paso el teléfono y él empieza a subir por la escalera. Arriba hay una especie de escotilla y Robert está viendo cómo violarla. No sé qué tendrá en la cabeza, porque está cerrada de manera muy sólida. Empieza a golpear con el puño. Si es su plan para abrir algo, no va a funcionar.

Pero pronto la escotilla se abre y, con el miedo y la sorpresa, Robert cae escaleras abajo. Alcanzo a correrme justo para que no me aplaste y levanto la vista.

Me pregunto si los gendarmes ya habrán podido llegar al final del túnel pero pronto me digo que no.

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