II. 15. Golpe de Estado

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Las perspectivas que yo tengo son cada vez más negras. Si llegara a escaparme de mi propietario, no me buscaría él solo. Me buscaría también el gendarme inglés, el Caddy. Y además del Caddy ahora aparece este hombre bajito que me hace acordar a Napoleón. Estoy aburriéndome de quedarme callado, así que le pregunto:

–¿Usted es Pympp?

–Miren, el prototipo habla –se burla mi propietario.

Pympp le hace una seña a dos gendarmes norteamericanos sentados a otra mesa, que yo tomé por clientes, y entre los dos se llevan a mi propietario. Lo llevan al pasillo junto a la barra.

–Hola, Antay –dice con una cordialidad exagerada–. Yo no es que sea Pympp, Pympp es un poco como el nombre artístico. Es muy vulgar, ya sé. Mi nombre es Manuel Pincheira, soy el mayor de los hermanos Pincheira, mucho gusto.

Me da la mano. Yo se la aprieto pensando si de verdad podrá ser uno de los Pincheira. Por lo poco que aprendí sobre historia contemporánea del Territorio, los Pincheira son un grupo armado que tiene un rol particular en el Territorio. No son aliados de las autoridades soberanas, porque tienen intereses opuestos al de los Sectores, pero tampoco son cercanos a grupos terroristas como los Troy.

Son independientes y autónomos, dentro de todo. Aunque ahora veo que tienen buenos vínculos también con algunos funcionarios estatales, como el Caddy, que es un gendarme a sueldo de los británicos.

–¿Usted conoce a Rozas? –no me puedo contener de preguntar.

–Que si conozco a Rozas. ¿Y quién no lo conoce, a ver?

–Yo lo vi en Vicio anoche.

–Estás confundida.

–Confundido.

–No me contradigas, corazón. No está en Vicio. Estaba en la Tóxica y ahora ya rumbea hacia General Acha.

Siento que el alma se me cae al piso. ¿Qué hace la Flor yendo a Acha? Salvo que esté anticipando mis pasos, haciendo todo para encuentrarme donde más cómodo le resulte, me cuesta imaginarme.

–Rozas es un buen amigo –sigue Pincheira–. Si vos estás conmigo, la Flor está con vos. Somos todos como hermanos y no hay que tener miedo de nada.

–La Flor quiso matarme –digo yo.

–No creo que haya querido matarte. Tiró una bomba que podía explotar, pero ella siempre hace esas cosas y no tiene nada que ver con que quisiera matarte.

–Quiso matar a Kubrick.

Ahí la cara se le ensombrece a Pincheira.

–A ese acá ni lo nombres. Ya lo escuchamos nombrar bastante. Y ahora dale, andá a cambiarte. No quiero que perdamos más tiempo. Tengo un camión acorazado para llevarte a un lugar.

Desde que nombré a Kubrick le cambia el tono. Su cordialidad, que era falsa, desaparece. No me gusta que me hable así y no creo que me convenga.

–Yo no voy a ningún lado.

Él se ríe y al reírse muestra unos colmillos bastante largos, un poquito amarillos, que podrían recibir una buena cepillada sin daño.

–El camión tiene una jaula, también. Hace tiempo que no la usamos, pero la podemos usar, si hace falta. Y vos, Antay, entrarías perfecto.

***

–¿Y sabés cuál fue el último lugar donde la Flor quiso matar a Kubrick? –pregunto haciéndome la estúpida.

–En la Tóxica. Pero no ya te dije que no quiero...

Lo interrumpo. El Caddy parece que estira los ojos, da la impresión que se le van a salir de las cuencas, cuando yo corto a Pympp/Pincheira para decirle:

–No. Fue ayer. Cuando cruzamos la dragnet. Yo pasé el muro con Kubrick y adiviná quién fue el gendarme que nos abrió la puerta.

Pympp mueve la cabeza hacia el Caddy. De verdad las comunicaciones en el Territorio deben ser más lentas de lo que creía, o hay gente poderosa que pretende mantenerlo en la oscuridad.

–No –dice el Caddy–, no le creas.

–¿Pero qué cosa querés que no le crea? –lo frena Pympp–. Si no dijo nada. No dijo qué gendarme les abrió la puerta.

Pero ya es claro que lo sabe. El gendarme fue el Caddy, que debía tener instrucciones para hacer otra cosa, y ahora Pympp se está enterando.

Caddy me mira con un odio descarado. Yo, en vez de asustarme con ese odio, pienso que me hace fuerte. Pienso: hubieras aprovechado cuando tuviste la oportunidad, imbécil. Lleva la mano al cinturón y estoy seguro de que me va a apuntar con alguna pistola.

Pero no llega a hacer nada. Antes lo está apuntando Pympp con un revólver tan grande que parece un cañón.

–Quieto, Caddy.

En el bar se arma un revuelo. No debe ser frecuente que los clientes saquen sus armas. Deben ser las famosas leyes no escritas. Al mismo tiempo, nunca es impune asesinar a un funcionario estatal. Nadie sobrevive mucho tiempo si mata a un gendarme, por mucho que lo haga en el Territorio. El poder que haría falta para algo semejante debe ser excesivo. Excesivo hasta para el mayor de los Pincheira, quiero decir.

Es imposible que pueda matar a un gendarme en circunstancias normales.

Pero a fin de cuentas ahora la situación no parece normal.

Pympp está reflexionando. La frente se le arruga. De pronto dice:

–Ya me cansé de los traidores.

Y con una frialdad que me sorprende, aunque su víctima sea una persona horrible como el Caddy, baja el revólver al pecho del tipo y aprieta el gatillo dos veces. Le pega las dos veces al Caddy en el pecho. Él ni alcanza a cubrirse. No se mueve. Cae de costado y la silla cae a su lado. Es todo lento, casi delicado. No se le ve brutalidad porque no hay ninguna vida que le quede para oponer resistencia.

En la escuela nos enseñan que las revoluciones se hacen por causas justas y los golpes de Estado por motivos egoístas. Esa es la gran diferencia, nos enseñan. Deponer a una tiranía es una revolución, pero derrocar a un presidente democrático un golpe de Estado. Todo el mundo cree que hace revoluciones, es raro que alguien admita que está haciendo un golpe de Estado. Porque todos, hasta los dictadores, están convencidos de que actúan por el mayor bien de la mayoría. No es que lo digan y son cínicos. Casi todos están convencidos de verdad, porque si no no lo lograrían. El cinismo no contagia a nadie, la convicción sí, y por eso hace falta buscar a gente convencida. Yo doy la vuelta en círculo y veo muchos ojos enloquecidos y me parece que estoy rodeado de gente convencida.

En cualquier golpe de Estado yo me imagino bombas, tiroteos, incendios y derrumbes.

Lo que siguió a los dos tiros de Pympp contra el Caddy es lo más parecido a un golpe de Estado que yo vi en la vida.

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