II. 3. Los tres amigos

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En eso el panel numérico hace un chirrido bastante feo. Se le apagan todas las lucecitas. El código falló y el aparato quedó bloqueado. Ahí me gustaría ser creyente como mamá para cantar un Avemaría, pero tengo miedo de recordar mal la letra y que tenga el efecto equivocado. Que del cielo me lluevan desgracias. El gendarme ya se asoma a la callecita. No hay mucha luz y nosotros estamos muy pegados a la pared, así que puede tardar unos segundos en vernos, me ilusiono.

–Estamos fritos –susurra Max, que usa expresiones de gente más vieja, en este caso "we're so done for".

Se pone a probar el código en la segunda puerta. El panel numérico es casi igual. Yo estoy seguro de que también va a fallar, y falla. Es una puerta blindada. Nunca vamos a abrirla por la fuerza.

–¡Ustedes dos! –grita el gendarme alumbrándonos con el reflector de su fusil.

Ya lo tenemos arriba. No tiene apuro en detenernos. Se nota que nuestro frenetismo le da risa. Pero Max no se lo toma a broma.

–Vamos a tener que ir con él –dice Max, que está empujando la puerta con el hombro, y no le importa que sea de gusto–. No me despedí de nadie, me quiero morir. Si al menos me hubiera despedido...

En eso alguien se tira encima del gendarme. Es el pordiosero que vi más temprano, el que recibió mi billete. Me parece inconcebible. Pero lo más raro es que el gendarme no se defiende. Trata de repeler al señor sin violencia y de aplacarlo con las manos. Cuando logra zafarse, ahí sí. Ahí pega un salto hacia nosotros con la boca del fusil hacia delante, gritándonos. La rabia que le dio el pordiosero, y que por algún motivo no pudo descargar en él, la reserva para nosotros.

Ya no parece que nos quiera arrestar, digamos, civilizadamente. Parece que nos quiere lastimar.

***

Ahí alguien abre la puerta desde el interior. Max, que estaba apoyado en la hoja con todo su peso, tropieza y cae dentro de la casa. El gendarme dispara, pero antes yo pego un salto. Caigo encima de Max y termino yo también en el suelo.

Listo, pienso, ya estoy a salvo, aunque no me siento muy a salvo. Quiero decir, imagínense eso, estoy a oscuras en un ambiente que parece amplio, la puerta se abrió sola pero seguro hay alguna persona involucrada, y no puedo escaparme porque en la calle están tirando contra cualquiera que se mueva.

Salvo contra el pordiosero.

Alguien nos empuja a Max y a mí con el pie, de mal modo. Apenas nos mueve lo suficiente, cierra la puerta. Ni bien termina de encajar, y escucho el click de que cerró bien, empiezan a golpearla desde afuera.

–Pronto van a llegar refuerzos, en un minuto la tiran abajo –dice una voz de mujer en la oscuridad, y por la ubicación tiene que ser la persona que nos abrió la puerta y luego la cerró–. Subamos.

–Arriba no vamos a tener por dónde escaparnos –digo débilmente.

Ella empieza a trepar una escalera sin responder, aunque sí se da vuelta para mirarme. Con curiosidad, con incredulidad. Los ojos se me están acostumbrando a la oscuridad y ya le veo los rasgos. Más me valdría no vérselos tan bien. No me pueden agarrar con ella, me doy cuenta. Ahí sí que se acabó todo. Porque es la demente que unos minutos antes estuvo disparando contra los gendarmes desde el ventanal que con toda probabilidad sea del mismo primer piso al que estamos subiendo ahora.

–Arriba nos agarran seguro –digo, y mi voz es un hilito de nada.

–¿Más seguro que abajo cuando tiren la puerta? –la chica se burla, pero me parece que con cariño.

Entonces subo con ella, ¿qué otra cosa voy a hacer?, y atrás viene Max.

En el primer piso hay luz más que suficiente. Le veo a la chica su cara límpida, redonda, con ojos negros que echan chispas y la piel marroncita más que negra, color caoba, un poco rojiza como el azúcar cuando recién se está convirtiendo en caramelo, y un gesto que me parece hindú, pero ¿qué va a hacer alguien de la India en el Territorio? Al lado mío ya está Max con sus ojos rasgados y enormes y una mueca de asombro. Cada vez estoy más seguro de que es chino. Coreano como Tam no puede ser, tienen otro matiz...

–Max no es chino –dice la chica, y yo me quedo mudo de miedo.

–¿Cómo supiste eso?

–Lo conozco de hace un montón de tiempo, cómo no voy a saber.

–¿Cómo supiste en qué estaba pensando?

Abajo hay un ruido rítmico cada vez más fuerte. Deben estar dándole duro a la puerta con un ariete. La puerta es bastante sólida pero no va a resistir un ataque como ese.

Y nosotros en el primer piso desde el que dos chicas dispararon contra oficiales federales.

A lo mejor contra los mismos que ahora intentan allanar esta morada.

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