16. Dulce presencia del Infierno

51 6 0
                                    

–Yo me voy a cobrar la deuda con Kubrick, muchachos –dice Rozas–. Es algo entre él y yo, no les conviene meterse. Vayan a la habitación de una vez.

Sierra titubea. Estará buscando una manera de resolver el asunto. ¿Que Kubrick debe dos millones y medio de soberanos, dijo la Flor? Con la mitad de esa fortuna le hubiéramos conseguido el corazón a Jairo y papá no tendría que haber ido al Territorio. Yo no estaría con estos dementes en una casita cualquiera. Estaría con mamá, aprendiendo historia colonial y trigonometría. Estaría con mis compañeros de escuela. Con Tam. Con los profesores.

Bien. Si me pongo a pensar no sé qué es peor. Mejor no pensar tanto.

Nadie se va a la habitación. La Flor, a lo mejor cansado de esperar, se sienta frente a Kubrick. Se despereza como alguien que recién se levanta. Sonríe. No tiene ninguna preocupación en la cabeza, parece que ya se le resolvieron todos los problemas. El cinturón le sigue titilando y a través de un hueco en su camisa le veo dos puntas tatuadas. Cada una se estira hacia un hombro distinto. Por debajo de la camisa debe tener una estrella que yo no alcanzo a ver. El centro de esa estrella debe estar sobre su esternón.

–Nosotros vamos a cubrir la deuda –dice por fin Sierra–. Nos damos la mano, te vas como viniste, acá se acaba todo. Te puedo hacer una transferencia inmediata.

Veo que Kubrick sacó una pequeña pistola y la apoya sobre su pierna. Rozas no la ve. Está distraído con el sapo.

–Perdón –grito yo, mirando a Sierra–. Tengo algo más importante para hacer con esa plata. Así que si está disponible yo te pido que me la facilites.

–No te confundas –dice la Flor–. No hay nada más importante que pagar una deuda. Vos no sabés el reguero de desgracias que deja una deuda sin pagar. Pero yo nunca me conformo solo con dinero. Quiero saber en qué negocio andan metidos.

–Miralo al curioso este –se ríe Kubrick, que ya recuperó el aplomo.

Sierra empieza a susurrarme algo al oído. Dice: va a explotar todo. ¡Pum!

–¿Te despertaste, imbécil? –la Flor encara a Kubrick.

Me inquieta la idea de que Kubrick dispare, Rozas responda y de verdad explotemos todos. Me imagino la casa en llamas y el humo por todas partes. No voy encontrar un corazón para nadie, si pasa eso.

De pronto aparece en la casa un humo gris y liviano, con olor a madera. Me quedo mudo. Pienso: empezó a suceder. Ya explotó la bomba, solo que no me di cuenta, y este es el efecto.

–¿Qué es el humo? –pregunta Ricky.

–Ya vas a entender –lo tranquiliza Ms. Roca.

La Flor me mira con codicia y quizá con emoción. Me siento muy especial, cuando preferiría ser muy común.

–Ahí veo –dice–. Vos sos el famoso prototipo.

Las puntas rojas, tatuadas en su pecho, que apuntan a sus hombros, empiezan a emitir luz. Parece que se prenden fuego. Es una estrella de verdad lo que tiene en el pecho.

–¿Prototipo? –digo yo, que ni sé bien lo que significa la palabra.

–No le digas así porque le estás faltando el respeto –interviene Ms. Roca–. Es una persona como vos o como yo, no es ningún prototipo.

–Antay –sigue la Flor–. Sos la personita con la que soñé toda la vida. Sos hermoso.

–Pero, che –dice Ms. Roca, sacando la lengua–, cómo le vas a hablar así a un menor.

–Parece que la Flor de verdad era carnívora, como dicen por ahí –se ríe Kubrick, que es un hombre de otra generación.

Lo miro sin entender. ¿De verdad hace un chiste de mal gusto o yo me estoy perdiendo de algo?

–A este muchacho yo me lo llevo conmigo –dice Rozas mirándome con intensidad–. Me lo llevo, nos olvidamos de cualquier deuda y ustedes y yo seguimos como buenos amigos. ¿Necesitás dos o tres millones, muchachín? Yo te consigo eso y mucho más, quedate bien tranquilo. Conmigo nunca te va a faltar nada.

