II. 11. El gen maldito

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–Ese gen hace que en ciertos poblados se repitan patrones de muerte. En proporciones como de diez a uno, que no se pueden explicar por ninguna estadística. Que haya diez veces más mortalidad ahí no tiene nada que ver con un hábito adquirido o un trauma. Tampoco es algo que se explique ambientalmente. Bérkov piensa que los sociólogos son tan charlatanes como los psicólogos y que hay que buscar datos puros y duros, no tanto teorías, por eso no cree ni en el hábito ni en el ambiente.

–Pero Bérkov sí que cree en la brujería –dice Wanda.

–No digas pavadas –se ríe Petra con buen humor–. Bérkov decodificó esas líneas genéticas en sus sujetos, no hay brujería. Logró decodificar el pentagrama. Así lo llama. El pentagrama del gen maldito.

–El pentagrama abarca más cosas. Descubrió un par genes que llama energéticos. Es otra manera de llamar a los genes mágicos, los que hacen que una persona nazca con dientes o en un saco amniótico entero. Esos son los que en la adolescencia empiezan a mostrar sus poderes. Los que dejan el cuerpo y viajan, los que luchan contra los demonios.

–Me asusta cuando hablás así. ¿Vos decís en serio? No mezcles la superstición con la ciencia. ¿Cómo va a existir un gen mágico? No puedo creer que en plena década de 2030 alguien, una inglesa, una chica bien formada, inteligente, pueda creer en la hechicería. ¿No ves lo que es el mundo moderno, con todos sus avances? No hay lugar para la hechicería acá.

Me pasean por la ciudad como a un animal de circo. Eso nadie le llama la atención. Y es la década de 2030, como dice Petra. Van hablando de Bérkov como podrían hablar de cualquier tema civilizado, llevando a un humano dentro de un arnés. Llevándome a mí. Si sigo siendo un humano. Ya no estoy seguro. En este viaje me lo pregunté varias veces. ¿Qué significa ser humano? Ya no me parece tan clara la respuesta como antes de salir.

Creo que tiene que ver con que la Franja es un lugar más horrible de lo que pensaba y algunas cosas ya no puedo darlas por sentada.

***

El lugar al que me llevan tiene una luz de neón que se ve titilar aunque el sol brille con toda su fuerza. Nunca vi una luz tan fuerte, que casi compitiera con la del sol. En el cartel leo el nombre del lugar. Parece una broma, pero el nombre es RANDY PYMPP. Al leerlo pierdo todas las esperanzas, si me quedaba alguna.

Aunque quizá es mejor cuando una pierde todas las esperanzas. Lo realmente malo debe ser tenerlas y que con el tiempo, minuto tras minuto y día tras día, se vayan revelando como falsas.

Porque quizá las desgracias sean como los placeres. Una cosa es antes de vivirlos, otra cosa es mientras duran, que generalmente es la que menos cuenta, y otra después. La gente más sabia, según papá, es la que piensa las cosas desde la perspectiva de lo que viene después. Piensa así incluso las cosas futuras. No se come media torta milhojas por el gusto que le da imaginar el dulce de leche derritiéndose en su boca. Mucho menos por el gusto que realmente siente. La come pensando en la satisfacción que va a quedarle con el recuerdo. O en el dolor de estómago que va a darle comer tanto, y en ese caso no como.

Los que se empachan sin pensar en las consecuencias son medio imbéciles, para papá.

Y eso dice un hombre que, como les contaba, nunca tuvo ninguna sensatez. Pero la frase sí que parece sensata, y hasta sabia. Quizá sea de algún oriental. Seguro tenía algún amigo oriental que yo no conozco y le robó esa frase que seguro nunca pudo poner en práctica.

Ahora me toca a mí, en cambio, enfrentar a la desgracia sin la ansiedad de qué va a pasar. Sin vivir el presente, que todavía no es nada, porque no llegué a ninguna parte. Apostando al futuro, a lo mejor, donde esa desgracia no me va a parecer tan terrible, cuando mire atrás y diga...

No, no, ya estoy teniendo esperanzas y eso era justo lo que no quería.

–Bienvenida a nuestro palacio secreto –dice Petra empujando una puerta vaivén, haciéndome pasar primero.

Yo ahí noto que está poniendo mucho el acento en que soy una chica. Una mujer.

Darme cuenta de eso me saca el último residuo de esperanza que me pudiera quedar.

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