II. 16. Bala sin rumbo

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Algunas competencias empiezan con un disparo. Los participantes escuchan el tiro y empiezan a correr. Con Manuel Pincheira, también conocido como Pympp, yo creo que pasa lo mismo. Su gesto de dejar frío a un gendarme inglés con dos plomos en el pecho desata una guerra.

El primer sorprendido con el caos generalizado es Pympp. Me alcanza con mirarlo para darme cuenta. No se esperaba esa reacción. No digo que matara autoridades federales todo el tiempo, pero no sería tampoco la primera vez. Y me imagino que nunca hubo consecuencias.

Esta vez es distinto. En el local hay gente esperando la gota que derrame el vaso para desenfundar su pistola. La gota que derrama el vaso es Caddy cayendo sobre el suelo.

Por un segundo no pasa nada. Por dos o tres segundos pasa muy poco, pero oigo volar a una mosca que se acerca a nuestra mesa. La muequita triunfal que tiene Pympp al principio se borra de golpe cuando alguien cerca de la puerta, un hombre grande que tiene aspecto de militar, hace un gesto sospechoso. Se lleva la mano al cinturón.

No pasan ni cuatro segundos, pero es una eternidad. Creo que ahí también Pympp se da cuenta de que el tiempo transcurre distinto cuando alguien te quiere matar.

Porque diez tipos empiezan a tirar a la vez. No parece que haya bandos. Parece más un suicidio generalizado. Pero el blanco principal es Pympp. Le están apuntando desde las cuatro direcciones de la brújula. Yo alcanzo a tirarme al suelo, bajo la mesa, y quedo empapada. No alcanzo ni a preguntarme si lo que me moja está caliente o frío. Arriba se están matando, yo me tapo la cabeza con las manos y pronto no me puedo mover.

Me cae sobre el cuerpo un peso terrible, que se mueve. O no se mueve, pero está vivo. O no está vivo, pero tiene esa electricidad de las cosas que hasta hace poco estaban vivas.

Es Pympp, me doy cuenta. Digamos que es su cuerpo. Me deja atrapado de nuevo, ahora en la muerte como antes en la vida. Y si quedo atrapada así me van a lastimar de rebote cuando vengan a buscarlo. Porque van a venir seguro. Apenas se calme el tiroteo van a venir para fijarse que se haya quedado bien quieto, yo digo.

***

Me gustaría entender para qué lado podría escaparme, si pudiera sacarme de encima el cuerpo. Pero siento que me sofoco. No puedo respirar. Por un segundo no escucho ninguna explosión y pienso que se puede haber calmado la guerra, pero es solo un respiro de corto plazo. Pronto todo recomienza.

Los oponentes ni siquiera buscan una buena cubierta. Están en movimiento cerca de los extremos del local. En el medio solo quedo yo.

Y Pympp sobre mí.

Pronto siento sobre mi mano una mano chiquita y transpirada. No puede ser. Debo estar muriendo y este es mi primer contacto con el otro mundo, fantaseo. Pero no, de verdad es una mano chiquita y transpirada, que pronto me suelta, le pega al costado de Pympp unas patadas con una fuerza que nadie prevería en un cuerpo tan menudo, y me indica que serpentee en el suelo, igual que él, rumbo a la barra.

Es Max, claro, el muchachito chino, el que ayer ya me salvó frente a la puerta que no abría en esa calle que se llamaba Connor.

Ayer. Es un día y a la vez casi parece una temporada entera de aventura.

Hacemos ruido al movernos pero nadie se fija en nosotros. Somos pescaditos chicos y en ese bar se deben estar liquidando negocios que venían sucediendo desde mucho antes. Negocios para ballenas, no para pescaditos.

Cuando llegamos a la barra y estamos protegidos, al menos un poco, Max me dice:

–Esto no lo vi nunca en Vicio. Es la primera vez.

Yo no lo puedo creer. Yo pensaba que una matanza así sería cosa de todos los días.

–Es una ciudad bastante ordenada, dentro de todo. Está ordenada porque la justicia y los criminales son la misma persona, y eso ordena mucho. Es como los países con partido único, no hay ninguna oposición que ponga palos en la rueda.

–Me parece que es al revés.

–Da igual. Lo que quiero decir es que está pasando algo muy grande. Más grande que vos, incluso. Yo no sé los detalles, pero te anda buscando mucha gente. Eso es verdad. Sos una presa grande para gente poderosa. Pero por grande que vos seas además está pasando otra cosa, y me da la impresión de que si no averiguamos qué es otra cosa no vamos a llegar muy lejos.

–Claro –le digo.

Recién en ese momento respiro, con la mínima calma que siento al estar protegido, dentro de todo. Es un decir. Si mamá pudiera verme pondría una cara horrible, ella no pensaría que estoy protegido, y tiene razón, pero de un modo particular. Como casi siempre que la mamá de un adolescente tiene razón, al mismo tiempo se equivoca.

Tiene razón desde la perspectiva adulta, que no es mejor que cualquier otra, pero se equivoca desde la del adolescente.

Al pensarlo así, ponerlo en palabras, se me reduce la adrenalina y me baja la ansiedad. Un poco, todo lo que se puede en un ambiente donde siguen zumbando las balas. Pronto, además de la ansiedad, me bajan los signos vitales. Me da un sueño salvaje y creo que voy a dormirme ahí, sentada, con la espalda contra la pared.

Max lo nota y se sorprende. Se asusta. Ahí me levanta el buzo. Me corre la remera que quedó toda manchada de sangre y se da cuenta de que ligué un tiro de rebote.

Se da cuenta al mismo tiempo que yo de que estoy herido de bala.

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