Aunque me podría simplificar la vida, la idea de irme con la Flor y ser su "prototipo" no me causa gracia. Me da la impresión de que el "prototipo", para Rozas, debe ser una especie de esclavo.

A Kubrick la idea de que me vaya con Rozas tampoco debe gustarle, porque cierra la mano sobre la pistola. Rozas va a morir y nosotros con él, me doy cuenta. Se me pone la piel de gallina. En ese momento, cuando el miedo me deja ciego, el humo se vuelve muy negro y dejo de entender. Dejo de escuchar. Solamente siento el plástico quemado, tóxico, en mis pulmones.

Ahí entreveo que Kubrick levanta la mano y emite una parábola de fuego, una bola ardiente que parece un cometa, un meteoro dentro de la casa. Kubrick tiene que haber disparado con su pistola, y no puede tratarse de una pistola habitual. Esta emite un misil o una bengala que se estrella en el pecho de Rozas, sobre la camisa, en el medio del esternón.

Ahora dejo de ver a Rozas, ni siquiera le veo la silueta, y pronto oigo un ruido sordo, seco. Ahora veo a Ms. Roca en el lugar donde estaba Rozas. Deduzco que se acercó a la silla y lo hizo caer de espaldas.

Sierra me dice que ya está, ya pasó. No va a haber explosión, estamos salvados.

No es algo paulatino sino brusco. El humo desaparece del todo, salvo el que despide el proyectil de Kubrick. Ahí me doy cuenta de que estuve sufriendo una alucinación material que fue visual y olfativa y que afectó a las demás personas. Veo a la Flor en el suelo, inmóvil. Veo a Ricky pisotear la bengala que todavía le arde en el pecho como un fuego artificial. La pisotea para apagarla. Y la Flor no responde. No se mueve.

Ms. Roca le abre la camisa para examinar la herida. Su cinturón explosivo titila como siempre, pero hay algo más que titila. Es la gran estrella roja que tiene la Flor en el pecho. Le cubre todo el esternón y tiene seis puntas. Kubrick disparó su bengala al medio de la estrella. Me doy cuenta de que no puede ser casualidad.

Kubrick abre la puerta de calle para verificar que la casa no esté rodeada. No está, no hace falta preocuparse. Mientras tanto, Ricky se acerca a Rozas. Veo que tiene un cuchillito en la mano. La hoja brilla y parece que busca el lugar exacto en el cuello de la Flor para degollarlo.

A nadie le importa, o nadie se fija. Sierra y Ms. Roca están distraídos con Kubrick, haciendo planes cerca de la puerta. Entonces yo me acerco de un salto a Ricky. Le corro con el brazo una mano que ya bajaba hacia la Flor. Ricky la está mirando con una cara de crueldad que no le conocía. Me imagino que tiene cuentas pendientes con Rozas, una venganza que llevar a cabo, de otro modo me parece inexplicable.

Como no se espera mi reacción, no se puede frenar del todo. Me hiere en la mano. No es una lastimadura profunda, pero sangra. Ahí la cara le cambia, se preocupa, me pregunta:

–¿Estás bien, hermanito?

–Sí, sí –le digo.

Kubrick ya viene corriendo con Sierra. Los dos entienden la situación al vuelo y me doy cuenta de que están enojados. Cometieron una imprudencia al dejar a Ricky solo, o casi solo, con Rozas.

Kubrick le toma la presión a la Flor, le controla la respiración, y dice que va a estar bien. Va tener una contusión, se va a olvidar de algunas cosas, pero no va a morir.

–Eso significa que no va a explotar ninguna bomba. Si moría, iba a explotar toda la manzana. Menos mal que que te diste cuenta a tiempo y frenaste al muchacho –dice Kubrick señalando con el mentón a Ricky.

RIcky está cabizbajo, pero sobre todo está furioso. No dice nada, pero le veo la cara de frustación. Kubrick echa agua sobre el pecho de Rozas y apaga los últimos rastros de fuego. La estrella sigue temblando como si estuviera viva. Ya no queda humo, solo un olor a chamuscado que incluye un ligero dejo a cabello quemado, y yo pienso, pobre Rozas, con lo infrecuente que es un pelo rojizo en esta parte del Sector Británico, y nosotros venimos y lo incendiamos.

No lo pienso por mucho tiempo. También dicen que en la gente con ese pelo se encarna el Diablo.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora