IV. 4. El amigo de papá

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Robert no está pidiendo nada concreto. Probablemente no sea algo que puede formular, pero estoy seguro de que quiere algo.

Con Sierra me pasó lo mismo. No quería nada determinado a cambio de organizar mi viaje al Territorio o, al menos, no me lo dijo. Quería que yo estuviera cerca del Gauchito Gil, pero eso ¿de qué sirvió? También con Sierra hay algo más, pero lo urgente ahora es Robert.

–Enseguida van a llamarte las autoridades –dice Robert.

–¿Cómo que van a llamarme? –pienso que me puedo desmayar.

–Sí, escuchan todas las charlas de los detenidos. Esta que recién tuvimos también la deben haber escuchado. Te van a interrogar sobre Roth.

–¡Pero si yo no conozco a ningún Roth! –grito, suponiendo que me quiere hacer pisar el palito.

Las luces se encienden de golpe. De verdad esto debe ser un laboratorio con celdas, más que una cárcel, porque ni en el Servicio Penitenciario más desprolijo del mundo pueden interrumpir el descanso prendiendo la luz a cada momento.

–Antay Rodríguez, a ver –dice un guardia añoso.

–Acá está –dice Robert, y me señala.

El guardia viene a mi celda, la abre. Me sonríe con una mueca afable, descolorida, y me pide que lo siga.

***

Me lleva a un cuarto donde hay una mesa de manera, rectangular, y dos sillas adosadas al suelo. Me hace sentar a una de las sillas, pronto va a venir alguien a conferenciar conmigo. O a interrogarme, a lo mejor. Me siento. Espero un tiempo, no sé cuánto, a lo mejor media hora.

Ahí entra un hombre de pelo muy blanco y yo estoy seguro de que él sí es Roth. El hombre se da cuenta de que lo reconozco y me hace un gesto con la barbilla. Es un movimiento hacia abajo. No es muy explícito, pero creo que lo entiendo.

Me está diciendo que no hable de nada comprometedor. Todo lo que digamos lo están escuchando otras personas. A lo mejor el mismo Bérkov o Walter Xi.

Me imagino que hablar en clave tampoco serviría. Yo no sé hacerlo con soltura y seguramente personas entrenadas en leer entre líneas me descubrirían.

Pero tampoco puedo quedarme callado y hablar del clima. O quizá sí. Al menos hasta que Roth se decida a empezar.

–Hace un calor raro para la época del año –digo.

Roth se sonríe.

–Sí, es terrible. Antay Rodríguez, leo acá que. ¿Pronombre preferido para vos, Antay? ¿Te reconocés como él, ella o eso?

–Él.

–Bueno, Antay, me anduviste nombrando en un diálogo con un detenido, un tal Robert, a ver el apellido, no importa el apellido. ¿Vos me conocías? Porque yo no tengo recuerdo de conocer a ningún Antay Rodríguez. Ni de reputación ni mucho menos personalmente.

–Mucha reputación no tengo, será por eso.

–¿Vos de dónde me conocés, Antay?

***

–Necesito hablar con Bérkov –improviso– y pienso que vos me podés ayudar.

–¿Por qué yo? ¿Te parece que yo tengo una llegada más directa que otra persona?

Siento que por la cara me brota un sudor invisible. No tengo que imaginarme nada muy terrible. Tengo que superar la ansiedad o voy a tener una alucinación material como la que hizo que me descubrieran hace un rato.

–Sí. Creo que vos tenés un contacto más directo.

–Ah. ¿Y por qué creés eso?

–Me lo dijo alguien, un desconocido, un tipo cualquiera.

–¿Dónde?

–En Ciudad Vicio.

–¿Y quién era ese desconocido?

–Te dije que era un desconocido, no puedo saber quién era.

Al principio actuábamos la confrontación, era todo mentira, pero ahora estoy sintiendo ganas de aplastarle la cara, correrlo del medio y escaparme a otra parte. Ya no me parece que pueda ser mi aliado.

–¿Tenía alguna particularidad? –insiste él.

–Era un paria, una no-persona.

–Ah –se ríe Roth–, uno de los sacerdotes del Gauchito.

–¿Perdón? –pregunto yo.

–Los parias, las no-personas. Los llaman sacerdotes del Gauchito Gil porque son los principales desposeídos. Si les hacés algo te va a pasar una desgracia y la desgracia va a venir manejada por el Gauchito. Eso dicen.

–El Gauchito no le haría el mal a nadie. Yo no creo en esos cuentos.

–Que vos o yo los creamos da lo mismo. Da igual lo que creamos. El tema es que circulan y mucha, mucha gente los cree. El valor de los rumores no es que sean realidad. Es que tienen efectos reales, Antay. Bien, yo no tengo nada que hablar con vos. Invadiste el perímetro del laboratorio. Un auto con gente que todavía no identificamos se escapó. Sobre esas cosas vas a hablar con profesionales. Ellos sí tienen mucho que hablar con vos. Mañana vienen. Interrogadores con experiencia. Yo no tengo más que decir, pero voy a recomendar que te saquen de la celda. Te veo inestable, voy a pedir que te transfieran a la rama psiquiátrica hasta que tengamos mayores datos.

Yo no sé si será parte de una estrategia, pero aunque sea una estrategia sería lo más natural que me enfureciera. Así que me enfurezco, para que parezca que mi reacción es la natural. Aunque tal vez sea teatro y yo no pueda estar seguro.

–Yo no estoy loco –grito.

–Nadie dice eso.

–¿Y qué pasó con el hijo del presidente chino?

–¿Con Wei? ¿Me preguntás en serio? ¿No sabías que lo secuestraron y que lo buscan más de diez mil efectivos de las tres potencias a lo largo y a lo ancho del Territorio?

Por el modo en que me mira, me doy cuenta de que sabe que el auto que se les escapó tenía al nene secuestrado. Pero si no me lo dice supongo que será porque los chinos quieren retener la información. Si no, Roth debe tener otros intereses.

Y me pregunto cuáles serán sus intereses.

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