9. La perspectiva policial

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A esa policía la conozco de vista, es la madre de un compañero.

–Tu mamá está demorada en la Central –me dice.

La Central es una comisaría general del distrito. Ya está, mató a alguien, pienso. Lo atropelló y lo mató.

–¿Hizo algo?

–No. Más o menos. La vieron manejar en zig-zag y ejecutar maniobras de alto riesgo en su vehículo. Mandamos a un inspector que la interceptó en la vía pública, cuando estaba por llegar a la casa. La frenó para hacerle un test y se reveló que tenía grandes cantidades de alcohol en sangre, más de 0.1%. La demoramos porque puede tratarse de un delito federal. Nosotros preferimos que no pase a mayores, con todo lo que ustedes están pasando. Pero para que no pase a mayores vamos a tener que hacer todos un esfuercito.

–Vinimos a ver si querías hablar con ella –dice el hombre–. Despotrica, insulta, parece que quiere tirar la Central abajo.

–¿Qué pasa con el auto? –pregunto, dándome cuenta de que es el único medio para llegar al Territorio.

–Queda secuestrado hasta que venga un mayor a retirarlo, pero eso lo podemos arreglar fácil.

–Igual tu mamá va a tener que pagar la multa. Le vamos a hacer una multa por una cosa menor, algo simbólico, pero eso lo va a tener que pagar. Así el inspector no se piensa que le despreciamos el trabajo.

–Claro, una multa menor, no hay problema. ¿Y podemos hacer que la justicia federal no se entere de nada, me decían?

–Claro, para eso vinimos, aunque seas menor. Le queremos dar una mano a tu madre, no que le hagan un juicio y termine presa. Entre criminales comunes.

No me gusta que la policía me manifieste su complicidad. Estos dos parecen buena gente, pero yo no sé. El hombre señala con la mano hacia la salida. Se esperan que los acompañen. Yo salgo con ellos. ¿Qué voy a hacer? No creo que Jairo vaya a necesitarme en el tiempo que pase lejos pero, por las dudas, busco a una enfermera en la recepción y hablo dos palabras con ella. Le cuento que mamá tuvo un contratiempo pero que enseguida vuelve. Yo me voy a encargar de traerla, le digo.

Veo el patrullero con sus sirenas encendidas en la rampa de las ambulancias. Subo al asiento trasero y se me colorean todas las mejillas pensando en toda la gente que estará mirando. Si querían hacer algo discreto, hay algo en su estrategia que no entiendo. En realidad, algo no cierra. Me da un poco de miedo, porque me pregunto si no estaré cayendo en una trampa, pero ya es tarde para pensar.

El hombre maneja y la mujer se da vuelta para hablarme. Nos separa un rejilla metálica y ella habla a través de las rejas. Puedo pensar que los prisioneros son ellos, no yo, pero me cuesta sentirlo. Sobre todo yo, que soy un prisionero hace tanto tiempo. Imagínense que no puedo ni dormir con mi perrita, ni puedo decidir a qué hora voy a la cama, ni puedo hacer videojuegos de verdad. Si eso no es estar presa, yo no sé.

Debajo del uniforme, la mujer tiene un rosario. A medida que habla empieza a sacarlo. Le veo algunas cuentas que brillan en el aire y parecen mágicas. Pronto la mujer se frena en seco y vuelve a guardar el rosario. Seguro no le gusta que la tomen por cristiana.

–Ya sé que este pueblo es complicado, la situación de tu papá es complicada y la salud de tu hermano está complicada, pero para todos nosotros vos sos una chica brillante y estamos seguros de que vas a entender.

–Soy un chico, no una chica –digo.

Me importa contradecirla, educadamente, para que no me tome por un nene de pecho al que puede pisotear.

–Hay un temita –sigue ella–. A lo mejor escuchaste hablar de un grupo subversivo altamente ilegal, que maneja el culto de los santitos populares en la Federación y el Territorio. Este grupo se llama TROY y está detrás de los problemas que el Gaucho Gil, por nombrar al más famoso, le causa a la industria pesada y a las inteligencias artificiales.

Ahí está, pienso. Por eso me trajeron. Se enteraron de que estuve con un sapo que se hace pasar por Sierra y quieren apretarme por ese lado. Y casi me da vergüenza haber sido tan ingenuo de pensar que querían ayudar a mamá.

–En el asunto de la cosechadora en la Maldita –sigue la mujer–, por nombrar el más resonado, encontraron estampitas del Gaucho por todos lados. Era una tormenta de propaganda para que la parte más ingenua del pueblo piense que los santitos, con sus poderes sobrenaturales, entraron en acción. Pero no es brujería ni mucho menos un milagro, lo que hicieron no tiene nada de sobrenatural, como le hacen creer a la gente. Es sabotaje puro y simple.

En los paneles circuló la noticia de que un loco hizo una bomba de fabricación casera. Nunca encontraron al loco. La cosechadora de la Maldita, una de las más avanzadas del planeta, un prototipo a escala mundial, quedó inutilizada por la bomba. Era poco creíble que un artefacto casero desactivara un aparato tan sofisticado, pero en el momento no me puse a pensar. Tampoco me pareció raro que lo hubiera hecho un solo individuo. Un loco, un inadaptado. Era más verosímil que fuera un grupo equipado, no un loco suelto. Y de las estampitas tampoco escuché nada, y ni siquiera entiendo por qué la mujer subraya tanto la presencia de esa religiosidad popular. Pero enseguida me acuerdo de su rosario y pienso que será por eso.

Los ve como a la competencia. Como impostores.

–Los TROY son una basura –dice el hombre–. Yo los odio porque se abusan de los más carenciados. Les ofrecen la salvación, el bienestar, la felicidad. La mar en coche. Apuntan a esa gente y la exprimen como a una naranja. Ni siquiera estamos autorizados a contarte que son tan poderosos, pero nos parece que podrías ser vulnerable. Podrías ser una víctima de ellos, que buscan gente en situación de desamparo. Y siendo nosotros de la misma etnia nos tenemos que cuidar. Por eso te decimos.

Es verdad que los tres somos más oscuros que los imperiales. Probablemente también ellos sean de raza mezclada. Yo tengo rasgos indígenas, ella parece mediterránea y él es mulato. Los tres hablamos inglés con corrección gramatical pero con acento. Ninguno es rubio ni tiene ojos claros.

–Los TROY reclutan mandaderos para usarlos como agentes en el Territorio –sigue la mujer–. Ellos los llaman "embajadores" o algo más pomposo todavía, "heraldos", pero son cadetes que van y vienen entre la Federación y el Territorio. Encuentran a alguien sin nada que perder y le ofrecen créditos, soberanos o cualquier cosa que la persona quiera. Nunca cumplen. Nadie que se asocie a los TROY dura mucho. Queremos que estés prevenida por si se te acerca alguno de estos delincuentes.

–Prevenido –gruño.

–Y que nos avises inmediatamente. Porque son como un virus y una vez que te metiste con ellos ya no te podemos ayudar. Ahí ya estás sola, no podemos hacer nada.

–Solo.

–Acordate que podés contar con nosotros. Queremos ser como una familia para vos.

–Bien –digo con un escalofrío, pensando: otra familia familia más, Dios me libre–. Gracias.

Ya estamos llegando a la Central. Nunca se me ocurrió que iba a pensar como un alivio estar llegando a ese lugar infestado de policías y gendarmes, pero esta vez es un alivio, porque la charla se termina.

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