III. 12. Cerca de la revolución

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–No sé a qué te suena –dice Sierra–, pero yo no creo en la revolución. Ya estoy viejo para eso y además ya vi mucha sangre. No quiero ver más sangre, entendés. Yo creo en que pueblo se apropie del poder, pero de manera totalmente pacífica.

Ahí Kubrick lanzó una carcajada.

–Una revolución es difícil. Ya lo vemos con los TROY, que buscan tomar el poder con violencia y no están logrando nada. Es difícil que la gente se arme, o al menos una vanguardia se arme, y conquiste el poder por las armas. Pero hacer que el pueblo llegue al poder sin violencia, si uno tiene en cuenta los intereses de las potencias foráneas y de los poderosos locales, es un cuento de hadas.

–No es ningún cuento de hadas. Es la única manera. Las potencias foráneas y las élites locales pueden ganar más todavía si el pueblo llega al poder y cambia el sistema productivo. ¿O por qué te parece que Gandhi tuvo éxito en la India, porque sus ideas eran las que tenían más justicia? No, fue porque en el largo plazo les convenía también a los poderosos.

–Da igual. Nadie quiere un cambio tan profundo, que le hace daño a todo el mundo.

–Qué les va a hacer daño, es la única manera.

–Yo no te lo quería decir, Sierra, pero vos venís con todas estas ideas. Querés meterles ideas a la gente en la cabeza y ni siquiera creés en la justicia.

–Sí que creo en la justicia, pero la justicia es una parte de la realidad, no está separada de las cosas materiales más toscas como los intereses compuestos o los créditos hipotecarias.

–Son ideas que no tienen nada que ver con la gente real. Vos querés que la gente haga lo que vos querés, no lo que ellos quieren.

–No, la gente quiere esto también.

–No es verdad. Vos hablás con la gente, lo único que quiere es esta mejor, tener trabajo y salud, no que venga un sabio y le resuelva la vida con una revolución, ni pacífica ni violenta. Eso no funcionó nunca ni va a funcionar ahora.

–Vos siempre fuiste de mirar en tu ombligo –dice Sierra–. Y está bien, pero no todos somos así.

–Claro que está bien, porque la gente como yo hace algo chiquito pero real y así vamos avanzando. Los que son como vos nunca logran nada pero se la pasan agitando.

–Da igual –dice Sierra con serenidad–. El tiempo dirá quién ve más claro, discutirlo a esta altura no sirve.

Yo trago saliva. Tengo un lío importante en la cabeza. Cuando lo escucho a Sierra, me parece que puede tener razón y que hace falta un cambio de raíz. Pero cuando lo escucho a Kubrick pienso que tiene razón él y que los únicos cambios posibles son chiquitos y empiezan en el individuo. Para encontrar un hilo en el laberinto quiero agarrarme de alguna cosa concreta, aunque sea menor. Entonces digo:

–Sigo sin entender cuál sería el rol del Gauchito Gil.

Ahí empieza a hablar Kubrick.

–El Gauchito Gil encolumna y engrandece. Es un líder por nacimiento. Donde vos lo veas a él, ahí van a ir las masas que antes eran indiferentes. Los que no se movilizaban más que por su propia familia o su grupo más cercano. Hasta esos se van a movilizar. El Gauchito les da fe, les hace creer en ellos mismos, es como si fuera un milagro.

–No es ningún milagro, es un fenómeno sociológico bastante común –dice Sierra.

–Si es bastante común, no entiendo para qué tanto lío en ir justo con el Gauchito, que no está muy disponible.

–El fenómeno es bastante común porque pasó muchas veces, pero mis analistas y yo pensamos que el único que puede hacer eso al día de hoy es el Gauchito. No hay otro. Por eso lo necesitamos. Por eso también las autoridades de ocupación hacen lo que pueden para tenerlo neutralizado. No lo pueden tocar porque ahí sí que el descontento popular los aplastaría, pero nos ponen todo el tiempo palos en la rueda.

–Y lo bien que hacen –dice Jaimie–, porque el Gauchito es la chispa para cualquier cosa buena que esté por explotar. Eso siempre lo decían en la casa donde me crié.

Jaimie maneja por un camino de tierra que se vuelve más y más descuidado. No hay nadie ni nada hasta que de golpe vemos, un par de kilómetros más adelante, los faros de unos vehículos grandes. Enormes. No alcanzo a distinguirlos, pero deben ser de vehículos militares que avanzan desde nuestra izquierda. Nadie más se aventuraría al Territorio en un momento como este.

Estamos llegando a una ruta grande, sin duda. Ese tipo de vehículos no debe andar sobre la tierra pelada.

–El momento de convocar al Gauchito es ahora porque los TROY van a aprovechar el disenso interno entre los gendarmes de los tres Sectores para lanzar una ofensiva –dice Sierra–. Ellos están convencidos de que el camino son las armas y de que el corazón de la revuelta contra el invasor extranjero es el Territorio. Que en el Territorio vamos a juntar la fuerza para cruzar el Muro expulsar a los intrusos de las tres potencias.

–Y también a los chilenos –dice Jaimie.

Sierra no alcanza a agregar nada. Ya desde la ruta alguien no vio. Es un camión de gran tamaño. De su tráiler se abre una puerta y bajan tres arañas. Parecen cuatriciclos, a la distancia, pero son arañas tripuladas. Tienen sirenas que suenan con fuerza. Los vidrios del Fordcito tiemblan.

Las arañas empiezan a moverse a toda velocidad hacia nosotros.

–Norteamericanos –dice Kubrick–. Se ve por el tipo de tecnología.

***

El GPS indica que todavía estamos a veinte kilómetros de las Salinas. Aunque de verdad sea un lugar protegido, ahora es imposible que lleguemos. Nunca vamos a escaparnos de las arañas de un ejército regular, que nunca ahorró en equipamiento.

–Tienen las mejores máquinas estos tipos –dice Jaimie.

–Claro –dice Kubrick–. Es que para ellos un dólar invertido en la guerra produce tres, mientras un dólar invertido en educación te hace perder cinco. Entonces, ¿en qué van a invertir? En la guerra, y les rinde.

–Es terrible lo que hace la educación –dice Jaimie, y yo me pregunto si habrá entendido bien a Kubrick,

–Ahora hay que buscar un camino –dice Sierra.

–Bajen del auto –propone Jaimie–. Ustedes se bajan, yo distraigo a las arañas. Me van a seguir a mí seguro, porque voy a estar en el coche, y ustedes tienen muchas posibilidades de pasar desapercibidos. Es de noche, están a pie, ni los van a ver.

–Jaimie –digo–. No te vamos a dejar solo.

No me escucha. Toso para que me preste atención.

–Si te encuentran en el auto te van a matar.

–No creo que me maten –dice Jaimie–, pero una vida como la mía está llena de riesgo y además, además –lo piensa por un segundo– yo sigo siendo propiedad del Poder de Policía del Territorio.

–No hay propiedad en el Territorio –dice Kubrick.

–Bueno, soy una propiedad informal. Ahora les pido que bajen, no le veo alternativa. Porque si nos encuentran a todos nos van a matar a todos. Para eso, mejor que me maten solamente a mí.

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