IV. 5. El espía descubierto

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Me llevan de vuelta a la celda. Al verme, Robert dice que él me consiguió la entrevista con Roth. El guardia que me trae todavía está en el pasillo. Se está alejando, pero pega la vuelta y se planta frente a los barrotes de Robert.

–¿Cómo hiciste vos, un simple detenido, para conseguir la entrevista?

–Mencioné las palabras clave –dice Robert–. Las palabras que activan las alarmas en las máquinas donde procesan nuestras charlas.

El guardia se ríe.

–Estas celdas no están supervisadas. A nadie le interesa lo que hablen acá los prisioneros.

Todavía, pienso yo. No les interesa todavía, pero pronto les va a interesar. Robert no dice nada y el guardia sale.

–¿Cómo es que me vinieron a buscar, si no te escucharon? –pregunto.

–No le creas a ese guardia. Dice que no nos espían para que nos confiemos, pero quedate tranquilo que nos están espiando cada palabra que decimos. No solamente cada palabra, hasta cada respiración, cada latido.

Me fastidia escucharlo decir tantas cosas.

–Yo no puedo perder tiempo acá, esta a lo mejor es la última noche de mi hermano.

Escucho una risa en una celda que me resulta conocida. Es la de Kubrick. No lo veo, pero lo escucho:

–Las cosas que no pueden pasar pasan todo el tiempo. El tema no es que puedan o no puedan, es que pasen. Vos lo que tendrías que estar viendo, Antay, es cómo te podés escapar de este lugar, no tanto llorar porque algo no pueda ser pero esté siendo.

Yo me imagino que lo que quiere es darme rabia pero, aunque me lo imagino, me da una rabia muy real. Siento las manos con un calor insoportable y me agarro de los barrotes.

Podría doblar los barrotes como si fueran de una materia blanda, siento. Como si fueran plástico derretido. Los puedo abrir un poco y me quedo quieto, sin respirar. Robert vio todo y también él se queda sin aire.

–Vos sos el prototipo –dice.

Ahí pega un grito, pronto suena una sirena y viene el mismo guardia que me trajo recién. Le abre a Robert la puerta de la celda. Él señala con el mentón mi celda y el guardia viene y la abre.

Yo no entiendo mucho. O sea, me lleva unos segundos entenderlo. Robert no es un prisionero real. Es uno de ellos, es personal del laboratorio. Lo pusieron entre los presos para ver si encontraba información relevante.

Y yo vengo a caer de brazos abiertos en su trampa.

Yo, el prototipo.

***

El guardia me pone un casco. Es el casco anti-psíquico, creo que así le decían. Ese casco, según parece, puede anular cualquier alucinación material. O inhibirla. Con ese casco me llevan a la oficina de Roth. Cuando llegamos, el guardia se retira. Quedamos Roth, Robert y yo.

–No hacía falta llegar a esto –dice Roth con tristeza.

Está del otro lado de su escritorio jugando con una especie de lapicera muy gruesa.

–Sí que hacía falta –dice Robert–. Ya estaba rompiendo la celda.

Roth me mira con más tristeza todavía.

–¿Por qué hiciste eso justo acá?

Robert lo frena con el gesto.

–La pregunta no es esa. Es cómo puede tener ese nivel de potencia y llegó hasta acá sin que nadie lo frenara. Porque es algo muy visible lo que este chico tiene.

Ahí yo me levanto de la silla y me paro frente a él, listo para cualquier enfrentamiento.

–Llegué hasta acá para buscar a Wayne Rodríguez, eso no es ningún secreto.

–Ya sé para qué viniste –dice Robert secamente–. La pregunta no es para qué viniste. Porque venir, vienen miles. Pero llegar, llegan pocos. Uno cada cien a lo mejor. Pero vos llegaste. La pregunta es cómo pudiste llegar cuando aparte de ser tan débil, sos una tentación tan grande.

–Vos ya lo viste, el chico tiene un don.

–No es eso –dice Robert–. Nunca puede ser eso solo. No sabe usar su don. "El chico", como vos le decís, viene con alguien. Y nuestra obligación es descubrir quién es ese alguien.

Roth se ríe. Yo me siento.

–No seas loco –dice–. Mirá si va a ser esa nuestra obligación. Nuestra obligación es ver cómo monetizamos el talento de Antay. Somos una agrupación con fines de lucro, no te olvides de eso. Y creo que yo tengo la manera, pero vamos a tener que hacer un poco de teatro.

Yo niego. Digo que no primero con la cabeza, luego con todo el cuerpo. Ninguno de los dos presta atención.

–Eso ya lo veremos. Lo primero es sacar a Antay del laboratorio.

–Yo no me puedo ir a ninguna parte. Primero, porque vine acá a buscar a papá.

–Tu papá no está acá. Se fugó anoche. En la noche del martes. Quizá debería decir esta noche, dado que falta un rato para que amanezca –dice Roth.

–Además no sé qué hago con ustedes. ¿Ustedes quiénes son?

Me doy cuenta de lo absurdo de mi pregunta. No porque en sí misma sea absurda, pero sí porque no tienen motivo para responder la verdad. Igualmente, pienso, si no tienen nada para ganar con el engaño probablemente digan la verdad.

Pensar eso es mi manera de darme ánimos.

***

–Este es Robert Li Newman, cabeza de la seguridad personal de Bérkov.

–¿Li es un apellido chino? –pregunto, mirando a Robert, que no tiene rasgos orientales y más bien parece eslavo.

Yo no soy muy fuerte en acentos, pero hasta me parece que habla inglés como un ruso.

–Es chino, sí –dice Robert.

–Pero Newman es inglés –sigue Roth, y me parece que le veo una risita en los labios–. Bérkov no quería tener como seguridad a alguien puramente chino. Desconfía, no puede hacer nada con esa desconfianza.

–Es peor que una desconfianza. Sabe que hay presiones institucionales muy fuertes para echarlo del laboratorio y sacarlo del Territorio. Si eso sucede, las ONGs que luchan por las prácticas humanitarias en los experimentos van a destrozarlo. Y sus enemigos políticos van a echarlo en las garras de esas ONGs.

–Pero es una aberración que no respeten los derechos de los pacientes.

–Fuera del Territorio es un delito, además. Acá no nos interesa tanto lo que está bien o mal –dice Robert–, por eso entramos a un lugar tan inhóspito. Acá nos interesa lo que podemos lograr o no, y los medios van y vienen. ¿Pero sabés que es lo más lindo? Que los hombres y mujeres que ahora se rasgan las vestiduras por los experimentos que hacemos con humanos de todas las edades, cuando esos experimentos se patenten y curen enfermedades y salven vidas, los van a usar como cualquiera. No les va a importar el origen, si salvan vidas. Y van a salvar por millones.

Yo me levanto de la silla.

–No puedo creer que estoy escuchando eso.

Roth me señala con el dedo, me hace señas de que vuelva a sentarme. Yo le hago caso.

–No te preocupes por lo que la gente opine. Todos tienen opiniones y las opiniones no importan nada. Importa lo que la gente hace y vos no sabés lo que Robert hace. No le creas mucho cuando dice cosas.

–Creeme más bien cuando hago cosas.

Yo digo que no con la cabeza. Es una persona que automáticamente me pone los pelos de punta, este Robert. Y pronto tengo la seguridad de que no puede ser quien dice que es.

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