III. 8. Nada más repugnante que la violencia justificada

10 3 0
                                    

–Mirale la cara al pobre Kubrick –dice la Flor, y yo creo que se restriega contra mi camisa con toda intención, tanto que yo me alejo porque me da pudor–. Ni que le hubiera pasado algo a tu novia, la pobrecita de Ms. Roca, esa mosquita muerta.

Veo que Kubrick traga saliva. Está viendo en su mente si salta hacia el asiento de atrás y ahorca a la Flor o si se ocupa de cosas más urgentes.

–¿Cómo sabés vos eso? –le pregunta Sierra a la Flor–. ¿Que le pasó algo a Roca? ¿Estabas escuchando desde el baúl?

–Desde el baúl no se escucha nada. –dice la Flor–. Vos lo deberías saber. Pero yo me entero de cosas, a lo mejor porque... estoy detrás de algunas cosas.

Ahora sí, Kubrick se da vuelta, pasa medio cuerpo por el hueco entre los respaldos y empieza a apretarle el cuello. Yo tengo la tentación de frenarlo pero no lo hago. No es el momento de pelear con Kubrick. A Rozas parece que le gusta que lo maltraten, además. Le veo esa alegría cruel en los ojos. No debe ser que le gusta el maltrato, es que sabe que el maltratador se hace daño sobre todo a sí mismo y que Kubrick se está dañando más a sí mismo de lo que lo puede dañar a él.

–Soltalo –dice Sierra.

–Vos no me das órdenes –dice Kubrick.

–No es una orden. ¿No ves que estás haciendo justo lo que él quiere? Te está manipulando, no caigas en su juego.

–No me está manipulando –dice Kubrick, todavía en automático, pero pronto suelta a la Flor y vuelve a su asiento.

–Sí te está manipulando. Te está volviendo violento y esa violencia te hace débil. Te hace vulnerable a lo que él después te quiera hacer.

–Esta violencia, mi violencia, es una violencia justificada.

La Flor ahueca las mejillas con satisfacción.

–No hay nada más repugnante que la violencia justificada –dice–. La única violencia que vale la pena es la que no se puede justificar.

Casi parece un líder religioso cuando habla así.

En eso una bala atraviesa limpiamente el parabrisas, que no se raja, y se incrusta al costado del hombro de Kubrick. Por lo visto los salteadores encontraron una posición ventajosa para disparar.

***

–Vamos a tener que encontrar otro lugar para seguir haciendo todos nuestros planes –se burla Kubrick, que es un hombre de acción y no debe creer mucho en hacer planes.

–Efectivamente –dice Sierra con serenidad–, peguemos la vuelta unos kilómetros y ahí vemos qué hacer.

–No hay tiempo –digo yo–. Esta noche el corazón de Jairo tiene que llegar a la Tóxica.

–Por apurar lo que de todos modos va a su ritmo –dice Sierra–, nadie llega más rápido. No hay nada que hacer.

Yo no tengo la energía de refutarlo. Nos quedamos respirando por un instante, confundidos, mientras Jaimie hace unas maniobras. Parece que va a dar una vuelta en U para ir hacia atrás, pero Kubrick lo frena con la mano.

–No vamos a volver a ningún lado –dice, y me da alegría escucharlo, lo tomo como que me está apoyando.

–Ni hace falta volver –refuerza la Flor, que ahora funciona como su aliado–. Suéltenme y yo liquido a estos muertos de hambre en dos patadas. Ni necesito vehículo. Voy, los liquido y seguimos viaje.

–A lo mejor no queda otra opción –dice Sierra–. Ninguno de nosotros tiene la velocidad de la Flor.

Kubrick sacude la cabeza.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora